sábado, 25 de agosto de 2012

Ezka y Wolfy - Cápitulo 1



Capítulo 1
La taberna en Ghekisro


Hacía una calurosa mañana estival. Todo el verano había sido más agobiante de lo habitual. Desde lo alto de un cielo desprovisto de nubes el sol irradiaba con furia. Dos despreocupados viajeros avanzaban rumbo al Sur. Volvían a su hogar. Los jóvenes llevaban varios días de marcha, intercambiando bromas y conversando sobre el paisaje que los rodeaba. Poco había cambiado desde que hicieran el mismo trayecto, pero en dirección opuesta, cuatro años atrás.
Cuando alcanzaron un promontorio pudieron divisar la ciudad.
            —Estamos llegando —dijo Ezka señalando hacia la urbe—. ¡Ghekisro!
            —¡Qué lastima! –se quejó Wolfy, su amigo,  un joven fornido de piel cobriza, cabello negro y ojos color  esmeralda –. Tenía ganas de tomar un poco más de sol.
            —¿No has tomado suficiente? ¡Ya estás bien bronceado! —comentó el primero con un dejo de ironía
            —Tal vez —contestó el segundo con una amplía sonrisa que exhibía su dentadura—. ¡Pero estos músculos están para ser vistos por el mundo entero! —se besó el bíceps de su brazo derecho.
            —Presumido…
            —Deberías hacer como yo y usar sólo el chaleco. ¡Estás muy pálido! —En cierto sentido, Wolfy estaba en lo correcto. Ezka tenía la piel clara y sus mejillas no tardaron en ponerse rojas por causa del sol y la temperatura—. Deberías quitarte esa sotana y vestir algo más ligero. Con el calor que hace, no entiendo por qué te torturas de esa manera.
            —La vida es sufrimiento
            —La tuya, tal vez. Ahora que nos permitieron salir, yo pienso disfrutarla.
            Entre risas y bromas el tiempo pasó veloz, y la ciudad se levantó frente a ellos, dejando de ser una mancha gris sobre el verde campo para convertirse en un enorme muro de rocas, donde dos guardias, esperaban; observando con desconfiado interés a los viajeros.
            Ghekisro era una ciudad pequeña perdida en el norte de Silveria. Ceñida por gruesos muros de piedra, en su mayoría gris, donde los manchones de musgo y las trepadoras aún no habían ganado un lugar. La antigua capital del viejo reino se había convertido en un lugar de paso para los trotamundos que iban de un extremo al otro del territorio en busca de mejor fortuna.
            Las enormes puertas de acceso sólo permanecían abiertas durante el día, y al caer la noche se cerraban a la espera del alba, en la monótona rutina de una ciudad apacible. Con cada nuevo amanecer los guardias cambiaban, pero siempre eran custodiadas por otros igual de malhumorados. Ezka y Wolfy tuvieron la fortuna de haber llegado durante el día. Durante la noche los hubiesen recibido desde una almena y con la calurosa bienvenida que sólo pueden dar los ballesteros.
             La entrada era una apertura ancha de poca altura terminada en arco. El portón estaba abierto. Siempre permanecía abierto durante el día para que los comerciantes y viajeros pudieran entrar y salir de la ciudad. Ubicados a cada lado del acceso se encontraban dos guardias, vestidos con calzones de color azul, una túnica corta de color gris, una pequeña capa que les cubría poco más que los hombros y una armadura, que no era más que una pechera de cuero endurecido reforzada con  delgadas planchas de hierro. Cada guardia portaba una espada colgada del cinturón y una pica que cruzaban para detener el paso a quienes querían ingresar, y así poder inspeccionarlos.
            —¡Alto ahí, forasteros! —exclamó uno de los guardias, menudo y con el aspecto que tiene quien acumula días sin haber dormido lo suficiente. A su derecha, el otro, un gordo con nariz de cerdo, los miraba con desprecio—. ¿Qué asunto os trae a la ciudad?
            —¡Buenos días, oficiales! –respondió Ezka sonriendo, mientras apoyaba la mano en uno de los hombros de Wolfy, quien se había exasperado por el tono brusco y soberbio con que el guardia quiso hacer notar su autoridad, y frunció el ceño, detalle que no dejó pasar—. Sólo buscamos provisiones y un lugar donde descansar. Vamos rumbo a Vazffia.
