Capítulo 1
La taberna en Ghekisro
Hacía una calurosa mañana estival. Todo el verano había sido
más agobiante de lo habitual. Desde lo alto de un cielo desprovisto de nubes el
sol irradiaba con furia. Dos despreocupados viajeros avanzaban rumbo al Sur. Volvían
a su hogar. Los jóvenes llevaban varios días de marcha, intercambiando bromas y
conversando sobre el paisaje que los rodeaba. Poco había cambiado desde que
hicieran el mismo trayecto, pero en dirección opuesta, cuatro años atrás.
Cuando alcanzaron un promontorio
pudieron divisar la ciudad.
—Estamos
llegando —dijo Ezka señalando hacia la urbe—. ¡Ghekisro!
—¡Qué
lastima! –se quejó Wolfy, su amigo, un
joven fornido de piel cobriza, cabello negro y ojos color esmeralda –. Tenía ganas de tomar un poco más
de sol.
—¿No has
tomado suficiente? ¡Ya estás bien bronceado! —comentó el primero con un dejo de
ironía
—Tal vez —contestó
el segundo con una amplía sonrisa que exhibía su dentadura—. ¡Pero estos músculos
están para ser vistos por el mundo entero! —se besó el bíceps de su brazo
derecho.
—Presumido…
—Deberías
hacer como yo y usar sólo el chaleco. ¡Estás muy pálido! —En cierto sentido,
Wolfy estaba en lo correcto. Ezka tenía la piel clara y sus mejillas no
tardaron en ponerse rojas por causa del sol y la temperatura—. Deberías
quitarte esa sotana y vestir algo más ligero. Con el calor que hace, no
entiendo por qué te torturas de esa manera.
—La vida es
sufrimiento
—La tuya,
tal vez. Ahora que nos permitieron salir, yo pienso disfrutarla.
Entre risas
y bromas el tiempo pasó veloz, y la ciudad se levantó frente a ellos, dejando
de ser una mancha gris sobre el verde campo para convertirse en un enorme muro
de rocas, donde dos guardias, esperaban; observando con desconfiado interés a
los viajeros.
Ghekisro
era una ciudad pequeña perdida en el norte de Silveria. Ceñida por gruesos
muros de piedra, en su mayoría gris, donde los manchones de musgo y las
trepadoras aún no habían ganado un lugar. La antigua capital del viejo reino se
había convertido en un lugar de paso para los trotamundos que iban de un
extremo al otro del territorio en busca de mejor fortuna.
Las enormes
puertas de acceso sólo permanecían abiertas durante el día, y al caer la noche
se cerraban a la espera del alba, en la monótona rutina de una ciudad apacible.
Con cada nuevo amanecer los guardias cambiaban, pero siempre eran custodiadas
por otros igual de malhumorados. Ezka y Wolfy tuvieron la fortuna de haber
llegado durante el día. Durante la noche los hubiesen recibido desde una almena
y con la calurosa bienvenida que sólo pueden dar los ballesteros.
La entrada era una apertura ancha de poca altura terminada en arco. El portón estaba abierto. Siempre permanecía abierto durante el día para que los comerciantes y viajeros pudieran entrar y salir de la ciudad. Ubicados a cada lado del acceso se encontraban dos guardias, vestidos con calzones de color azul, una túnica corta de color gris, una pequeña capa que les cubría poco más que los hombros y una armadura, que no era más que una pechera de cuero endurecido reforzada con delgadas planchas de hierro. Cada guardia portaba una espada colgada del cinturón y una pica que cruzaban para detener el paso a quienes querían ingresar, y así poder inspeccionarlos.
La entrada era una apertura ancha de poca altura terminada en arco. El portón estaba abierto. Siempre permanecía abierto durante el día para que los comerciantes y viajeros pudieran entrar y salir de la ciudad. Ubicados a cada lado del acceso se encontraban dos guardias, vestidos con calzones de color azul, una túnica corta de color gris, una pequeña capa que les cubría poco más que los hombros y una armadura, que no era más que una pechera de cuero endurecido reforzada con delgadas planchas de hierro. Cada guardia portaba una espada colgada del cinturón y una pica que cruzaban para detener el paso a quienes querían ingresar, y así poder inspeccionarlos.
—¡Alto ahí,
forasteros! —exclamó uno de los guardias, menudo y con el aspecto que tiene
quien acumula días sin haber dormido lo suficiente. A su derecha, el otro, un
gordo con nariz de cerdo, los miraba con desprecio—. ¿Qué asunto os trae a la
ciudad?
