domingo, 30 de diciembre de 2012

Ônero - Reino de Sueños - Capítulo 1


Reino de Sueños
Ônero
Capítulo 1





        —¡Se ha despertado! —dijo uno de los jóvenes que observaban al confundido muchacho que acababa de recuperar el conocimiento.
            —¿D-Dónde…? ¿Dónde estoy? —preguntó, aún desorientado, el que recién despertaba.
            —No sabemos, nosotros también despertamos en este lugar —respondió una chica sentada, abrazándose las piernas. Estaba apartada de los demás, tanto como le permitía esa burbuja en la que se encontraban cautivos—. Todos despertamos en este extraño lugar. Contigo somos tres.
            —¿Cómo te llamas? —quiso saber el que lo había recibido al abrir los ojos.
            —¿Mi nombre? N-No… no lo recuerdo.
            —No importa, ya lo recordarás. Yo soy Javier, y esa belleza que está ahí es Vicky.
            —¡Que no soy Vicky! ¡Me llamo Victoria!
            —Vicky. Victoria. Ambos nombres son igual de hermosos, como…
            —¿Qué lugar es este? —interrumpió el muchacho sin nombre, que en apariencia era el de menor edad de los tres.
            Los jóvenes se encontraban encerrados en una burbuja de cristal en medio del desierto. Sin importar en que dirección mirasen, sólo conseguían ver un infinito mar de arena. Pero no padecían el calor agobiante que se esperaría de un lugar así. Por el contrario, la temperatura era perfecta. Reconfortante. No obstante, estaban cautivos. Encerrados en esa misteriosa burbuja de cristal. Preocupados y pensativos, en busca de respuestas.
            El menor observó el cielo, fascinado por su color verde azulado; y luego de unos instantes de distracción, se dirigió a sus circunstanciales compañeros.
            —¿Cómo llegamos aquí?
            —Bien, a ver —Javier tragó saliva—. Recuerdo que estaba en mi cama, extenuado, luego de un día agotador. Je, je. Estaba escuchando Luz de Invierno, luego un poco de jazz y algo de Vilvaldi, cuando sin darme cuenta, me quedé dormido. Y al despertar, estaba aquí con ustedes.
            —Yo estaba leyendo —Victoria hizo una breve pausa—. No recuerdo cual libro. Sé que, repentinamente, comencé a sentirme muy agotada y mis párpados fueron haciéndose más pesados, hasta que no pude resistir más. Debo haberme quedado dormida. Fui la primera en despertar. Sólo estábamos nosotros tres. A no ser que hubiese habido otros con nosotros y que despertaran antes y de algún modo consiguieran escapar.
            —Lo dudo —respondió Javier, como si la suposición de la muchacha fuese una pregunta camuflada que alguien debía responder—. ¿Qué hay de ti, amigo? ¿También te dormiste y apareciste aquí repentinamente?
            —No. Eso sí lo recuerdo. Acababa de llegar a mi casa, cuando al abrir la puerta, lo que vi no fue la sala principal, sino una oscuridad absoluta que me atrajo hacia ella. Como si hubiese abierto una puerta que condujera a un abismo. Estaba cayendo en un vacío ciego, hasta que una pequeña luz comenzó  a brillar. La luz fue creciendo en tamaño e intensidad. Cada segundo me acercaba más a ella, pero al extender mi mano y tocarla perdí el conocimiento. Al despertar me encontraba con ustedes.
            —¡Vaya! No recuerdas tu nombre, ¿pero recuerdas algo así?
            —¿Qué puedo decir? —el muchacho sin nombre se encogió de hombros.
            Javier se quedo en silencio, caviloso.
            —¡Ya está decidido! —dijo repentinamente.
            —¿Qué está decidido?
            —Tu nombre. Al menos hasta que lo recuerdes, te llamaremos Bruce.
            —¿Bruce? ¿Por qué Bruce?
            —Por la estampa en tu remera —Javier le señaló la imagen en ella—. ¿Es Bruce Lee, no?
            —Sí, es él, pero… emm…Sí. Dejémoslo así. Pueden llamarme Bruce.
            —Oigan, algo está ocurriendo —intervino Vicky, atenta a lo que ocurría a su alrededor, mientras los otros dos charlaban sin prestar mayor atención a la burbuja; que comenzó a brillar con tonos que variaban del azul al verde en forma intermitente.
            Luego, unas extrañas inscripciones aparecieron rodeando el perímetro, formando un círculo de luces doradas que giraba en torno a ellos siguiendo el contorno de la burbuja.
            Las arenas circundantes bailaban al ritmo del círculo de luz, yendo en dirección opuesta al tránsito del sol. La burbuja dejó de brillar, pero continuaba cambiando de colores y una pequeña fisura apareció en ella, luego otra, y otra. Los jóvenes cautivos estaban maravillados y alarmados.
            Finalmente la burbuja de cristal que los retenía había perdido la fortaleza que hasta ese momento aparentaba. Se veía frágil. Frágil y amenazante.
            Esperaron temerosos que la burbuja colapsara y cientos de fragmentos de cristal llovieran sobre ellos. Esperaron. Y esperaron. Pero eso no ocurrió. La burbuja estalló en miles de burbujas pequeñas que reventaban al chocar unas con otras y se evaporaban en el aire.
            —¿Burbujas de jabón? —se sorprendió Javier, quien había comprendido de qué se trataba al intentar capturar una de ellas
            Las burbujas lentamente fueron desvaneciéndose junto con el círculo de luz que les rodeaba y los jóvenes quedaron en libertad, perdidos en la inmensidad de un desierto desconocido.
            —Somos libres, ¿no? —Preguntó ansiosa Victoria—. ¿A dónde iremos ahora?
            —Mira hacia allá —Javier señaló en dirección a un bosque surgido repentinamente sin que nadie se percatara de su existencia hasta ese instante.
            —¿Un bosque? Eso no estaba allí antes.
            —Creo que es la mejor opción —intervino el que habían apodado Bruce—. Vean en la dirección opuesta.
            En algún momento, a sus espaldas, se había formado una tormenta lejana que se aproximaba a ellos parsimoniosamente. En aquella zona el cielo se oscureció completamente y con cada relámpago podía entreverse la forma de un monte distante. Era rojo. En esa ocasión ninguno pudo explicarlo, pero la imagen inundó sus almas de tristeza y temor. Decidieron ir en dirección al bosque.
            Caminaron tan veloces como las arenas del desierto se lo permitieron. Atravesaron una cadena de dunas sin muchas complicaciones, aunque trastabillaron y terminaron en varias oportunidades de rodillas en el cálido suelo.
            Hasta que finalmente llegaron.
            El bosque contrastaba notablemente con el árido terreno sin vida que se encontraba a escasos pasos de distancia. Frondosos árboles de gruesos troncos, arbustos floridos y de bayas, enredaderas, suelo húmedo y el trinar de las aves que dotaban al lugar de consoladora tranquilidad.
            Avanzaron hacia el corazón de la espesura y se detuvieron a beber de un pequeño arroyo que encontraron a su paso.
            —Este sitio es mucho mejor —Javier se remojó el cabello tras tomar un poco de agua—. ¡Odio el maldito calor!
            —Era sólo un poco de calor —se burló Vicky—. Aunque el viento lo hacía insoportable.
            —Continuemos —Bruce observaba receloso en varias direcciones—. Si estamos en un oasis, seguramente encontraremos algún asentamiento. Vamos.
            Javier y Victoria no cuestionaron a Bruce, simplemente lo siguieron, preocupados por el semblante de inquietud del muchacho.
            Pasaron unos cuantos minutos cuando Vicky se detuvo súbitamente, fijando su mirada en los matorrales.
            —¿Ocurre algo? —quiso saber Javier.
            —Creí haber visto algo en la maleza —respondió la joven sin volver la mirada—. Pero creo que no ha sido nada. Sigamos.
            Continuaron su marcha, penetrando aún más en el bosque. Sortearon un sector donde los árboles bajos los azotaban con sus ramas y llegaron a un claro. A partir de ese punto los árboles volvían a ser de gran altura y distribuirse en forma distante entre ellos permitiendo un paso sin problemas.
            —Podemos para un rato en este sitio y conversar un poco —propuso Javier—. Tal vez podamos conocernos mejor.
            —No creo que sea buena idea —rechazó la oferta Bruce—. Siento que hemos sido observados desde que ingresamos al bosque.
            —Yo he tenido la misma sensación —añadió Vicky.
            —¡Tonterías! —Javier estaba en desacuerdo—. Sólo hagan silencio y disfruten la paz de este santuario.
            Todos callaron.
            Pero al hacerlo pudieron oír el sonido de ramitas quebrarse y hojas crujir al ritmo de pisadas que se acercaban a ellos.
            Los arbustos se sacudieron y de entre ellos salió una pequeña figura antropomórfica. De estatura baja, cuerpo escuálido y completamente cubierto de pelo negro. Tenía mentón puntiagudo, diminutos ojos amarillos, y orejas terminadas en punta que acentuaban la pequeñez de su cráneo.
            —¿Eso es un mono? —preguntó Javier arqueando una ceja.
            —Creo que es un trasgo —respondió Vitoria luego de retirar las manos de su boca. Por reflejo se había tapado la boca por la impresión que le produjo el sobresalto.
            —Lo que sea, es horrible —Bruce tomó una roca del suelo y la arrojó con violencia al extraño ser que los observaba, impactando en su vientre.
            La criatura se dobló por el golpe produciendo un agudo alarido. Se irguió nuevamente, gruñendo. Les enseñó sus afilados dientes dando patadas contra el suelo. Su respiración era entrecortada, hinchaba su pecho y exhalaba bufando como un animalucho salvaje. Detuvo su excitado resuello,  y a continuación realizo un chillido estridente e insoportable. Los arbustos aledaños se sacudieron con violencia y de ellos salieron otras nueve criaturas. Tres de ellas asían ramas cortas y gruesas, a modo de rústicos garrotes.
            Los pequeños seres hablaron entre ellos, en un lenguaje incomprensible que se asemejaba a más a unos gruñidos articulados que a un dialecto en si.
            Uno dio un paso hacia delante, luego bramó furioso y comenzó a correr rumbo a los jóvenes que los contemplaban horrorizados. Los demás le siguieron.
            —¡Corran! —Gritó Javier con pavor—. ¡Huyamos!
            Escaparon de sus peludos perseguidores avanzando entre los árboles, sorteando troncos caídos y cubriéndose el rostro con los brazos para que las ramas a baja altura no los golpearan.
            Vicky tropezó y cayó al suelo. Bruce se detuvo para ayudarla. Javier, que se había adelantado, retrocedió para asistirles.
            —¡Ahí vienen! —advirtió.
            Los pequeños seres les dieron alcance y se detuvieron, jadeantes y babeando espuma que se escurría de sus agudos y torcidos dientes amarillos.
            Los rodearon, y entre chillidos y resoplidos, uno empezó a aproximarse lentamente agitando su garrote. Apuró su marcha, y cuando se encontraba presto a saltar sobre sus presas, del suelo brotaron raíces que lo sujetaron de una de sus piernas y de un brazo. A continuación, más raíces emergieron de la hojarasca y envolvieron por completo su cuerpo. Se escuchó el crujir de los huesos y un resonar acuoso cuando las raíces se contrajeron, Y al abrirse nuevamente, una masa amorfa cayó al suelo empapada de una sustancia verde y viscosa.
            Al ver los restos de su compañero, las criaturas restantes se dispersaron aterradas buscando refugio en los matorrales.
            Vicky se esforzaba por no vomitar, mientras que Bruce observaba el repugnante cuadro, fascinado; y Javier buscaba comprender lo que acababa de suceder.
            —¿Qué ha sido todo esto? —preguntó, esperando que alguno de los otros pudiese encontrar la explicación que le rehuía. Pero fue en vano, todos estaban estupefactos.
            Oyeron pasos acercándose y por un instante temieron que esos seres peludos hubiesen vuelto furiosos y en mayor número.
            Voltearon en dirección al sonido y vieron a un hombre salir de en medio de los árboles. Vestía una larga túnica púrpura con ribetes dorados en las mangas. Portaba un báculo de madera que en el extremo tenía incrustada la cabeza de un león de oro.
            —Les pido me perdonen, de haber llegado antes, no hubiesen tenido ese percance con los priggs.
            —¿Quién es usted? —preguntó Javier al misterioso hombre.
            —Soy su  humilde servidor, Faerom —se presentó con una reverencia—. Y los he estado esperando, Elegidos.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Ezka y Wolfy - Cápitulo 2