            —¿A Vazzfia, eh? —El guardia los observó detenidamente— Está bien. Podéis pasar —Con un ademán les invitó a ingresar dejando oír una risita altanera que no se forzó en ocultar—. Vosotros no lucís como el reto de los mercenarios.
            —¿Mercenarios? –preguntó Wolfy sorprendido—. ¿Qué …’
            —¿Acaso vivís bajo una roca? —Una voz grave tomó por sorpresa a los hombres en la puerta, guardias y viajeros—. ¿En verdad no sabéis lo que ocurre? ¿De dónde venís?
Al ver al hombre que preguntaba los dos guardias rápidamente se pusieron  firmes y con rostros serios le saludaron.
            —¡Mi Lord! –gritaron al unísono.
            —¡Descansad! —dijo a los guardias y luego observando a Ezka y Wolfy con una amplia sonrisa dibujada en el rostro—. Disculpadme un momento, ya os atenderé —Dirigió su mirada a un joven guardia que le acompañaba—. ¡Apresúrate, Serge! Si el rey no recibe el mensaje en persona, pide hablar con Brian. Al menos el viejo Brian sabrá que hacer.
            El joven llamado Serge montó su caballo y partió raudamente con un pequeño rollo de papel sellado que su comandante le había entregado.
            —Permitid que me presente —dijo el Comandante volviendo su vista nuevamente hacia Ezka y Wolfy—. Soy Lord Dex Andriev, Comandante de la Guardia de la Ciudad. Ahora si sois tan amables de despejar mis dudas. ¿Podéis decirme quienes sois vosotros y de dónde venís?
            ¡Yo soy Wolfy! —respondió el fornido dándose un suave golpe en el pecho con la mano abierta, y luego señalando a su amigo con un ligero movimiento, añadió—: Él es Ezka, nosotros somos...
            —¡Somos monjes! —Ezka se apresuró en interrumpir—. Venimos de un templo en las colinas de Rosary.
            —¿Monjes? ¿Han estado aislados mucho tiempo verdad? —Lord Dex dejó escapar una estruendosa carcajada—. Así que por eso parecéis salidos de una madriguera de topos, ¿eh?
            —Así es mi Lord —Ezka sonrió, como quien miente confiado que no será descubierto. Lord Dex lo miró fijamente a los ojos, frunció el ceño, luego volvió a reír como demostrándole que su mentira no fue aceptada, pero que de todas foras no le importaba demasiado.
            —¿Y que le ha ocurrido a la sotana de vuestro hermano que se pasea casi en cueros?
            —Es por el calor —se excusó Wolfy—. Pero la traigo en mi mochila si queréis verla.
—No será necesario. Pero, si pensáis causar problemas en mi ciudad, debéis saber que este viejo aun recuerda como blandir una espada ¿Eh, chico? —Lord Dex con los pocos cabellos rojizos, las líneas blancas que se filtraban en su espesa barba y las arrugas en su rostro aparentaba más edad de la que tenía, pero su gran estatura y musculatura atlética la envidiaría cualquier joven enclenque.
—¿Podría explicarnos por qué nos confundieron con mercenarios? —Wolfy cortó sin consideración las bulliciosas carcajadas del Comandante.
            —Sólo mercenarios han llegado a la ciudad en las últimas semanas —Las risas desaparecieron y el semblante de Lord Dex cambió completamente—. Debe ser por la recompensa —dijo ceñudo.
            —¿Recompensa? —Los ojos de Wolfy brillaron con destellos verdes de interés—. ¿Qué trabajo hay que hacer? —Apretó con su mano derecha su puño izquierdo.
            —¡No interrumpas, Wolfy! —Ezka le reprendió dándole un golpe en la cabeza con la palma de la mano—. Deja que el Lord Comandante termine de explicarse.
—¡Bien! Proseguiré —Lord Dex se sujetó el mentón pensativo—. Desde hace poco más de un mes han estado ocurriendo extrañas desapariciones. Al comienzo eran personas de las granjas aledañas. Hace diez días envié un grupo de cinco hombres a patrullar y buscar rastros, pero sólo uno de ellos regresó. En realidad, un granjero lo encontró escondido en su granero. Ahora lo tenemos encerrado en un calabozo.
            —¿Encerrado? —Ezka estaba intrigado—. ¿Por qué?