—¡Buenos
días, oficiales! –respondió Ezka sonriendo, mientras apoyaba la mano en uno de
los hombros de Wolfy, quien se había exasperado por el tono brusco y soberbio
con que el guardia quiso hacer notar su autoridad, y frunció el ceño, detalle
que no dejó pasar—. Sólo buscamos provisiones y un lugar donde descansar. Vamos
rumbo a Vazffia.
—¿A
Vazzfia, eh? —El guardia los observó detenidamente— Está bien. Podéis pasar —Con
un ademán les invitó a ingresar dejando oír una risita altanera que no se forzó
en ocultar—. Vosotros no lucís como el reto de los mercenarios.
—¿Mercenarios?
–preguntó Wolfy sorprendido—. ¿Qué …’
—¿Acaso
vivís bajo una roca? —Una voz grave tomó por sorpresa a los hombres en la
puerta, guardias y viajeros—. ¿En verdad no sabéis lo que ocurre? ¿De dónde
venís?
Al ver al hombre que preguntaba los dos guardias rápidamente
se pusieron firmes y con rostros serios
le saludaron.
—¡Mi Lord!
–gritaron al unísono.
—¡Descansad!
—dijo a los guardias y luego observando a Ezka y Wolfy con una amplia sonrisa
dibujada en el rostro—. Disculpadme un momento, ya os atenderé —Dirigió su
mirada a un joven guardia que le acompañaba—. ¡Apresúrate, Serge! Si el rey no
recibe el mensaje en persona, pide hablar con Brian. Al menos el viejo Brian
sabrá que hacer.
El joven llamado
Serge montó su caballo y partió raudamente con un pequeño rollo de papel
sellado que su comandante le había entregado.
—Permitid
que me presente —dijo el Comandante volviendo su vista nuevamente hacia Ezka y
Wolfy—. Soy Lord Dex Andriev, Comandante de la Guardia de la Ciudad. Ahora si
sois tan amables de despejar mis dudas. ¿Podéis decirme quienes sois vosotros y
de dónde venís?
¡Yo soy
Wolfy! —respondió el fornido dándose un suave golpe en el pecho con la mano abierta,
y luego señalando a su amigo con un ligero movimiento, añadió—: Él es Ezka,
nosotros somos...
—¡Somos
monjes! —Ezka se apresuró en interrumpir—. Venimos de un templo en las colinas
de Rosary.
—¿Monjes?
¿Han estado aislados mucho tiempo verdad? —Lord Dex dejó escapar una estruendosa
carcajada—. Así que por eso parecéis salidos de una madriguera de topos, ¿eh?
—Así es mi
Lord —Ezka sonrió, como quien miente confiado que no será descubierto. Lord Dex
lo miró fijamente a los ojos, frunció el ceño, luego volvió a reír como
demostrándole que su mentira no fue aceptada, pero que de todas foras no le
importaba demasiado.
—¿Y que le
ha ocurrido a la sotana de vuestro hermano que se pasea casi en cueros?
—Es por el
calor —se excusó Wolfy—. Pero la traigo en mi mochila si queréis verla.
—No será necesario. Pero, si
pensáis causar problemas en mi ciudad, debéis saber que este viejo aun recuerda
como blandir una espada ¿Eh, chico? —Lord Dex con los pocos cabellos rojizos,
las líneas blancas que se filtraban en su espesa barba y las arrugas en su
rostro aparentaba más edad de la que tenía, pero su gran estatura y musculatura
atlética la envidiaría cualquier joven enclenque.
—¿Podría explicarnos por qué nos
confundieron con mercenarios? —Wolfy cortó sin consideración las bulliciosas
carcajadas del Comandante.
—Sólo mercenarios han llegado a la
ciudad en las últimas semanas —Las risas desaparecieron y el semblante de Lord
Dex cambió completamente—. Debe ser por la recompensa —dijo ceñudo.
—¿Recompensa?
—Los ojos de Wolfy brillaron con destellos verdes de interés—. ¿Qué trabajo hay
que hacer? —Apretó con su mano derecha su puño izquierdo.
—¡No
interrumpas, Wolfy! —Ezka le reprendió dándole un golpe en la cabeza con la
palma de la mano—. Deja que el Lord Comandante termine de explicarse.