Cápitulo 2
Vazffia




Los desesperados gritos de temor de los aldeanos y los bramidos de las extrañas criaturas se mezclaban en una aterradora sinfonía. El mundo se detuvo para los jóvenes que observaban el horror en su viejo poblado. Las personas corrían desesperadas y se empujaban entre si para escapar de las casas en llamas, y horrendos seres de aspecto humano, pero con músculos desproporcionados, que les daban una apariencia grotesca, atacaban con mazas y garrotes a todo aquel que tuviesen a su alcance. Mujeres y niños lloraban mientras buscaban donde refugiarse, y algunos hombres trataban de hacerles frente con las armas que habían tomado tan rápido como les fue posible: hoces, cayados, hachas. Ezka y Wolfy se habían convertido en dos estatuas humanas que no daban crédito a lo que veían sus ojos. Los alaridos de un hombre al que le habían cortado un brazo los hizo reaccionar y abandonar la pasividad con que contemplaban el cuadro de pesadilla. Ezka fue el primero en abalanzarse contra una de las criaturas. Con un pequeño hacha que tomó del carromato de Rupert, corrió a socorrer al granjero. Llegó tarde. La cabeza del hombre se ahuecó por un costado luego que una criatura le impactará un furioso mazazo. Ezka vio como un grupo de engendros corría en dirección a los aldeanos que habían conseguido huir. Aprovecho que una de las criaturas se distrajo al tratar de levantar el cadáver del hombre que había derribado momentos antes y no percibió la presencia del monje hasta que fue demasiado tarde. Ezka consiguió dar un golpe de lleno en el cráneo del extraño ser. El filo del hacha se hundió sin dificultad. Su oponente cayó, y Ezka observó con asco el espeso líquido negro que manaba de su herida.
            «Su sangre se asemeja a la de un muerto», pensó.
Otros cuatro seres aparecieron, saliendo de una de las casas en llamas, y se dirigieron  hacia él caminando pesadamente. Con más calma, pudo observar detenidamente a qué se enfrentaba. Las criaturas tenían aspecto humano, como ya había notado. Aunque sus músculos parecían haberse desarrollado repentinamente, desgarrando en brazos y piernas la piel. Una piel pálida, de tono grisáceo y motas blancas donde la carne había rasgado en busca de espacio y cicatrizado. Pero lo más horrendo, eran sin duda alguna, sus rostros. Todos eran diferentes entre si, pero compartían ciertos rasgos: estaban demacrados y los pómulos exageradamente marcados resaltaban las oscuras órbitas de sus ojos, donde pequeños puntos rojos brillaban. En sus miradas no había vida. En sus expresiones se combinaban el temor y el dolor. Dolor. Como si su mera existencia les produjera sufrimiento.
            —¡Perdón por llegar tarde! —se excusó Wolfy posicionándose junto a su amigo—. Pero no podía dejar mis juguetes en la bolsa —añadió mientras enseñaba sus armas: dos puñales delgados de punta aguda y una espada corta, aun en su vaina—. ¡Ten! ¡Toma ésta! —Lanzó la última a su amigo, quien tras recibirla, y antes de desenvainarla, arrojó su hacha violentamente a la cabeza de una de las criaturas destrozándole la cara.
Cuando vieron a uno de los suyos caer, las criaturas restantes arremetieron contra los jóvenes. Una de ellas atacó con un movimiento descendente de su hacha, sin embargo Wolfy fue más veloz  y esquivó el golpe avanzando hacia su atacante. Con un ligero movimiento ascendente clavó el puñal que llevaba en su mano izquierda  en el cuello de la criatura. De inmediato realizó un ágil movimiento con su muñeca derecha, para soltar de la  empuñadura el otro puñal y tomarlo de la hoja; luego lo arrojó con fuerza en dirección a otro de los seres. Éste sólo alcanzó a ver un fugaz destello plateado antes que el frío acero perforara uno de sus ojos rojos.
Ezka estaba parado frente a la única criatura que quedaba. Dio unos pasos hacia adelante. Su oponente hendió el aire con un golpe paralelo al suelo. Ezka eludió el ataque dando un pequeño salto hacia atrás. A continuación corrió rumbo a la criatura, sujetando con ambas manos su espada y con un súbito golpe lateral la decapitó. La cabeza rebotó dos veces en el suelo antes de quedar inmóvil. La expresión en su rostro no cambió, mantenía la impresión combinada del temor y el sufrimiento y la mirada perdida; pero los ojos dejaron de ser rojos, se tomaron completamente negros, perdiéndose en las oscuras cavidades que los envolvían. Ezka sintió pena por el desdichado ser al que había liquidado. Por ese y los otros tres.
—Estamos empatados en dos —dijo Wolfy mientras recuperaba sus puñales—. Afortunadamente aun quedan más
—¡Esto no es un juego! —le reprobó Ezka a su amigo. Pero éste hizo caso omiso y corrió, adentrándose en la aldea en busca de más rivales. Ezka maldijo entre dientes y lo siguió.
Corrieron por una callejuela de tierra en dirección a la plazoleta del pueblo donde las criaturas se agrupaban llevando a cuestas los cuerpos de aldeanos asesinados. Cuando los jóvenes monjes estuvieron a pocos metros del grupo de seres extraños, Wolfy detuvo su marcha abruptamente y se dirigió a los restos en ruina de una casa en llamas con aspecto de colapsar de un  momento a otro. Ezka tuvo intenciones de frenarlo, pero se contuvo al reconocer el lugar. «La casa de Rita —recordó». Mientras su amigo se perdía en la cortina de humo que cubría la entrada a la vivienda, Ezka se preparó para enfrentarse a las criaturas. «No son ningún problema —se daba ánimos—. Son lentos y torpes». Solamente quedaban once de esas horrendos seres, y parecían más preocupadas en amontonar su motín de cuerpos muertos que en prestarle atención. Pero eran once, y él sólo uno. «Malditos granjeros cobardes. ¿A dónde han huido todos? ¡Mierda! —Comprendió que aunque eran lentos no sería capaz de esquivar todos los ataques si se decidían a rodearlo—. ¿Por qué no hay nadie enfrentándoles? ¿Dónde está mi padre?». Una gota de sudor comenzó a descender por su frente.
Un repentino estruendo, grave y prolongado, aulló con furia. «¿Un cuerno?». El sonido provenía desde la oscuridad, y se mezclaba con el crepitar de la madera de techos y ventanas de las casas que ardían, por lo que Ezka no consiguió determinar su origen con precisión. Se oyó por segunda vez, y las criaturas comenzaron a bramar. Seis de ellas cargaron dos cuerpos cada una y comenzaron a correr rumbo a la colina, al este de la aldea. Las cinco restantes formaron una línea, ubicándose entremedio de sus compañeros y el joven Lionheart, obstruyéndole el paso. «Si piensan que voy a perseguir a unos monstruos que roban cadáveres, estas bestias son más estúpidas que feas —se dijo a si mismo, burlándose de ellas».
Un ruido sibilante chilló en la oscuridad, y Ezka vio a uno de los horribles seres caer de bruces y desparramar en el suelo los cuerpos que cargaba. Lo oyó nuevamente, y una segunda criatura cayó. «¿Flechas? —se preguntó— ¿De dónde vinieron? ¿Quién…?». No tuvo tiempo para averiguarlo. Las criaturas no se lo permitieron. Dos de ellas corrieron rumbo a un individuo que había aparecido por una de las calles que conducían a la plazoleta, sin que nadie se hubiese percatado de su existencia hasta ese momento; pero las tres restantes se dirigían veloces hacia él con sus mazas de madera mal tallada, gruesas y pesadas, que se asemejaban más a pequeños troncos que a una verdadera maza de batalla, aunque eran igual de mortíferas.
            Uno de los seres estrelló su pesada maza contra el suelo, a menos de un metro de Ezka, quien consiguió eludirlo dando unos pasos hacia la derecha de la criatura para evitar el golpe que cayó verticalmente. Aprovechó que su oponente no tenía defensa para asestarle un mortal golpe con su espada corta. Fue un corte limpio, el filo del acero atravesó la garganta con la misma facilidad con que rasgaría un vestido de seda.
Todavía quedaban dos rivales más por derrotar. Uno avanzaba por su derecha y el otro por la izquierda. Decidió luchar contra este último. Rodó por el suelo de forma tal que, al ponerse nuevamente en pie, quedó a la espalda de la criatura, y le realizo dos profundas hendiduras, dibujándole una enorme “X” de donde manaba la sangre, espesa y oscura.
El monstruoso adversario que aun quedaba en pie se aproximaba de frente, con el brazo derecho extendido hacia atrás, preparado para golpearlo con su maza de hierro. El monje vio que se acercaba; dio unos pasos veloces para tomar impulso; saltó hacia delante; giró sobre si, y le acertó una potente patada en el pecho que lo arrojó contra la pared de una de las casas cercanas. El fuerte sonido que produjo el horrible ser al impactar la pared se convirtió en un susurro ante el estrepitoso quejido que éste liberó: un lamento incompresible y gutural, cargado de dolor. Ezka se acercó al engendro que torpemente buscaba ponerse en pie, y así propinarle el golpe final. Fue veloz y preciso. Y otra cabeza rodó en el suelo.
—No fue tan difícil….arggh… argggh… —Ezka no tuvo tiempo de saborear su victoria. Una mano fuerte y enorme lo había sujetado del cuello, y se lo apretaba con ira. Cada segundo le costaba más conseguir aire. Dejó caer su espada cuando la criatura comenzó a zamarrearlo, por lo que sólo le quedaban sus manos para intentar liberarse. Quiso abrirle los dedos por la fuerza, pero ni con sus dos manos tenía la fortaleza que el engendro tenía sólo en una. La visión se le había hecho más borrosa.
«Voy a morir ni bien volví a casa —se lamentó—. Padre, yo…»
Repentinamente el engendro lo soltó, y Ezka cayó al suelo. De rodillas, se llevó las manos al cuello para masajearse y apaciguar el dolor, o tal vez sólo para comprobar si en realidad lo habían liberado de su collar de gruesos y fríos dedos. Abrió la boca como un pez esforzándose por recuperar el aliento que se le había escapado, casi llevándose su vida consigo. Poniéndose en pie con torpeza, vio a la criatura que trató de estrangularlo despatarrada en el suelo. Muerta. Una flecha le había brotado en el cráneo.
—Debes destrozarle la cabeza —le dijo una joven que se acercaba a él sonriendo con un arco en la mano izquierda y un carcaj a la espalda, sujeto por una correa de cuero y asomándole por el hombro derecho—. Creía que ya lo habías comprendido después de acabar con tantos. A ése sólo le abriste dos surcos en la espalda. Pero, si no les cortas la cabeza o le perforas el cerebro no se detendrán.
—No lo sabía —confesó Ezka quien aún trataba de conseguir aire—. Gracias. Me habéis salvado. Pero, ¿cómo sabíais como detenerlo?
—Pues me gasté varias flechas hasta que lo descubrí —La muchacha toda sonrisas guiñó un ojo al tiempo en que se encogía de hombros en un gesto de total desenfado—. Soy Aleja. Aleja Valentino.
—Yo… Yo soy… Soy Ezka. Ezka Lionheart.
—¡Ah! El leoncito.
—Leoncito me llamaba mi padre. ¿Lo conoces? —pregunto intrigado.
—Ven. Vamos al refugio. El jefe de la aldea querrá hablar contigo.
—¿Y las otras criaturas? ¿Las que llevaban los cuerpos de los muertos? —Ezka tenía mayor interés en preguntar sobre su padre, pero prefirió guardar esas preguntas para el jefe de la aldea, así que se contuvo y la siguió camino al refugio, aunque el no recordaba que hubiese uno cuando el aún vivía en la aldea.
—Sólo tres consiguieron escapar y se llevaron cinco cuerpos. A las otras pude detenerlas. ¿Qué crees que son?
—No tengo idea. Nunca he visto nada parecido —En realidad Ezka nunca había visto nada, desde que él y Wolfy se unieron a los monjes de Xiao Lu sus vidas giraban en torno al conjunto de fortalezas pequeñas que los monjes llamaban santuarios y el templo principal ubicado en la cima de la colina—. ¿Qué pensáis vos?
—Pues han tratado de llevarse a los muertos. Yo creo que son gules.
—¿Gules? Tenía entendido que los gules rondan los cementerios. Estos no sólo atacaron la aldea, sino que tenían armas, y no creo que los gules sean tan organizados. Además, aunque se alimenten de carne muerta, me cuesta aceptar que maten a alguien para luego llevarle a su guarida y darse un festín con su cadáver.
—Tal vez se cansaron de la carne podrida y decidieron cazar algo fresco. La caza es divertida. Yo soy cazadora por si no lo has notado —La joven le enseño su arco—. Tal vez organizaron alguna celebración y se quedaron cortos de muertos, y no habiendo ningún mercado cercano donde comprarlos decidieron salir a buscarlos por su cuenta.
—¿Un mercado donde comprar muertos? Eso me preocuparía más que un grupo de gules organizados —Aunque sabía que se trataba de una broma, Ezka no se molestó en fingir una sonrisa—. Mirad esto con detenimiento, por favor —pidió señalándole uno de los engendros caídos en la laguna negra y espesa en que se había convertido su sangre.
—¿Qué tiene? —preguntó la joven cazadora sin haber comprendido qué debía notar con exactitud.
—Ésta cosa, fuera lo que fuera, antes era un hombre común y corriente.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su vestimenta —Le indicó tocando con la punta de su espada los jirones de túnica gris y los calzones de color azul que el engendro vestía—. Era un guardia de la ciudad —explicó—. De Ghekisro.

