Capítulo 3
Recuerdos y promesas
La partida de jóvenes se puso en marcha por la mañana. El Jefe de la Aldea, Mathus, les había encargado a Ezka y a Wolfy que escoltaran al hijo de Rita hasta la casa de su tío Nathan, único pariente vivo del pequeño, y por consiguiente, el único que podría hacerse cargo de él. Aleja y su hermano David se unieron a su viaje. La muchacha los guiaría hasta la cabaña de Nathan; mientras que su hermano no quería separarse de ella en tanto las criaturas que atacaron la aldea la noche anterior estuviesen rondando aún por la zona. Pero, no pudiendo convencer a Aleja que permaneciera en el refugio, no tuvo otra opción más que viajar con ellos.
Ezka y Aleja encabezaban la
marcha. David y el hijo de Rita iban detrás en el carromato de Rupert, quien se
los había cedido para que transportaran las pertenencias del niño. Wolfy
cerraba la fila, taciturno y silencioso desde la noche anterior.
—Tu amigo no está bien —Aunque el
comentario era una obviedad, Aleja odiaba la atmósfera cargada de tensión y
tristeza que los envolvía, así que buscó iniciar con ello una conversación que
les permitiera para distenderse.
—Es natural, considerando lo que
ha ocurrido ayer.
—¿Tanto le afectó la muerte de
Rita? ¿O le dolió más saber que ella tuvo un hijo con otro?
—Eso es algo muy personal.
Preferiría que sea él quien te dé una respuesta. Pero admito que no es normal
verlo desanimado; así que supongo debe estar sufriendo.
—¿En verdad? ¿Tanto la quería?
—No, no la quería. Él la amaba.
Aún la ama, y probablemente siempre lo hará. Enterarse repentinamente que ella
se ha casado y tenido un hijo con otro hombre fue un duro golpe para él. Además,
al niño lo ha nombrado Ruud. Así se llamaba el padre de Wolfy.
—Si le sirve de consuelo, es
probable que Rita pensara en él mientras lo hacía con Travis —Aleja giró
levemente para dar un rápido vistazo a Wolfy, quien venía el último a lomos de
un caballo alazán. Luego volvió a mirar a Ezka con una sonrisa felina dibujada
en el rostro—. Porque, en verdad, el pequeño se parece más a él que a Travis, o
incluso que a Rita. ¿Recuerdas como eran ellos?
—Recuerdo a Rita. Rubia, de ojos
de un azul profundo. Una chica curiosa que disfrutaba leer los libros de su tío
Nathan. Los únicos momentos en que no estaba leyendo eran en los que compartía
el tiempo con Wolfy; cuando salían en busca de hierbas, plantas, flores y cosas
por el estilo para Nathan. Sobre Travis no podría decirte nada; a él no lo
conocí.
—¡Cierto! ¡Lo había olvidado!
—Aleja se dio dos golpecitos suaves en la cabeza con el puño—. Él llegó dos
meses después que ustedes se marcharan. Pues bien, él era un joven menudo, de
cabello castaño oscuro y ojos color miel. Siempre serio, y de pocas palabras.
Compartía con Rita su amor por los libros, y la instruyó en el arte de la
alquimia. Pero, si lo piensas un poco, ella rubia de ojos azules y cómo era él,
llama la atención que el niño sea morocho y de ojos tan claros como la
esmeralda ¿no? Si pides mi opinión, diría que es un Wolfy miniatura.
—Comprendo lo que insinúas; pero sería mejor
tener certeza en un tema como ése. El pobre Wolfy está muy dolido, y no sabría
decirte cómo reaccionaría ante un comentario así. Puede que luego de ver al
niño sus pensamientos y sentimientos hayan entrado en conflicto, y en estos
momentos no sería de mucha ayuda si no puede concentrarse en combate. Ya hablaré
con él cuando estemos solos. Hasta entonces no menciones nada al respecto ¿Sí?
—De acuerdo, no diré ni una
palabra.
—Antes dijiste que ese tal Travis
instruyó a Rita en la alquimia. ¿Él era un alquimista?
—No, él no. Él era el aprendiz de
un alquimista llamado Teofrasto. Ambos llegaron juntos a la aldea. También
había llegado con ellos Mandy, la esposa de Teofrasto, y otros tres antiguos
amigos de tu padre.
—¿Teofrasto era amigo de mi
padre? —preguntó Ezka sorprendido—. Nunca le había oído hablar de él. ¿Qué ha
sido de ese alquimista?