—¡Bien! Proseguiré —Lord Dex se
sujetó el mentón pensativo—. Desde hace poco más de un mes han estado
ocurriendo extrañas desapariciones. Al comienzo eran personas de las granjas
aledañas. Hace diez días envié un grupo de cinco hombres a patrullar y buscar
rastros, pero sólo uno de ellos regresó. En realidad, un granjero lo encontró
escondido en su granero. Ahora lo tenemos encerrado en un calabozo.
—¿Encerrado?
—Ezka estaba intrigado—. ¿Por qué?
—Desde que
regresó sólo habla de extrañas criaturas. Engendros monstruosos y brutales. Es
probable que él mismo matara a sus compañeros y luego inventase lo de los
monstruos como excusa. Pero lo conozco desde pequeño y se bien que no es capaz
de algo así. Tampoco tendría sentido que lo hiciese y luego se refugiara en una
granja cercana a la ciudad, donde podríamos hallarlo fácilmente. Cuando se
tranquilice y hable coherentemente, le haremos un interrogatorio como
corresponde. Aunque no quisiera hacer sufrir al muchacho.
—¿Ocurre
algo más? —Ezka notó la preocupación en el rostro del Comandante.
—Me
inquieta que esté diciendo la verdad —El Comandante tragó saliva y se negó a
creer lo que decía—. Si fuese así, no contamos con personal suficiente para
asegurar la ciudad. En estos momentos hay más mercenarios y cazarecompensas que
guardias. Si quisieran tomar la ciudad no podríamos evitarlo. Pero ustedes no
son como ellos, ¿verdad? —Les dirigió una mirada inquisidora.
—¡No!
¡Somos monjes! —Wolfy se forzó a reír queriendo cambiar el clima tenso que los
envolvía—. Además, ¿quién quiere apoderarse de una ciudad perdida en la nada?
—Tú no
sabes nada de historia, ¿eh, chico? —Lord Dex volvió a reír.
—No comprendo —Ezka ignoró a su
amigo, su curiosidad era mayor que la desmesurada alegría que Wolfy pretendía
transmitir con su forzada risa falta de naturalidad—. ¿Dónde están vuestros
hombres, mi señor?
—En la capital del reino. El Rey
ha convocado a hombres y mujeres de todos los rincones del reino, a excepción
de templos como el de ustedes. Convoca a todo aquel que sepa usar un arma, no
importa cual sea. La excusa ha sido un torneo, pero no se ha comunicado en
honor a qué o a quién. Es posible que el verdadero motivo sea otro. Por el
momento sólo me interesa recuperar a mis hombres, no quisiera que algo
ocurriese y no tener más que una docena de guardias malhumorados y cansados
para controlar la situación.
—¿Acaso teméis una invasión? —Ezka
observaba al comandante Dex contemplar brevemente el cielo antes de volver su
mirada nuevamente hacia él y Wolfy.
—¿Quién sabe? Yo no descartaría
nada. En los últimos años han estado ocurriendo cosas muy extrañas en todas
partes—Lord Dex cambió su semblante volviendo a la amplia sonrisa que tenía al
comienzo de la charla—. Debéis estar cansados. Ya no os quitaré más de su
preciado tiempo con una conversación sobre temas que llevan nuestras mentes más
allá de lo que podemos ver. Si seguís por ésta calle —Se hizo a un lado y con un ademán de su largo brazo
izquierdo les indicó un camino—, encontraréis una taberna y una posada donde podréis
comer y descansar. Yo os recomiendo que primero vayáis a la taberna. Sé que os
gustará.
Luego de despedirse, el
comandante Dex se encaminó a las caballerizas. Ezka y Wolfy tomaron el rumbo
que les habían indicado.
—¿Por qué has mentido Ezka? No
somos monjes
—No he mentido. Somos monjes.
Monjes guerreros —Ezka sonrió mientras con una mano se peinaba sus cabellos
castaños revueltos por el viento.
—Tú serás monje. Yo soy un
guerrero. Fuerte y valiente —Wolfy cerró el puño y flexionó el brazo para
resaltar sus bíceps—. De todas formas, no te ha creído.
—También lo notaste, ¿No? —Ezka se
encogió de hombros—. Sabe qué somos, pero nos permitió ingresar a la ciudad sin
mostrar un mínimo interés en nuestros asuntos.
—Seguramente tuvo miedo de mí. O
querrá que lo ayudemos a castigar a algunos buscapleitos.