Cuando llegaron a la plazoleta, se encontraron con Wolfy. Había salido de la casa que hasta hace unos momentos estaba en llamas. Llevaba un niño en brazos. Los jóvenes se juntaron frente a las puertas de la capilla de Pylos. Cuando Ezka vio el semblante taciturno y los ojos enrojecidos de su amigo, comprendió que no fue por causa del humo «Son lagrimas». Pero las lágrimas no sólo recorrían las mejillas de Wolfy, sino también sus hombros, sus brazos, sus piernas, pecho, incluso el cabello. No lo había notado hasta ese momento, pero estaba lloviendo.
—Es curioso que llueva —dijo sorprendido—. Ni siquiera estaba nublado. Todo lo contrario, era una hermosa noche de cielo despejado que permitía ver las estrellas.
—El Señor de los Cielos es benevolente —intervino Rupert desde su carromato cuando les dio alcance—. En esta aldea las casas son en su mayoría de madera. Si no hubiese llovido la aldea entera ya no existiría —Rupert decía la verdad. Vazffia no era más que un conjunto de poco más de treinta casas, en su mayoría de madera de pino y nogal y con techos de paja. Las únicas construcciones en piedra eran la capilla de Pylos y el refugio, ambas con techos de pizarra—. Si no nos hubiese regalado sus lágrimas la destrucción sería mayor. Aunque sean sólo cosas materiales y recuperables. La vida en cambio es un don sagrado que nadie puede devolver. Esas criaturas puede que hayan sido hombres alguna vez. Pero ahora sólo son almas atormentadas encerradas en cuerpos muertos. Ojala hallen la paz que les fue arrebatada en su vida y convertido en tormento en su regreso de la muerte.
—Pylos los juzgará con sabiduría —terció Aleja.
—¿Pylos? El Hijo de Dios que fue creado de arcilla y se convirtió en el primero de los hombres —Rupert se había bajado del carromato y se paró junto a los jóvenes. Tomó el comentario de la cazadora como si de un chiste se tratase y rió de ello—. ¿Qué poder puede tener sobre el cielo alguien que nació del barro? —No le dio tiempo a la joven para responder—. Observad. Ya ha escampado.
            —No discutáis por sandeces —Ezka estaba cansado y tenía otros intereses de mayor importancia que escuchar la discusión del anciano y la joven—.Yo no he visto dioses esta noche, sólo esas criaturas que están tiradas por doquier.
—Iré a avisar a todos que el peligro ha pasado y que ya pueden salir. Esperen aquí —dijo la muchacha y se alejó de ellos a largas zancadas rumbo al refugio.
—Debo confesar que no creí que vosotros dos fuerais buenos guerreros —reconoció Rupert—. Me alegra no haber traído a Xero a un lugar en estas condiciones.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Ezka. Wolfy continuaba ensimismado con el niño en brazo quien se aferraba con fuerza a él.
—Una aldea en llamas no es un buen lugar para ese cruzado —explicó el comerciante—. Le traería malos recuerdos.
—¿Vos lo conocéis de antes?
—No. Sólo he hablado con él desde Colina Áspera hasta Ghekisro. Se puede conocer bien a una persona si te tomas el tiempo para hacerlo. Je, je.
—No creo que Xero sea la clase de sujeto que hable mucho de su pasado.
            —Pero todos tenemos un pasado —Rupert se encogió de hombros—. El pasado determina nuestro presente y nos prepara para el futuro. Aprender de los fracasos y corregir los errores nos ayuda a buscar un futuro mejor. Si intentáis huir del pasado, sólo estaréis huyendo de vos mismo.
—Si vos lo decís —Ezka no tenía deseos de continuar charlando con el mercader—. Tenéis más experiencia que yo.
—En eso habéis dado en el clavo —El anciano esbozó una sonrisa por el halago del monje, y sus ojos celestes, claros como un cielo sin nubes, irradiaron satisfacción—. Mirad. Al parecer vuestros coterráneos han decidido salir de su escondite.
Un grupo de personas se acercó a ellos. A la cabeza iban Aleja y el anciano elegido como jefe de la aldea, un hombre de avanzada edad como delataban su caminar lento, su espalda encorvada hacia delante, su larga barba blanca, mismo color que tenía en los pocos mechones que todavía le quedaban a cada lado de la cabeza, asomándose por detrás de las orejas.
«El viejo Mathus aún vive» Ezka se sorprendió gratamente al verlo.
—Los cachorros han vuelto ha casa —Mtahus observó con detenimiento a los jóvenes monjes, buscando con sus ojos vidriosos a los muchachitos soñadores que se habían marchado de la aldea cuatro años atrás—. Pero, veo que el lobo está triste —reconoció al niño que Wolfy cargaba en sus brazos—. ¿Ya sabes lo que le ocurrió a Rita? ¿No es así, Lowell?
—Su hermana mayor, Anna, me dijo que falleció hace dieciséis días —La voz de Wolfy estaba cargada de dolor—. No pude… No pude salvar a Anna. Sus heridas eran muy graves —Apretó los dientes como si quisiera con ello destrozar el dolor que sentía por dentro—. Pero rescaté al niño.
—Pobre pequeño. Ha perdido a toda su familia en menos de un mes. Bueno, no a toda —El anciano notó que Wolfy mirada al suelo y no le prestaba mayor atención  a sus palabras—. ¿Quieres hablar de Rita? ¿En ella estás pensando, no?
—Si no le importa, prefiero llevar al hijo de Rita al sanador para que lo revise —La respuesta de Wolfy fue cortante. Se alejó guiado por Aleja hasta el refugio, donde el sanador atendía a los heridos. Rupert fue con ellos.
—Wolfy no ha cambiado en nada —En el rostro de Mathus  se marcaron más las arrugas cuando sonrió—. Sigue siendo muy apasionado. Bajo todos esos músculos se oculta ese muchachito soñador. Y Aún ama a Rita. Eso es evidente.
—Pero ella se olvidó pronto de él. Ese niño debe haber nacido uno o dos años después de que nosotros partiésemos.
—No deberíais hablar sin tener certeza de las cosas que dices. ¿No te enseñó vuestro  padre a no prejuzgar a los demás?
—Ciertamente lo ha hecho —Ezka miró al anciano con semblante solemne—. ¿Podríais decirme dónde está mi padre?
—Murió. Dos días después de enviar la carta solicitando que ustedes regresaran.
—¿Cómo es posible? ¿Qué le ha ocurrido?
            —Se suicidó.
—Eso es… ¡Es imposible! —Las palabras del anciano fueron para Ezka más frías que las gotas de lluvia caídas momentos atrás, y el golpe más doloroso que recibió esa noche—. No tiene sentido. ¿Por qué se suicidaría días después de comunicarme que tenía cosas importantes que contarme?
—Es extraño, sí. Pero tu padre se comportaba en forma extraña en los últimos meses. Hablaba de criaturas brutales que pronto vendrían a atacarnos y convertirnos a todos en abominaciones como ellas. Hasta esta noche, incluso yo creía que eran desvaríos. Me avergüenza decirlo. Tu padre era un gran hombre. Si no fuese por ese refugio que se empecinó en construir muchos más hubiesen muerto hoy.
—¿Cómo murió? —los ojos inquisitivos de Ezka rezumaban tristeza.
—Se ahorcó. Lo encontraron colgado de una viga en el granero —Mathus apoyó una mano en el hombro del joven Lionheart quien se encontraba conmocionado—. Venid conmigo, por favor. Hay algo que debo decirle también a Lowell. Y un encargo que debo pediros a ambos.