            —Desde que regresó sólo habla de extrañas criaturas. Engendros monstruosos y brutales. Es probable que él mismo matara a sus compañeros y luego inventase lo de los monstruos como excusa. Pero lo conozco desde pequeño y se bien que no es capaz de algo así. Tampoco tendría sentido que lo hiciese y luego se refugiara en una granja cercana a la ciudad, donde podríamos hallarlo fácilmente. Cuando se tranquilice y hable coherentemente, le haremos un interrogatorio como corresponde. Aunque no quisiera hacer sufrir al muchacho.
            —¿Ocurre algo más? —Ezka notó la preocupación en el rostro del Comandante.
            —Me inquieta que esté diciendo la verdad —El Comandante tragó saliva y se negó a creer lo que decía—. Si fuese así, no contamos con personal suficiente para asegurar la ciudad. En estos momentos hay más mercenarios y cazarecompensas que guardias. Si quisieran tomar la ciudad no podríamos evitarlo. Pero ustedes no son como ellos, ¿verdad? —Les dirigió una mirada inquisidora.
            —¡No! ¡Somos monjes! —Wolfy se forzó a reír queriendo cambiar el clima tenso que los envolvía—. Además, ¿quién quiere apoderarse de una ciudad perdida en la nada?
            —Tú no sabes nada de historia, ¿eh, chico? —Lord Dex volvió a reír.
—No comprendo —Ezka ignoró a su amigo, su curiosidad era mayor que la desmesurada alegría que Wolfy pretendía transmitir con su forzada risa falta de naturalidad—. ¿Dónde están vuestros hombres, mi señor?
—En la capital del reino. El Rey ha convocado a hombres y mujeres de todos los rincones del reino, a excepción de templos como el de ustedes. Convoca a todo aquel que sepa usar un arma, no importa cual sea. La excusa ha sido un torneo, pero no se ha comunicado en honor a qué o a quién. Es posible que el verdadero motivo sea otro. Por el momento sólo me interesa recuperar a mis hombres, no quisiera que algo ocurriese y no tener más que una docena de guardias malhumorados y cansados para controlar la situación.
—¿Acaso teméis una invasión? —Ezka observaba al comandante Dex contemplar brevemente el cielo antes de volver su mirada nuevamente hacia él y Wolfy.
—¿Quién sabe? Yo no descartaría nada. En los últimos años han estado ocurriendo cosas muy extrañas en todas partes—Lord Dex cambió su semblante volviendo a la amplia sonrisa que tenía al comienzo de la charla—. Debéis estar cansados. Ya no os quitaré más de su preciado tiempo con una conversación sobre temas que llevan nuestras mentes más allá de lo que podemos ver. Si seguís por ésta calle —Se hizo  a un lado y con un ademán de su largo brazo izquierdo les indicó un camino—, encontraréis una taberna y una posada donde podréis comer y descansar. Yo os recomiendo que primero vayáis a la taberna. Sé que os gustará.
Luego de despedirse, el comandante Dex se encaminó a las caballerizas. Ezka y Wolfy tomaron el rumbo que les habían indicado.
—¿Por qué has mentido Ezka? No somos monjes
—No he mentido. Somos monjes. Monjes guerreros —Ezka sonrió mientras con una mano se peinaba sus cabellos castaños revueltos por el viento.
—Tú serás monje. Yo soy un guerrero. Fuerte y valiente —Wolfy cerró el puño y flexionó el brazo para resaltar sus bíceps—. De todas formas, no te ha creído.
—También lo notaste, ¿No? —Ezka se encogió de hombros—. Sabe qué somos, pero nos permitió ingresar a la ciudad sin mostrar un mínimo interés en nuestros asuntos.
—Seguramente tuvo miedo de mí. O querrá que lo ayudemos a castigar a algunos buscapleitos.
—Desde que partimos del templo has querido medirte en duelo con alguien. Debes ser paciente. Cuando llegué el momento de luchar, lucharemos. Hasta entonces sólo debemos concentrarnos en volver a Vazffia, nuestro hogar.
—Guerreros que no luchan. ¡Que aburrido! —bufó Wolfy—. Espero que por lo menos los monstruos de los que habló el loco que tienen encerrado sean reales.

Situadas una frente a la otra, separadas sólo por una calle ancha, se encontraban la taberna y la posada. La primera, una vieja casona de madera, “Noah”, rezaba el cartel ovalado y verde con letras amarillas sobre la puerta de color rojo, descolorida por el tiempo. Por su parte, la posada, una enorme edificación de ladrillos, con sus dos plantas, destacaba sobre las pequeñas casuchas de maderas que la rodeaban.
            —Deben tener muchas habitaciones —dijo Wolfy.