—Desde que partimos del templo
has querido medirte en duelo con alguien. Debes ser paciente. Cuando llegué el
momento de luchar, lucharemos. Hasta entonces sólo debemos concentrarnos en
volver a Vazffia, nuestro hogar.
—Guerreros que no luchan. ¡Que
aburrido! —bufó Wolfy—. Espero que por lo menos los monstruos de los que habló
el loco que tienen encerrado sean reales.
Situadas una frente a la otra,
separadas sólo por una calle ancha, se encontraban la taberna y la posada. La
primera, una vieja casona de madera, “Noah”,
rezaba el cartel ovalado y verde con letras amarillas sobre la puerta de color
rojo, descolorida por el tiempo. Por su parte, la posada, una enorme
edificación de ladrillos, con sus dos plantas, destacaba sobre las pequeñas
casuchas de maderas que la rodeaban.
—Deben
tener muchas habitaciones —dijo Wolfy.
—Vamos a la
taberna —Ezka se adelantó con intención de ingresar al local.
—¡Por una
vez quisiera descansar en una cama blanda! —se quejó Wolfy—. ¡Hemos acampado
bajo las estrellas desde que salimos del templo!
—Ya habrá
tiempo para descansar cuando lleguemos a Vazffia —Se señaló el estomago—. Por
ahora, debemos comer algo. Si es posible, algo que no hayamos cazado nosotros
ésta vez.
— ¿Ya no te gustan las liebres?
—Se me antoja algo más elaborado.
—¿Qué mejor lugar para conseguir
un platillo suculento que una posada tan elegante? —Wolfy miró por sobre sus
hombros el edificio que tenía detrás.
—No creo
que podamos pagar tanto. Además hay algo que quiero averiguar. Lord Dex quería
viniésemos primero a la taberna. Tal vez encontremos algo de interés aquí —Se
hizo a un lado para darle paso a un hombre pequeño, delgado y de cabello
ceniciento que salió apresurado por la puerta, para luego dirigirse a la posada—.
¡Entremos de una vez!
Wolfy ya no
dijo nada más y ambos entraron a la taberna. Las maldiciones, risas y olores fuertes y rancios, se
mezclaban con el humo de los cigarrillos cubriendo cada rincón de la estancia.
Luego de observar unos instantes hacia
todas direcciones, notaron que las mesas estaban ocupadas por sujetos de
dudosa calaña, jugaban con naipes algunos y bebían y charlaban otros. Los jóvenes esquivaron unos hombres que los
miraban con desprecio y se reían por lo bajo, luego se dirigieron a la barra,
donde el tabernero servía una jarra de cerveza.
—¡Buenas! —Ezka
esbozó su mejor sonrisa.
—¡Si no
traen con que pagar, mejor regresen por donde entraron! ¡En este local no se
aceptan monjes mendicantes! —El tabernero clavó sus fríos ojos negros sobre
ellos—. ¡Tampoco quedan mesas libres!
—Sí tenemos
con que pagar —dijo Ezka sacudiendo una pequeña bolsa de cuero que saco de un
bolsillo oculto en el interior de su sotana, «Aunque estas piedras de cobre son las últimas que nos quedan» meditó con pesar.
—¡Espero
que tengan lo suficiente para pagar lo que piensan pedir! —Sacó una cuchilla
para trozar carne de aspecto vieja y mellada y la dejo sobre la barra—. ¡No
sería la primera vez que le corto la mano a alguien que trata de engañarme con
una bolsita llena de porquería!
Ezka no
tuvo más opciones que dejar caer sobre la barra las pocas monedas de cobre que
llevaba en su bolsa.
—¡Esto será
suficiente para dos platos y algo decente que beber! —Con un veloz movimiento
de mano el tabernero tomó las monedas—. ¿Es lo que queríais, no?
—¡Así es! —respondió
Ezka, resignado al ver que sus piedras
desaparecían ante sus ojos azules.
«¡Vaya que
te ha cagado!», pensó Wolfy, quien se descostillaba de risa en su interior,
pero por fuera sólo una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
—Aún así no
hay mesas disponibles —Se excusó el dueño mientras con una bayeta limpiaba la
suciedad que había quedado donde antes apoyó la cuchilla—. Tendréis que
disculpadme, señores.