sábado, 25 de agosto de 2012

Ezka y Wolfy - Cápitulo 1



Capítulo 1
La taberna en Ghekisro


Hacía una calurosa mañana estival. Todo el verano había sido más agobiante de lo habitual. Desde lo alto de un cielo desprovisto de nubes el sol irradiaba con furia. Dos despreocupados viajeros avanzaban rumbo al Sur. Volvían a su hogar. Los jóvenes llevaban varios días de marcha, intercambiando bromas y conversando sobre el paisaje que los rodeaba. Poco había cambiado desde que hicieran el mismo trayecto, pero en dirección opuesta, cuatro años atrás.
Cuando alcanzaron un promontorio pudieron divisar la ciudad.
            —Estamos llegando —dijo Ezka señalando hacia la urbe—. ¡Ghekisro!
            —¡Qué lastima! –se quejó Wolfy, su amigo,  un joven fornido de piel cobriza, cabello negro y ojos color  esmeralda –. Tenía ganas de tomar un poco más de sol.
            —¿No has tomado suficiente? ¡Ya estás bien bronceado! —comentó el primero con un dejo de ironía
            —Tal vez —contestó el segundo con una amplía sonrisa que exhibía su dentadura—. ¡Pero estos músculos están para ser vistos por el mundo entero! —se besó el bíceps de su brazo derecho.
            —Presumido…
            —Deberías hacer como yo y usar sólo el chaleco. ¡Estás muy pálido! —En cierto sentido, Wolfy estaba en lo correcto. Ezka tenía la piel clara y sus mejillas no tardaron en ponerse rojas por causa del sol y la temperatura—. Deberías quitarte esa sotana y vestir algo más ligero. Con el calor que hace, no entiendo por qué te torturas de esa manera.
            —La vida es sufrimiento
            —La tuya, tal vez. Ahora que nos permitieron salir, yo pienso disfrutarla.
            Entre risas y bromas el tiempo pasó veloz, y la ciudad se levantó frente a ellos, dejando de ser una mancha gris sobre el verde campo para convertirse en un enorme muro de rocas, donde dos guardias, esperaban; observando con desconfiado interés a los viajeros.
            Ghekisro era una ciudad pequeña perdida en el norte de Silveria. Ceñida por gruesos muros de piedra, en su mayoría gris, donde los manchones de musgo y las trepadoras aún no habían ganado un lugar. La antigua capital del viejo reino se había convertido en un lugar de paso para los trotamundos que iban de un extremo al otro del territorio en busca de mejor fortuna.
            Las enormes puertas de acceso sólo permanecían abiertas durante el día, y al caer la noche se cerraban a la espera del alba, en la monótona rutina de una ciudad apacible. Con cada nuevo amanecer los guardias cambiaban, pero siempre eran custodiadas por otros igual de malhumorados. Ezka y Wolfy tuvieron la fortuna de haber llegado durante el día. Durante la noche los hubiesen recibido desde una almena y con la calurosa bienvenida que sólo pueden dar los ballesteros.
             La entrada era una apertura ancha de poca altura terminada en arco. El portón estaba abierto. Siempre permanecía abierto durante el día para que los comerciantes y viajeros pudieran entrar y salir de la ciudad. Ubicados a cada lado del acceso se encontraban dos guardias, vestidos con calzones de color azul, una túnica corta de color gris, una pequeña capa que les cubría poco más que los hombros y una armadura, que no era más que una pechera de cuero endurecido reforzada con  delgadas planchas de hierro. Cada guardia portaba una espada colgada del cinturón y una pica que cruzaban para detener el paso a quienes querían ingresar, y así poder inspeccionarlos.
            —¡Alto ahí, forasteros! —exclamó uno de los guardias, menudo y con el aspecto que tiene quien acumula días sin haber dormido lo suficiente. A su derecha, el otro, un gordo con nariz de cerdo, los miraba con desprecio—. ¿Qué asunto os trae a la ciudad?
            —¡Buenos días, oficiales! –respondió Ezka sonriendo, mientras apoyaba la mano en uno de los hombros de Wolfy, quien se había exasperado por el tono brusco y soberbio con que el guardia quiso hacer notar su autoridad, y frunció el ceño, detalle que no dejó pasar—. Sólo buscamos provisiones y un lugar donde descansar. Vamos rumbo a Vazffia.
            —¿A Vazzfia, eh? —El guardia los observó detenidamente— Está bien. Podéis pasar —Con un ademán les invitó a ingresar dejando oír una risita altanera que no se forzó en ocultar—. Vosotros no lucís como el reto de los mercenarios.
            —¿Mercenarios? –preguntó Wolfy sorprendido—. ¿Qué …’
            —¿Acaso vivís bajo una roca? —Una voz grave tomó por sorpresa a los hombres en la puerta, guardias y viajeros—. ¿En verdad no sabéis lo que ocurre? ¿De dónde venís?
Al ver al hombre que preguntaba los dos guardias rápidamente se pusieron  firmes y con rostros serios le saludaron.
            —¡Mi Lord! –gritaron al unísono.
            —¡Descansad! —dijo a los guardias y luego observando a Ezka y Wolfy con una amplia sonrisa dibujada en el rostro—. Disculpadme un momento, ya os atenderé —Dirigió su mirada a un joven guardia que le acompañaba—. ¡Apresúrate, Serge! Si el rey no recibe el mensaje en persona, pide hablar con Brian. Al menos el viejo Brian sabrá que hacer.
            El joven llamado Serge montó su caballo y partió raudamente con un pequeño rollo de papel sellado que su comandante le había entregado.
            —Permitid que me presente —dijo el Comandante volviendo su vista nuevamente hacia Ezka y Wolfy—. Soy Lord Dex Andriev, Comandante de la Guardia de la Ciudad. Ahora si sois tan amables de despejar mis dudas. ¿Podéis decirme quienes sois vosotros y de dónde venís?
            ¡Yo soy Wolfy! —respondió el fornido dándose un suave golpe en el pecho con la mano abierta, y luego señalando a su amigo con un ligero movimiento, añadió—: Él es Ezka, nosotros somos...
            —¡Somos monjes! —Ezka se apresuró en interrumpir—. Venimos de un templo en las colinas de Rosary.
            —¿Monjes? ¿Han estado aislados mucho tiempo verdad? —Lord Dex dejó escapar una estruendosa carcajada—. Así que por eso parecéis salidos de una madriguera de topos, ¿eh?
            —Así es mi Lord —Ezka sonrió, como quien miente confiado que no será descubierto. Lord Dex lo miró fijamente a los ojos, frunció el ceño, luego volvió a reír como demostrándole que su mentira no fue aceptada, pero que de todas foras no le importaba demasiado.
            —¿Y que le ha ocurrido a la sotana de vuestro hermano que se pasea casi en cueros?
            —Es por el calor —se excusó Wolfy—. Pero la traigo en mi mochila si queréis verla.
—No será necesario. Pero, si pensáis causar problemas en mi ciudad, debéis saber que este viejo aun recuerda como blandir una espada ¿Eh, chico? —Lord Dex con los pocos cabellos rojizos, las líneas blancas que se filtraban en su espesa barba y las arrugas en su rostro aparentaba más edad de la que tenía, pero su gran estatura y musculatura atlética la envidiaría cualquier joven enclenque.
—¿Podría explicarnos por qué nos confundieron con mercenarios? —Wolfy cortó sin consideración las bulliciosas carcajadas del Comandante.
            —Sólo mercenarios han llegado a la ciudad en las últimas semanas —Las risas desaparecieron y el semblante de Lord Dex cambió completamente—. Debe ser por la recompensa —dijo ceñudo.
            —¿Recompensa? —Los ojos de Wolfy brillaron con destellos verdes de interés—. ¿Qué trabajo hay que hacer? —Apretó con su mano derecha su puño izquierdo.
            —¡No interrumpas, Wolfy! —Ezka le reprendió dándole un golpe en la cabeza con la palma de la mano—. Deja que el Lord Comandante termine de explicarse.
—¡Bien! Proseguiré —Lord Dex se sujetó el mentón pensativo—. Desde hace poco más de un mes han estado ocurriendo extrañas desapariciones. Al comienzo eran personas de las granjas aledañas. Hace diez días envié un grupo de cinco hombres a patrullar y buscar rastros, pero sólo uno de ellos regresó. En realidad, un granjero lo encontró escondido en su granero. Ahora lo tenemos encerrado en un calabozo.
            —¿Encerrado? —Ezka estaba intrigado—. ¿Por qué?
            —Desde que regresó sólo habla de extrañas criaturas. Engendros monstruosos y brutales. Es probable que él mismo matara a sus compañeros y luego inventase lo de los monstruos como excusa. Pero lo conozco desde pequeño y se bien que no es capaz de algo así. Tampoco tendría sentido que lo hiciese y luego se refugiara en una granja cercana a la ciudad, donde podríamos hallarlo fácilmente. Cuando se tranquilice y hable coherentemente, le haremos un interrogatorio como corresponde. Aunque no quisiera hacer sufrir al muchacho.
            —¿Ocurre algo más? —Ezka notó la preocupación en el rostro del Comandante.
            —Me inquieta que esté diciendo la verdad —El Comandante tragó saliva y se negó a creer lo que decía—. Si fuese así, no contamos con personal suficiente para asegurar la ciudad. En estos momentos hay más mercenarios y cazarecompensas que guardias. Si quisieran tomar la ciudad no podríamos evitarlo. Pero ustedes no son como ellos, ¿verdad? —Les dirigió una mirada inquisidora.
            —¡No! ¡Somos monjes! —Wolfy se forzó a reír queriendo cambiar el clima tenso que los envolvía—. Además, ¿quién quiere apoderarse de una ciudad perdida en la nada?
            —Tú no sabes nada de historia, ¿eh, chico? —Lord Dex volvió a reír.
—No comprendo —Ezka ignoró a su amigo, su curiosidad era mayor que la desmesurada alegría que Wolfy pretendía transmitir con su forzada risa falta de naturalidad—. ¿Dónde están vuestros hombres, mi señor?
—En la capital del reino. El Rey ha convocado a hombres y mujeres de todos los rincones del reino, a excepción de templos como el de ustedes. Convoca a todo aquel que sepa usar un arma, no importa cual sea. La excusa ha sido un torneo, pero no se ha comunicado en honor a qué o a quién. Es posible que el verdadero motivo sea otro. Por el momento sólo me interesa recuperar a mis hombres, no quisiera que algo ocurriese y no tener más que una docena de guardias malhumorados y cansados para controlar la situación.
—¿Acaso teméis una invasión? —Ezka observaba al comandante Dex contemplar brevemente el cielo antes de volver su mirada nuevamente hacia él y Wolfy.
—¿Quién sabe? Yo no descartaría nada. En los últimos años han estado ocurriendo cosas muy extrañas en todas partes—Lord Dex cambió su semblante volviendo a la amplia sonrisa que tenía al comienzo de la charla—. Debéis estar cansados. Ya no os quitaré más de su preciado tiempo con una conversación sobre temas que llevan nuestras mentes más allá de lo que podemos ver. Si seguís por ésta calle —Se hizo  a un lado y con un ademán de su largo brazo izquierdo les indicó un camino—, encontraréis una taberna y una posada donde podréis comer y descansar. Yo os recomiendo que primero vayáis a la taberna. Sé que os gustará.
Luego de despedirse, el comandante Dex se encaminó a las caballerizas. Ezka y Wolfy tomaron el rumbo que les habían indicado.
—¿Por qué has mentido Ezka? No somos monjes
—No he mentido. Somos monjes. Monjes guerreros —Ezka sonrió mientras con una mano se peinaba sus cabellos castaños revueltos por el viento.
—Tú serás monje. Yo soy un guerrero. Fuerte y valiente —Wolfy cerró el puño y flexionó el brazo para resaltar sus bíceps—. De todas formas, no te ha creído.
—También lo notaste, ¿No? —Ezka se encogió de hombros—. Sabe qué somos, pero nos permitió ingresar a la ciudad sin mostrar un mínimo interés en nuestros asuntos.
—Seguramente tuvo miedo de mí. O querrá que lo ayudemos a castigar a algunos buscapleitos.
—Desde que partimos del templo has querido medirte en duelo con alguien. Debes ser paciente. Cuando llegué el momento de luchar, lucharemos. Hasta entonces sólo debemos concentrarnos en volver a Vazffia, nuestro hogar.
—Guerreros que no luchan. ¡Que aburrido! —bufó Wolfy—. Espero que por lo menos los monstruos de los que habló el loco que tienen encerrado sean reales.