—No sé mucho sobre él, por lo
general pasaba la mayor parte de su tiempo dando lecciones a Rita y a Travis;
cuando no estaba preparando algún tipo de pócima o de medicamentos para alguien;
o explorando el territorio y conociendo las hierbas y plantas de la zona. En
verdad no he tratado mucho con él. Pero sí conocía a su esposa, la mujer más
amorosa que he conocido en mi vida. —Los ojos almendrados de la muchacha se
empañaron de tristeza al evocar la memoria de la difunta Mandy. Luego de un
breve momento de silencioso homenaje continuó la conversación—. Sé que
Teofrasto tuvo algún tipo de discusión no muy agradable con Nathan, y como
consecuencia de ello el tío de Rita abandonó la aldea.
—Entonces, cuando lleguemos le
preguntaré por él a Nathan.
—Como quieras —Aleja se encogió
de hombros—. Y bien, ¿cuál es tu historia?
—¿Mi historia?
—Sí. ¿Por qué motivo se marcharon
Wolfy y tú de la aldea?
—Para que puedas comprenderlo,
primero debería explicarte las razones por las que nuestros padres decidieron
abandonar su reino y asentarse en un lugar tan remoto como Vazffia. Y ésa es
una larga historia.
—No importa, tenemos bastante
tiempo hasta llegar a la casa de Nathan.
—Bien —Ezka resopló resignado—.
Todo comenzó dos años antes de mi nacimiento, o el de Wolfy, después de todo
sólo nos llevamos unos meses de diferencia. Aunque por lo inmaduro, cualquiera
diría que él es unos años menor.
—O tú eres unos años mayor,
porque tu seriedad te ha envejecido —lo interrumpió Aleja con tono burlón.
—Puede ser; eso depende de cómo
quieras considerar el concepto de “responsabilidad”. Pero si quieres que
termine de contar nuestra historia, ya no me interrumpas con acotaciones
innecesarias, por favor.
—De acuerdo, Señor Seriedad. —Aleja hizo un
mohín de simulado rechazo.
—Bien. Pero no es para que lo
tomes esa manera.
—No hay drama, sólo continúa —La muchacha
esbozó una sonrisa cargada de desenfado.
—Mi padre, Ezka Lionheart y el
padre de Wolfy, Ruud McWolfer, eran caballeros en Beram. Por lo cual desde
pequeños nos han inculcado sus valores y principios. También nos han criado con
historias y leyendas, tanto de su reino natal, como así de las que aprendieron
de libros y bardos a lo largo de su vida.
—Así que un día ustedes
simplemente decidieron partir para vivir esas historias con las que habían
crecido —le interrumpió Aleja—. No me mires de esa forma. Ésta vez mi
comentario es una observación oportuna, ¿o me equivoco?
—No, no te equivocas. En parte ése
fue uno de los motivos por los que decidimos marcharnos. Pero había otros. En
el caso de Wolfy, su padre había fallecido unos meses antes; y él sabía, o
mejor dicho, creía que si quería casarse con Rita y darle la vida que tenía en
mente debía dejar los cultivos y aspirar a algo mejor. Aunque no estaba seguro
de qué podría tratarse ese “algo mejor”, sí sabía que lo hallaría lejos de la
aldea, y se prometió a sí mismo encontrarlo y volver por ella. En mi caso, mi
motivación extra fue algo muy diferente. Quería limpiar la mancha en el
apellido Lionheart, y reivindicar el honor de mi padre. Quería que mi padre se
sintiese orgulloso de mí. Quería que mi padre olvidara que alguna vez lamentó
el día en que lo ordenaron caballero —La voz de Ezka comenzó a tomarse
melancólica y quebradiza.
—¿Qué ha sido aquello que
mancilló el nombre de tu padre? —preguntó la muchacha con timidez.
—Una orden que se negó a cumplir.
—¿Una orden? ¿A caso se negó a
matar a alguien? —Aleja calló al instante su burlona carcajada al ver la
expresión hosca de Ezka.
—Así es —La mirada del joven
Lionheart estaba perdida en el horizonte—. Le ordenaron matar a un granjero de
una aldea en las tierras al este del reino de Beram. Mi padre se negó a hacerlo
y fue acusado de traición; y luego de un juicio, plagado de falsas acusaciones
y pruebas infundadas, lo sentenciaron a morir en la horca.
—¡Eso es terrible! —exclamó la
muchacha—. ¿Cómo consiguió escapar?