—Descuide
tenemos una mesa. Usted sólo encárguese de los platos y dos jarras de fernet —le
dijo al tabernero; luego éste le gritó la orden al cocinero para que comenzara
a preparar un estofado de res.
—Bueno, gran negociante. ¿Cuál es
nuestra mesa? —Wolfy no pudo contener más sus ganas de reír y sus ojos verdes
se humedecieron cuando dejó escapar la primera carcajada.
—¡Tú sólo cállate y sígueme!
Junto a una ventana abierta de
par en par, cercana a uno de los rincones del local, había una mesa. La única
ocupada por una sola persona. Su sobrevesta blanca le impedía pasar
desapercibido entre tantos sujetos ataviados con ropas oscuras.
—¿Os importunaría
nuestra compañía, buen señor? —Esta vez Ezka no tuvo que forzarse demasiado por
sonreír, el sombrero rosa sobre la mesa le resultaba por demás ridículo.
—Pueden
sentarse, mientras no vuelvan a llamarme… señor —El extraño hizo una pausa
antes de pronunciar esa última palabra—. Pero ¿por qué me eligieron a mí para
honrarme con su grata compañía habiendo tantos otros en este humilde establecimiento?
—Les preguntó sonriente al tiempo que retiraba su gracioso sombrero de la mesa.
—Dudo que los otros sean tan
generosos en un antro como éste —le respondió Ezka; luego señalando con su mano
derecha un vaso con jugo de uva y con la izquierda un plato con ensalada de
lechuga y tomates, añadió—: Y viendo lo
que has escogido para almorzar…
—Mantener el cuerpo sano es
necesario para fortalecer el espíritu. ¿No es esa la filosofía de los monjes de
Xiao Lu?
—¿Sabes lo que somos? —Wolfy
sintió curiosidad—. ¿Cómo? ¿Por que?
—Tuve la dicha de combatir junto
a uno de sus hermanos. El cual me explicó lo que significan las marcas en sus
muñecas —bebió un sorbo de jugo—. También es verdad que ustedes no son los
primeros que pasan por Ghekisro.
—¿Vives en ésta ciudad? —Wolfy,
sin pedir consentimiento, tomó un trozo de la hogaza pan que estaba sobre la
mesa—. ¿O cómo es que sabes eso?
—No. Sólo
la he visitado en algunas ocasiones. Quizás en su momento de mayor esplendor.
Tiempo atrás la ciudad estuvo llena de vida y con gente más agradable que la
nos rodea hoy —Miró en dirección a una mesa donde unos hombres discutían, al
parecer alguien había hecho trampa en el juego de naipes; luego volvió la vista
a sus compañeros de mesa—. Pero, según me ha comentado el Comandante de la Guardia de la Ciudad, en los últimos
meses distintos… monjes, han llegado haciendo preguntas relacionadas con uno de
los suyos. Al parecer mi amigo resultó ser un desertor —El extraño sonrió y dos
hoyuelos se formaron, uno a cada extremo de su amplía sonrisa—. Es lógico que
así sea, si lo que me ha dicho acerca de su hermandad es verdad.
—¿Cómo se llama tu amigo? —Wolfy
tomó otro trozo de la hogaza de pan. «Si que se tardan en servir de comer en
este lugar»— ¿Podrías al menos contarnos que te ha dicho?
—¿Qué más da? —Se encogió de
hombros—. ¿Ustedes también lo están cazando?
—¡Nosotros no sabemos nada al
respecto! —Wolfy se detuvo a pensar un momento—. ¡Mejor no digas nada! Si tal
conocimiento pondrá nuestras vidas en peligro, prefiero no saber. No quisiera
enfrentarme a mis hermanos. ¡No me gustaría vencerlos a todos! —la risotada de
Wolfy resonó con fuerza ese breve instante en que el bullicio de la muchedumbre
decidió callar. Luego él y el sujeto que vestía una sobrevesta blanca cubriendo
su jubón azul con mangas descoloridas continuaron charlando e intercambiando
bromas, pero Ezka permaneció en silencio, observando la pared a su lado con la
mirada perdida; pensando.
«Si Lord Dex sabía que nos
entrenaron como asesinos, ¿Por qué nos permitió ingresar a la ciudad sin
siquiera inspeccionar nuestros bolsos?», se preguntaba Ezka. «¿Nos estará
vigilando o confiará en que podamos ayudarle si es que esos supuestos monstruos
aparecen?»