Situadas una frente a la otra, separadas sólo por una calle ancha, se encontraban la taberna y la posada. La primera, una vieja casona de madera, “Noah”, rezaba el cartel ovalado y verde con letras amarillas sobre la puerta de color rojo, descolorida por el tiempo. Por su parte, la posada, una enorme edificación de ladrillos, con sus dos plantas, destacaba sobre las pequeñas casuchas de maderas que la rodeaban.
            —Deben tener muchas habitaciones —dijo Wolfy.
            —Vamos a la taberna —Ezka se adelantó con intención de ingresar al local.
            —¡Por una vez quisiera descansar en una cama blanda! —se quejó Wolfy—. ¡Hemos acampado bajo las estrellas desde que salimos del templo!
            —Ya habrá tiempo para descansar cuando lleguemos a Vazffia —Se señaló el estomago—. Por ahora, debemos comer algo. Si es posible, algo que no hayamos cazado nosotros ésta vez.
— ¿Ya no te gustan las liebres?
—Se me antoja algo más elaborado.
—¿Qué mejor lugar para conseguir un platillo suculento que una posada tan elegante? —Wolfy miró por sobre sus hombros el edificio que tenía detrás.
            —No creo que podamos pagar tanto. Además hay algo que quiero averiguar. Lord Dex quería viniésemos primero a la taberna. Tal vez encontremos algo de interés aquí —Se hizo a un lado para darle paso a un hombre pequeño, delgado y de cabello ceniciento que salió apresurado por la puerta, para luego dirigirse a la posada—. ¡Entremos de una vez!
            Wolfy ya no dijo nada más y ambos entraron a la taberna. Las maldiciones,  risas y olores fuertes y rancios, se mezclaban con el humo de los cigarrillos cubriendo cada rincón de la estancia. Luego de observar unos instantes hacia  todas direcciones, notaron que las mesas estaban ocupadas por sujetos de dudosa calaña, jugaban con naipes algunos y bebían y charlaban otros.  Los jóvenes esquivaron unos hombres que los miraban con desprecio y se reían por lo bajo, luego se dirigieron a la barra, donde el tabernero servía una jarra de cerveza.
            —¡Buenas! —Ezka esbozó su mejor sonrisa.
            —¡Si no traen con que pagar, mejor regresen por donde entraron! ¡En este local no se aceptan monjes mendicantes! —El tabernero clavó sus fríos ojos negros sobre ellos—. ¡Tampoco quedan mesas libres!
            —Sí tenemos con que pagar —dijo Ezka sacudiendo una pequeña bolsa de cuero que saco de un bolsillo oculto en el interior de su sotana, «Aunque estas piedras de cobre son las últimas que nos quedan» meditó con pesar.
            —¡Espero que tengan lo suficiente para pagar lo que piensan pedir! —Sacó una cuchilla para trozar carne de aspecto vieja y mellada y la dejo sobre la barra—. ¡No sería la primera vez que le corto la mano a alguien que trata de engañarme con una bolsita llena de porquería!
            Ezka no tuvo más opciones que dejar caer sobre la barra las pocas monedas de cobre que llevaba en su bolsa.
            —¡Esto será suficiente para dos platos y algo decente que beber! —Con un veloz movimiento de mano el tabernero tomó las monedas—. ¿Es lo que queríais, no?
            —¡Así es! —respondió Ezka, resignado al ver que sus piedras desaparecían ante sus ojos azules.
            «¡Vaya que te ha cagado!», pensó Wolfy, quien se descostillaba de risa en su interior, pero por fuera sólo una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
            —Aún así no hay mesas disponibles —Se excusó el dueño mientras con una bayeta limpiaba la suciedad que había quedado donde antes apoyó la cuchilla—. Tendréis que disculpadme, señores.
            —Descuide tenemos una mesa. Usted sólo encárguese de los platos y dos jarras de fernet —le dijo al tabernero; luego éste le gritó la orden al cocinero para que comenzara a preparar un estofado de res.
—Bueno, gran negociante. ¿Cuál es nuestra mesa? —Wolfy no pudo contener más sus ganas de reír y sus ojos verdes se humedecieron cuando dejó escapar la primera carcajada.
—¡Tú sólo cállate y sígueme!
Junto a una ventana abierta de par en par, cercana a uno de los rincones del local, había una mesa. La única ocupada por una sola persona. Su sobrevesta blanca le impedía pasar desapercibido entre tantos sujetos ataviados con ropas oscuras.
            —¿Os importunaría nuestra compañía, buen señor? —Esta vez Ezka no tuvo que forzarse demasiado por sonreír, el sombrero rosa sobre la mesa le resultaba por demás ridículo.
            —Pueden sentarse, mientras no vuelvan a llamarme… señor —El extraño hizo una pausa antes de pronunciar esa última palabra—. Pero ¿por qué me eligieron a mí para honrarme con su grata compañía habiendo tantos otros en este humilde establecimiento? —Les preguntó sonriente al tiempo que retiraba su gracioso sombrero de la mesa.
—Dudo que los otros sean tan generosos en un antro como éste —le respondió Ezka; luego señalando con su mano derecha un vaso con jugo de uva y con la izquierda un plato con ensalada de lechuga y tomates, añadió—: Y viendo lo  que has escogido para almorzar…
—Mantener el cuerpo sano es necesario para fortalecer el espíritu. ¿No es esa la filosofía de los monjes de Xiao Lu?
—¿Sabes lo que somos? —Wolfy sintió curiosidad—. ¿Cómo? ¿Por que?
—Tuve la dicha de combatir junto a uno de sus hermanos. El cual me explicó lo que significan las marcas en sus muñecas —bebió un sorbo de jugo—. También es verdad que ustedes no son los primeros que pasan por Ghekisro.
—¿Vives en ésta ciudad? —Wolfy, sin pedir consentimiento, tomó un trozo de la hogaza pan que estaba sobre la mesa—. ¿O cómo es que sabes eso?
            —No. Sólo la he visitado en algunas ocasiones. Quizás en su momento de mayor esplendor. Tiempo atrás la ciudad estuvo llena de vida y con gente más agradable que la nos rodea hoy —Miró en dirección a una mesa donde unos hombres discutían, al parecer alguien había hecho trampa en el juego de naipes; luego volvió la vista a sus compañeros de mesa—. Pero, según me ha comentado el Comandante de la Guardia de la Ciudad, en los últimos meses distintos… monjes, han llegado haciendo preguntas relacionadas con uno de los suyos. Al parecer mi amigo resultó ser un desertor —El extraño sonrió y dos hoyuelos se formaron, uno a cada extremo de su amplía sonrisa—. Es lógico que así sea, si lo que me ha dicho acerca de su hermandad es verdad.
—¿Cómo se llama tu amigo? —Wolfy tomó otro trozo de la hogaza de pan. «Si que se tardan en servir de comer en este lugar»— ¿Podrías al menos contarnos que te ha dicho?
—¿Qué más da? —Se encogió de hombros—. ¿Ustedes también lo están cazando?
—¡Nosotros no sabemos nada al respecto! —Wolfy se detuvo a pensar un momento—. ¡Mejor no digas nada! Si tal conocimiento pondrá nuestras vidas en peligro, prefiero no saber. No quisiera enfrentarme a mis hermanos. ¡No me gustaría vencerlos a todos! —la risotada de Wolfy resonó con fuerza ese breve instante en que el bullicio de la muchedumbre decidió callar. Luego él y el sujeto que vestía una sobrevesta blanca cubriendo su jubón azul con mangas descoloridas continuaron charlando e intercambiando bromas, pero Ezka permaneció en silencio, observando la pared a su lado con la mirada perdida; pensando.
«Si Lord Dex sabía que nos entrenaron como asesinos, ¿Por qué nos permitió ingresar a la ciudad sin siquiera inspeccionar nuestros bolsos?», se preguntaba Ezka. «¿Nos estará vigilando o confiará en que podamos ayudarle si es que esos supuestos monstruos aparecen?»
—Dime, cruzado —clavó sus incisivos ojos azules en los ojos negros del sujeto sentado frente a él—. ¿Tu orden te ha enviado a investigar los rumores de la ciudad? ¿Qué sabes sobre las extrañas desapariciones y las criaturas que dicen haber visto?
—Sé tanto como ustedes. Yo llegué ayer, al atardecer.
—¿Qué piensas? ¿Por qué crees que desaparece la gente en la ciudad?
—¡Porque se aburren y se marchan sin decir adiós!
—¿Cómo así? ¡Explícate! —reclamo Wolfy desconcertado.
—¡Pues eso! La gente se aburre de la rutina y se marcha en busca de emociones. Pasar la vida entera cultivando nabos ha de ser muy aburrido —el cruzado se rió suavemente.