—Mi padre me contó una vez que
uno de sus amigos, de los pocos que creían en él, le ayudó a huir. Pero jamás
me dijo quién o cómo lo hizo —Ezka se encogió de hombros—. El padre de Wolfy y
otros siete caballeros más fueron enjuiciados también. Todos decidieron
alejarse lo más que pudieron de Beram. En su camino de deserción decidieron
separase, y cuatro tomaron un rumbo diferente; mientras que mi padre, el de
Wolfy y los tres restantes encontraron refugio en Vazffia. Como recuerdo de su
tiempo al servicio del Ejército Real mi padre trajo consigo el escudo que le
había sido entregado por uno de los príncipes; fue un premio que recibió luego
de ganar un torneo de justas —Ezka hizo una mueca de sonrisa que se perdió a
medio camino entre la tristeza y la decepción—. Luego con el tiempo comenzó a
odiar ese escudo; imagino que el recuerdo que evocaba le causaba dolor. Así que,
cuando Rodrik se lo pidió prestado, no lo dudó. Pero creo que en el fondo de su
corazón él lo extrañaba; después de todo, era el escudo de armas de la familia
Lionheart en un escudo de guerra mandado forjar por uno de los príncipes de
Beram.
—No termino de comprender —susurró
Aleja desconcertada—, ¿por qué desobedecer una orden del rey les costaría la
vida? ¿No hubiese bastado con un simple castigo o una degradación?
—No según sus códigos —explicó
Ezka—. Él era capitán de una de las divisiones de justicia del reino, y como
miembro del Ejercito Real antes de ser armados juran, entre otras cosas,
obediencia absoluta y libre de cuestionamientos al rey; aunque éste sea un
viejo loco y borracho. El rey manda, el caballero obedece. Esa es la norma.
—¿Qué hizo ese pobre granjero
para que un rey pida su cabeza?
—No solamente la cabeza del
granjero pidió el rey —corrigió Ezka a la muchacha—, sino también la de toda la
aldea.
Aleja se horrorizó, la expresión
en su rostro la delataba; no obstante, su curiosidad era mayor.
—¿Qué pudieron haber realizado
todos en esa aldea para que merecieran la muerte? —preguntó finalmente—. ¿Acaso
planeaban organizar una revuelta?
—No. —respondió Ezka con una
sonrisa ácida—. Fueron culpables de hallar un tesoro.
—¿Un tesoro? Por la manera en que
lo dices no ha de haber sido muy valioso.
—Oh, sí lo era —El joven monje
exhibió los dientes en una sonrisa cargada de sarcasmo—. Sólo que el tesoro no
pertenecía a Beram, sino a los skelthos.
—¿Skelth? Es uno de los pueblos
salvajes del este, ¿verdad?
Ezka asintió.
—Uno de los granjeros
accidentalmente encontró unas estatuillas pertenecientes a un viejo santuario
skeltho. Al parecer, sus ruinas estaban sepultadas allí desde los tiempos en
que los dhaletos abandonaron las tierras tras la invasión del Imperio —explicó
Ezka con tono solemne—. Cuando se formó la Unión de Reinos Hermanos, nuevos límites fueron
establecidos, y los skelthos accedieron a ceder tierras a lo que hoy se conoce
como Beram. Probablemente se habían olvidado del santuario, o su nuevo soberano
lo ignoraba por completo—Se encogió de hombros—. ¡Como sea! Cuando se enteraron
del hallazgo, varios clanes incitados por sus druidas se movilizaron,
reclamando sus “tierras sagradas”, y amenazando con ir a la guerra de ser
necesario.
—Pero ¿no se supone que el Tratado
de Golath fue creado para evitar conflictos internos en los reinos y pueblos de
la Unión?
—En efecto; además de garantizar
la cooperación mutua en caso de un nuevo intento de invasión por parte del
Imperio, también prometía tiempos de paz y prosperidad sostenidos por una
hermandad nacida de un par de firmas y promesas de cooperación —respondió
Ezka—. Y fue en base a ese tratado que los demás reinos obligaron a Beram a
devolver las tierras a los skelthos; de lo contrario sería excluido y
considerado enemigo de los restantes ocho Reinos Hermanos y de los pueblos
salvajes.
—Así que, el Rey de Beram decidió
hacer pagar por ello a todos los aldeanos que hallaron las ruinas del santuario
—dedujo Aleja—. Entonces ordenó a tu padre y a sus hombres pasarlos a todos por
la espada. Él se negó a matar gente inocente, y sus hombres apoyaron su
decisión, por lo que fueron acusados de traidores, ¿cierto?
—Cierto.
Aleja se sentía satisfecha de haber
podido comprender mejor las motivaciones de su acompañante, y la radiante
sonrisa en su cara así lo reflejaba; sin embargo, aún tenía curiosidad por lo
vivido por su compañero de viaje durante sus años de ausencia lejos de la
aldea.
—¿Y cómo es qué terminaron
convertidos en monjes?
—No somos monjes ordinarios,
¡somos guerreros! —rectificó Ezka con una sonrisa; luego cerrando el puño con
fuerza añadió—: Sólo he tomado un camino diferente para llegar a cumplir mi
promesa.
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