—Dime, cruzado —clavó sus
incisivos ojos azules en los ojos negros del sujeto sentado frente a él—. ¿Tu
orden te ha enviado a investigar los rumores de la ciudad? ¿Qué sabes sobre las
extrañas desapariciones y las criaturas que dicen haber visto?
—Sé tanto como ustedes. Yo llegué
ayer, al atardecer.
—¿Qué piensas? ¿Por qué crees que
desaparece la gente en la ciudad?
—¡Porque se aburren y se marchan
sin decir adiós!
—¿Cómo así? ¡Explícate! —reclamo
Wolfy desconcertado.
—¡Pues eso! La gente se aburre de
la rutina y se marcha en busca de emociones. Pasar la vida entera cultivando
nabos ha de ser muy aburrido —el cruzado se rió suavemente.
—Lo dices en broma ¿No? —le
espetó Ezka observándolo ceñudo.
—¡Naturalmente! ¡Es broma! ¡No es
necesario que te pongas tan serio! —respondió sin borrar la sonrisa de su
rostro—. Aun así, ¿por qué se unieron ustedes a un grupo de guerreros que viven
en un templo oculto en alguna colina perdida? ¿Pensaban vivir una vida apacible
lejos de la ciudad?
—-¡Nuestros
motivos tienen su historia y no son de tu incumbencia! —le espetó Wolfy—. Pero
en cierta forma tienes razón. Nosotros anhelábamos vivir aventuras, y que se
escribieran canciones acerca de nuestras hazañas. Soñábamos algo más que pasar
la vida en una pequeña aldea cultivando nabos. Sí, ciertamente tienes razón en
eso.
—-Pero aunque lo diga como broma,
eso no explica el por qué desaparece la gente, no sólo en esta ciudad, sino en
distintas aldeas relativamente cercanas a Ghekisro —El cruzado apoyó su mentón
sobre sus manos entrecruzadas, inclinándose levemente hacia delante sobre la
mesa con los codos apoyados en ella.
—Y tú estás aquí para investigar
lo que ocurre, ¿No es así? —le cuestionó Ezka.
—¡No! La verdad es que sólo estoy
de paso. Voy rumbo a Vazffia.
—¡¿Vazffia?! —Ezka y Wolfy
preguntaron al unísono.
—Sí —respondió el cruzado—. ¿Conocen
la aldea?
—¡Nosotros crecimos en ella! —Esta
vez Wolfy se adelantó al hablar para preguntar—. ¿Por qué motivo vas hacia
allá?
—Un hermano de armas supo que me
autorizaron a salir del Terradom y me
pidió que hiciera una diligencia por él. Devolver algo, en realidad. Y siendo
que es uno de los pocos en la orden a quien consideraría un amigo, accedí.
—¿Podemos saber quien es el
destinatario? —preguntó Wolfy.
—Ezka Lionheart —respondió y los
dos jóvenes sentados frente a él se quedaron boquiabiertos.
—¡Ese soy yo! —exclamó Ezka luego
de reaccionar a su sorpresa.
—¡Pruébalo!
—exigió el cruzado—. Si eres tú, sabrás qué le has prestado a Rodrik.
—¡Un escudo! Realmente fue mi
padre quien se lo prestó, pero mi padre y yo nos llamamos Ezka Lionheart. Se
trata de un escudo ovalado, de acero, con inscripciones en esmalte dorado en el
borde superior, con un león rugiendo y un pequeño corazón bajo él como blasón —se
tomó un instante para pensar—. Aunque eso es algo que cualquiera que hubiese
visto a Rodrik el día en que partió de Vazffia sabría. Lo que sólo mi padre y
yo conocemos del escudo, es una inscripción en su parte interior, oculta por
las correas, donde se puede leer: leoncito. Así me decía mi padre.
—Un escudo muy bonito para ser de
un granjero.
—-Mi padre no fue granjero toda
su vida —Ezka hizo caso omiso del comentario con leve sarcasmo del cruzado—.
¿Lo traes contigo?
—¡Felicidades! Has respondido
correctamente. El escudo es tuyo —respondió sonriendo, y a continuación quitó
la tela con cual cubría al escudo, hasta ese momento oculto tras su silla, y lo
colocó sobre la mesa.
—Luego de más de seis años lo
vuelvo a ver. Padre se alegrará al ver que Rodrik cumplió su promesa de
devolverlo al finalizar su instrucción. Porque ¿ya ha completado su
entrenamiento, verdad?