—Lo dices en broma ¿No? —le espetó Ezka observándolo ceñudo.
—¡Naturalmente! ¡Es broma! ¡No es necesario que te pongas tan serio! —respondió sin borrar la sonrisa de su rostro—. Aun así, ¿por qué se unieron ustedes a un grupo de guerreros que viven en un templo oculto en alguna colina perdida? ¿Pensaban vivir una vida apacible lejos de la ciudad?
            —-¡Nuestros motivos tienen su historia y no son de tu incumbencia! —le espetó Wolfy—. Pero en cierta forma tienes razón. Nosotros anhelábamos vivir aventuras, y que se escribieran canciones acerca de nuestras hazañas. Soñábamos algo más que pasar la vida en una pequeña aldea cultivando nabos. Sí, ciertamente tienes razón en eso.
—-Pero aunque lo diga como broma, eso no explica el por qué desaparece la gente, no sólo en esta ciudad, sino en distintas aldeas relativamente cercanas a Ghekisro —El cruzado apoyó su mentón sobre sus manos entrecruzadas, inclinándose levemente hacia delante sobre la mesa con los codos apoyados en ella.
—Y tú estás aquí para investigar lo que ocurre, ¿No es así? —le cuestionó Ezka.
—¡No! La verdad es que sólo estoy de paso. Voy rumbo a Vazffia.
—¡¿Vazffia?! —Ezka y Wolfy preguntaron al unísono.
—Sí —respondió el cruzado—. ¿Conocen la aldea?
—¡Nosotros crecimos en ella! —Esta vez Wolfy se adelantó al hablar para preguntar—. ¿Por qué motivo vas hacia allá?
—Un hermano de armas supo que me autorizaron a salir del Terradom y me pidió que hiciera una diligencia por él. Devolver algo, en realidad. Y siendo que es uno de los pocos en la orden a quien consideraría un amigo, accedí.
—¿Podemos saber quien es el destinatario? —preguntó Wolfy.
—Ezka Lionheart —respondió y los dos jóvenes sentados frente a él se quedaron boquiabiertos.
—¡Ese soy yo! —exclamó Ezka luego de reaccionar a su sorpresa.
            —¡Pruébalo! —exigió el cruzado—. Si eres tú, sabrás qué le has prestado a Rodrik.
—¡Un escudo! Realmente fue mi padre quien se lo prestó, pero mi padre y yo nos llamamos Ezka Lionheart. Se trata de un escudo ovalado, de acero, con inscripciones en esmalte dorado en el borde superior, con un león rugiendo y un pequeño corazón bajo él como blasón —se tomó un instante para pensar—. Aunque eso es algo que cualquiera que hubiese visto a Rodrik el día en que partió de Vazffia sabría. Lo que sólo mi padre y yo conocemos del escudo, es una inscripción en su parte interior, oculta por las correas, donde se puede leer: leoncito. Así me decía mi padre.
—Un escudo muy bonito para ser de un granjero.
—-Mi padre no fue granjero toda su vida —Ezka hizo caso omiso del comentario con leve sarcasmo del cruzado—. ¿Lo traes contigo?
—¡Felicidades! Has respondido correctamente. El escudo es tuyo —respondió sonriendo, y a continuación quitó la tela con cual cubría al escudo, hasta ese momento oculto tras su silla, y lo colocó sobre la mesa.
—Luego de más de seis años lo vuelvo a ver. Padre se alegrará al ver que Rodrik cumplió su promesa de devolverlo al finalizar su instrucción. Porque ¿ya ha completado su entrenamiento, verdad?
            —Ciertamente es así —El cruzado se encogió de hombros sonriendo—. No obstante, todavía no tiene autorización para abandonar el Terradom y explorar los reinos de La Unión. Su maestro considera que aún es muy impulsivo.
—¡Típico de Rodrik! Él siempre ha sido así —Wolfy lo escuchaba, pero Ezka tenía la mirada acuosa perdida en la cabeza de león del escudo, cuyo contorno recorría con los dedos.
—Odio interrumpir tus pensamientos —se excusó por sacar a Ezka del ensueño en que se encontraba—. Pero, acabo de darme cuenta que no nos hemos presentado, y hasta hace unos instantes ignoraba tu nombre. Me llamo Xero. Como ya han notado, por mi atuendo y la inscripción en el colgante de mi cadena, miembro de la Orden de la Cruz.
—¡Que modales los nuestros! —El joven Lionheart regresó del viaje al cual lo llevaron sus recuerdos—. Mi nombre es Ezka. Ezka Lionheart. A mi lado, mi amigo, Wolfy.
—¡Wolfy es nombre de perro! —Xero sonrió burlón.
—¡Cuida tus palabras! ¡O verás lo que este perro puede hacer! —Frunció el ceño para simular estar furioso, pero sabiendo que se trataba de un chiste, no pudo sostenerlo mucho tiempo y comenzó a reír—. ¡Me has caído bien! ¡Sólo por eso no te mataré! —Volvió a liberar una carcajada, ésta vez más sonora, tomó el jarro con fernet, que una mesera les había servido poco después que se hubieron sentado a la mesa, y luego de beber un trago, se presentó—. Mi nombre real es Lowell McWolfer, pero desde niño me han apodado Wolfy.
—Desde cachorro, dirás —Xero rió y los dos sentados frente a él le acompañaron.
—Es gracioso, sí. Pero, mejor no le des motivos para comenzar una riña. Wolfy tiene ganas de enfrentarse con alguien desde que abandonamos el templo hace unos días.
—No encontrará un buen oponente en ésta taberna —Xero hizo una mueca—. Aquí sólo hay ebrios que apenas pueden mantenerse en pie.
La mesera les interrumpió, ésta vez para servir dos platos de estofado de res y unas hogazas de pan.
            —Creo que el tabernero les cargó el coste de las sillas que los borrachines le rompieron antes que ustedes ingresaran, porque su banquete no vale las piedras que pagaron —Xero rió burlón—. ¿Piedras? ¡En este reino si que escogieron un nombre gracioso para su moneda!
            —Serán un chiste para ti. Pero a nosotros ahora nos hacen falta —se lamentó Wolfy.
            —Desde Merle, una aldea cercana a la mina de Colina Áspera, vengo escoltando a un comerciante que, oportunamente, también se dirige a Vazffia. Yo ahora no tengo otro motivo por el cual ir a esa aldea. Si les interesa, puedo hablar con él para que los contrate a ustedes en mi lugar. Dos hombres armados y bien entrenados por el precio de uno le resultará un buen negocio.
—¿Por qué supones que tenemos armas? —Ezka levantó una ceja al preguntar.
—¿Qué más podrían traer en esas bolsas que cargan a sus espaldas?
—-Cosas necesarias para acampar al aire libre, elementos de caza, nuestros atuendos típicos del templo...
            —Mi espada y escudo son parte de mi atuendo típico también, y lo normal es que viaje con ellos —Dejó una piedra de plata sobre la mesa para la mesera que se acercaba a cobrar la cuenta—. Por otra parte, mi amigo, uno de los suyos, me contó sobre sus métodos de lucha. Sé bien que algunos de sus hermanos suelen esconder armas muy elaboradas entre sus prendas.
            Un fugaz destello azul escapó de los ojos de Ezka, «al parecer tu amigo te ha contado demasiado. Es lógico que los ancianos, amantes del hermetismo, quieran callarlo. ¿Qué sabrá ese sujeto para que envíen môshis en su búsqueda?».
            —Iré a hablar con el señor Rupert Goodweather. Podrán reunirse con él en la posada, cuando terminen de almorzar.
—Así que nos encargas a nosotros tu trabajo de escolta, para tener la libertad que te permita investigar las desapariciones y buscar a tu amigo, ¿No? —Wolfy saboreaba tanto su deducción como el trocito de pan que había remojado en su plato.
            —Te equivocas —le corrigió el cruzado—. En primer lugar, por los comentarios que he oído desde ésta mañana, en otras dos aldeas, también han ocurrido casos similares. Pero cesaron en cuanto los granjeros se organizaron para montar guardia. Al parecer, el responsable teme encontrar resistencia. En cuanto a mi amigo, si algún día vuelvo a verle, será casualidad.
—¿Qué harás a partir de ahora, entonces? —pregunto Ezka.
-Primero, cambiar mis ropas por otras menos llamativas —Xero se puso de pie y tomó su sombrero rosa—. Este viejo sombrero originalmente era rojo, pero las caricias del sol le han quitado vida al tinte barato que le daba color —rió—. Además, este uniforme no es bien visto por algunos individuos cuando comienzo a hacer preguntas. Luego iré rumbo al Norte, tengo asuntos personales que tratar —levantó una mano como saludo de despedida—. ¡Suerte!
—Curioso sujeto, ¿Eh? —comentó Wolfy a su amigo mientras observaba al cruzado marcharse—. Pero me ha caído bien.