—Ciertamente
es así —El cruzado se encogió de hombros sonriendo—. No obstante, todavía no
tiene autorización para abandonar el Terradom
y explorar los reinos de La
Unión. Su maestro considera que aún es muy impulsivo.
—¡Típico de Rodrik! Él siempre ha
sido así —Wolfy lo escuchaba, pero Ezka tenía la mirada acuosa perdida en la
cabeza de león del escudo, cuyo contorno recorría con los dedos.
—Odio interrumpir tus
pensamientos —se excusó por sacar a Ezka del ensueño en que se encontraba—.
Pero, acabo de darme cuenta que no nos hemos presentado, y hasta hace unos
instantes ignoraba tu nombre. Me llamo Xero. Como ya han notado, por mi atuendo
y la inscripción en el colgante de mi cadena, miembro de la Orden de la Cruz.
—¡Que modales los nuestros! —El joven
Lionheart regresó del viaje al cual lo llevaron sus recuerdos—. Mi nombre es
Ezka. Ezka Lionheart. A mi lado, mi amigo, Wolfy.
—¡Wolfy es nombre de perro! —Xero
sonrió burlón.
—¡Cuida tus palabras! ¡O verás lo
que este perro puede hacer! —Frunció el ceño para simular estar furioso, pero
sabiendo que se trataba de un chiste, no pudo sostenerlo mucho tiempo y comenzó
a reír—. ¡Me has caído bien! ¡Sólo por eso no te mataré! —Volvió a liberar una
carcajada, ésta vez más sonora, tomó el jarro con fernet, que una mesera les
había servido poco después que se hubieron sentado a la mesa, y luego de beber
un trago, se presentó—. Mi nombre real es Lowell McWolfer, pero desde niño me
han apodado Wolfy.
—Desde cachorro, dirás —Xero rió
y los dos sentados frente a él le acompañaron.
—Es gracioso, sí. Pero, mejor no
le des motivos para comenzar una riña. Wolfy tiene ganas de enfrentarse con
alguien desde que abandonamos el templo hace unos días.
—No encontrará un buen oponente
en ésta taberna —Xero hizo una mueca—. Aquí sólo hay ebrios que apenas pueden
mantenerse en pie.
La mesera les interrumpió, ésta
vez para servir dos platos de estofado de res y unas hogazas de pan.
—Creo que
el tabernero les cargó el coste de las sillas que los borrachines le rompieron
antes que ustedes ingresaran, porque su banquete no vale las piedras que pagaron —Xero rió burlón—. ¿Piedras? ¡En este reino si que
escogieron un nombre gracioso para su moneda!
—Serán un
chiste para ti. Pero a nosotros ahora nos hacen falta —se lamentó Wolfy.
—Desde
Merle, una aldea cercana a la mina de Colina Áspera, vengo escoltando a un
comerciante que, oportunamente, también se dirige a Vazffia. Yo ahora no tengo
otro motivo por el cual ir a esa aldea. Si les interesa, puedo hablar con él
para que los contrate a ustedes en mi lugar. Dos hombres armados y bien
entrenados por el precio de uno le resultará un buen negocio.
—¿Por qué supones que tenemos
armas? —Ezka levantó una ceja al preguntar.
—¿Qué más podrían traer en esas
bolsas que cargan a sus espaldas?
—-Cosas necesarias para acampar
al aire libre, elementos de caza, nuestros atuendos típicos del templo...
—Mi espada
y escudo son parte de mi atuendo típico también, y lo normal es que viaje con
ellos —Dejó una piedra de plata sobre
la mesa para la mesera que se acercaba a cobrar la cuenta—. Por otra parte, mi
amigo, uno de los suyos, me contó sobre sus métodos de lucha. Sé bien que
algunos de sus hermanos suelen esconder armas muy elaboradas entre sus prendas.
Un fugaz
destello azul escapó de los ojos de Ezka, «al parecer tu amigo te ha contado
demasiado. Es lógico que los ancianos, amantes del hermetismo, quieran
callarlo. ¿Qué sabrá ese sujeto para que envíen môshis en su búsqueda?».
—Iré a
hablar con el señor Rupert Goodweather. Podrán reunirse
con él en la posada, cuando terminen de almorzar.
—Así que nos encargas a nosotros
tu trabajo de escolta, para tener la libertad que te permita investigar las
desapariciones y buscar a tu amigo, ¿No? —Wolfy saboreaba tanto su deducción
como el trocito de pan que había remojado en su plato.