            Cuando terminaron de almorzar, fueron a la posada, donde el señor Rupert Goodweather los esperaba, un hombre menudo, de ojos tristes y cabello ceniciento. Luego de presentarse mutuamente, conversaron por un largo rato y llegaron a un acuerdo. Partirían al amanecer. Goodweather costearía los gastos de Ezka y Wolfy durante su estadía esa noche en la posada. Naturalmente se los descontaría de su paga.
            El día siguiente, se marcharon con los primeros rayos de sol, tal como habían acordado.
            Al ritmo en que avanzaba el carromato, con suerte llegarían a la aldea antes que la noche los cubra con su negro manto. Ezka y Wolfy viajaban en la parte trasera, custodiando un pequeño cofre, oculto entre cestas con frutas, recipientes con carne seca, barriles de vino y cerveza, y balas de pieles de lobo y leóngris, que Rupert traía consigo desde Colina Áspera.
            En su camino por los verdes campos, divisaron algunas granjas solitarias; atravesaron un bosque escasamente poblado; un arroyo, donde Wolfy cayó, llenándose de lodo, provocando las carcajadas de aquellos que iban con él.
            —¿Así que sois de Vazzfia? —preguntó Rupert Ggoodweather en algún momento del viaje para hacer más amena la marcha—. ¿Tienen familia allí o alguien que os espere y os de una grata bienvenida?
            —Yo no tengo más familia que mi hermano de aventuras aquí a mi lado —respondió Wolfy—. Aunque me gustaría creer que cierta jovencita aún continúa esperando por mí.
—Yo tengo a mi padre en la aldea.
—¿Y por qué volvéis? — Rupert escupió al camino, tenía la saliva verdosa por  causa de una hierba amarga que iba mascando, y según él, le daba buen aliento—-. ¿Se aburrieron del aislamiento en las colinas de Rosary?
—Mi padre envió una carta al templo hace algunas semanas. En ella decía que tenía un asunto importante que hablar conmigo y con Wolfy. Luego de considerarlo brevemente los Sabios Maestros nos dieron su consentimiento para viajar.
            —¿Necesitan autorización para abandonar el templo?
            —Nadie abandona el templo sin permiso de los Sabios Maestros —explico Wolfy—. Pero en nuestro caso, se hizo una excepción.
            —Ya veo —aseguró Rupert y les ofreció un poco de la hierba que llevaba en una pequeña saca. Ambos monjes la rechazaron, Ezka cortésmente y Wolfy con un gesto de repulsión.
            Continuaron charlando sobre diversos temas a lo largo del viaje.
            Pararon para que el caballo de tiro pudiera descansar, y aprovecharon para degustar sus provisiones. Luego emprendieron la marcha nuevamente. Intercambiaron anécdotas con el comerciante para aminorar el aburrimiento que les producía el traqueteo del carromato.
Cuando las primeras estrellas aparecieron en el oscuro cielo azul, Vazffia se hizo visible. Al ver su viejo hogar quedaron impactados. La alea donde habían crecido resplandecía con siniestras luces anaranjadas.
            Vazffia ardía en llamas.