—Te
equivocas —le corrigió el cruzado—. En primer lugar, por los comentarios que he
oído desde ésta mañana, en otras dos aldeas, también han ocurrido casos
similares. Pero cesaron en cuanto los granjeros se organizaron para montar
guardia. Al parecer, el responsable teme encontrar resistencia. En cuanto a mi
amigo, si algún día vuelvo a verle, será casualidad.
—¿Qué harás a partir de ahora,
entonces? —pregunto Ezka.
-Primero, cambiar mis ropas por
otras menos llamativas —Xero se puso de pie y tomó su sombrero rosa—. Este
viejo sombrero originalmente era rojo, pero las caricias del sol le han quitado
vida al tinte barato que le daba color —rió—. Además, este uniforme no es bien
visto por algunos individuos cuando comienzo a hacer preguntas. Luego iré rumbo
al Norte, tengo asuntos personales que tratar —levantó una mano como saludo de
despedida—. ¡Suerte!
—Curioso sujeto, ¿Eh? —comentó
Wolfy a su amigo mientras observaba al cruzado marcharse—. Pero me ha caído
bien.
Cuando
terminaron de almorzar, fueron a la posada, donde el señor Rupert Goodweather los esperaba, un hombre menudo, de ojos tristes y
cabello ceniciento. Luego de presentarse mutuamente, conversaron por un largo
rato y llegaron a un acuerdo. Partirían al amanecer. Goodweather
costearía los gastos de Ezka y Wolfy durante su estadía esa noche en la
posada. Naturalmente se los descontaría de su paga.
El día
siguiente, se marcharon con los primeros rayos de sol, tal como habían
acordado.
Al ritmo en
que avanzaba el carromato, con suerte llegarían a la aldea antes que la noche
los cubra con su negro manto. Ezka y Wolfy viajaban en la parte trasera,
custodiando un pequeño cofre, oculto entre cestas con frutas, recipientes con
carne seca, barriles de vino y cerveza, y balas de pieles de lobo y leóngris,
que Rupert traía consigo desde Colina Áspera.
En su
camino por los verdes campos, divisaron algunas granjas solitarias; atravesaron
un bosque escasamente poblado; un arroyo, donde Wolfy cayó, llenándose de lodo,
provocando las carcajadas de aquellos que iban con él.
—¿Así que
sois de Vazzfia? —preguntó Rupert Ggoodweather en algún
momento del viaje para hacer más amena la marcha—. ¿Tienen familia allí o
alguien que os espere y os de una grata bienvenida?
—Yo no
tengo más familia que mi hermano de aventuras aquí a mi lado —respondió Wolfy—.
Aunque me gustaría creer que cierta jovencita aún continúa esperando por mí.
—Yo tengo a mi padre en la aldea.
—¿Y por qué volvéis? — Rupert
escupió al camino, tenía la saliva verdosa por
causa de una hierba amarga que iba mascando, y según él, le daba buen
aliento—-. ¿Se aburrieron del aislamiento en las colinas de Rosary?
—Mi padre envió una carta al
templo hace algunas semanas. En ella decía que tenía un asunto importante que
hablar conmigo y con Wolfy. Luego de considerarlo brevemente los Sabios
Maestros nos dieron su consentimiento para viajar.
—¿Necesitan
autorización para abandonar el templo?
—Nadie
abandona el templo sin permiso de los Sabios Maestros —explico Wolfy—. Pero en
nuestro caso, se hizo una excepción.
—Ya veo —aseguró
Rupert y les ofreció un poco de la hierba que llevaba en una pequeña saca.
Ambos monjes la rechazaron, Ezka cortésmente y Wolfy con un gesto de repulsión.
Continuaron
charlando sobre diversos temas a lo largo del viaje.
Pararon
para que el caballo de tiro pudiera descansar, y aprovecharon para degustar sus
provisiones. Luego emprendieron la marcha nuevamente. Intercambiaron anécdotas
con el comerciante para aminorar el aburrimiento que les producía el traqueteo
del carromato.
Cuando las primeras estrellas
aparecieron en el oscuro cielo azul, Vazffia se hizo visible. Al ver su viejo
hogar quedaron impactados. La alea donde habían crecido resplandecía con
siniestras luces anaranjadas.
Vazffia
ardía en llamas.