martes, 21 de agosto de 2012

Mini-Prólogo

Mini-Prólogo




Hubo un tiempo de valientes héroes, de aventuras y hazañas increíbles. Historias que se convirtieron en leyendas y se transmitieron de generación en generación, alimentando las fantasías de niños y los corazones de jóvenes aventureros.
De aquellos tiempos, sólo quedan las leyendas. El presente es muy diferente.
Tras siglos de guerras originadas por la codicia de necios gobernantes y disputas ideológicas que buscaban solución en la violencia, los reinos más grandes y poderosos del continente establecieron un acuerdo que garantizaba  protección  a las naciones más pequeñas ante cualquier intento de invasión o amenaza que atentara contra la paz. Porque si una nueva guerra ha de ocurrir todos se verían involucrados. El temor a ello, es sin dudas, el único punto en común a todos.
Con la firma del Tratado de Golath, la oportunidad de tiempos de paz vio la luz. Una  paz forzada, pero paz al fin.
Se originó así una época de armonía y progreso. Aunque en ocasiones se daban conflictos entre pequeños reinos y clanes de salvajes, las contiendas eran menores y la diplomacia siempre sería la mejor forma de solucionarlos.
La estabilidad era la norma.
Acostumbrados a la tranquilidad diaria con que transcurrían los años, la vida lentamente comenzó a hacerse monótona y aburrida. No se trataba ya de sobrevivir como en los comienzos del hombre, sino sólo de vivir. Irónicamente, eso, resulta más difícil.
Las nuevas generaciones crecieron en tiempos en que las palabras envenenaban el alma y las monedas compraban voluntades. El sentido de la vida se olvido junto con las leyendas dormidas en las voces de la historia.
Son tiempos dorados, empañados por las sombras de grises nubes que obnubilan el pensamiento y disfrazan la realidad. Pero esas nubes sólo serían el comienzo de la tormenta que se avecinaba…