            —Vamos a la taberna —Ezka se adelantó con intención de ingresar al local.
            —¡Por una vez quisiera descansar en una cama blanda! —se quejó Wolfy—. ¡Hemos acampado bajo las estrellas desde que salimos del templo!
            —Ya habrá tiempo para descansar cuando lleguemos a Vazffia —Se señaló el estomago—. Por ahora, debemos comer algo. Si es posible, algo que no hayamos cazado nosotros ésta vez.
— ¿Ya no te gustan las liebres?
—Se me antoja algo más elaborado.
—¿Qué mejor lugar para conseguir un platillo suculento que una posada tan elegante? —Wolfy miró por sobre sus hombros el edificio que tenía detrás.
            —No creo que podamos pagar tanto. Además hay algo que quiero averiguar. Lord Dex quería viniésemos primero a la taberna. Tal vez encontremos algo de interés aquí —Se hizo a un lado para darle paso a un hombre pequeño, delgado y de cabello ceniciento que salió apresurado por la puerta, para luego dirigirse a la posada—. ¡Entremos de una vez!
            Wolfy ya no dijo nada más y ambos entraron a la taberna. Las maldiciones,  risas y olores fuertes y rancios, se mezclaban con el humo de los cigarrillos cubriendo cada rincón de la estancia. Luego de observar unos instantes hacia  todas direcciones, notaron que las mesas estaban ocupadas por sujetos de dudosa calaña, jugaban con naipes algunos y bebían y charlaban otros.  Los jóvenes esquivaron unos hombres que los miraban con desprecio y se reían por lo bajo, luego se dirigieron a la barra, donde el tabernero servía una jarra de cerveza.
            —¡Buenas! —Ezka esbozó su mejor sonrisa.
            —¡Si no traen con que pagar, mejor regresen por donde entraron! ¡En este local no se aceptan monjes mendicantes! —El tabernero clavó sus fríos ojos negros sobre ellos—. ¡Tampoco quedan mesas libres!
            —Sí tenemos con que pagar —dijo Ezka sacudiendo una pequeña bolsa de cuero que saco de un bolsillo oculto en el interior de su sotana, «Aunque estas piedras de cobre son las últimas que nos quedan» meditó con pesar.
            —¡Espero que tengan lo suficiente para pagar lo que piensan pedir! —Sacó una cuchilla para trozar carne de aspecto vieja y mellada y la dejo sobre la barra—. ¡No sería la primera vez que le corto la mano a alguien que trata de engañarme con una bolsita llena de porquería!
            Ezka no tuvo más opciones que dejar caer sobre la barra las pocas monedas de cobre que llevaba en su bolsa.
            —¡Esto será suficiente para dos platos y algo decente que beber! —Con un veloz movimiento de mano el tabernero tomó las monedas—. ¿Es lo que queríais, no?
            —¡Así es! —respondió Ezka, resignado al ver que sus piedras desaparecían ante sus ojos azules.
            «¡Vaya que te ha cagado!», pensó Wolfy, quien se descostillaba de risa en su interior, pero por fuera sólo una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
            —Aún así no hay mesas disponibles —Se excusó el dueño mientras con una bayeta limpiaba la suciedad que había quedado donde antes apoyó la cuchilla—. Tendréis que disculpadme, señores.
            —Descuide tenemos una mesa. Usted sólo encárguese de los platos y dos jarras de fernet —le dijo al tabernero; luego éste le gritó la orden al cocinero para que comenzara a preparar un estofado de res.
—Bueno, gran negociante. ¿Cuál es nuestra mesa? —Wolfy no pudo contener más sus ganas de reír y sus ojos verdes se humedecieron cuando dejó escapar la primera carcajada.
—¡Tú sólo cállate y sígueme!
Junto a una ventana abierta de par en par, cercana a uno de los rincones del local, había una mesa. La única ocupada por una sola persona. Su sobrevesta blanca le impedía pasar desapercibido entre tantos sujetos ataviados con ropas oscuras.
            —¿Os importunaría nuestra compañía, buen señor? —Esta vez Ezka no tuvo que forzarse demasiado por sonreír, el sombrero rosa sobre la mesa le resultaba por demás ridículo.
            —Pueden sentarse, mientras no vuelvan a llamarme… señor —El extraño hizo una pausa antes de pronunciar esa última palabra—. Pero ¿por qué me eligieron a mí para honrarme con su grata compañía habiendo tantos otros en este humilde establecimiento? —Les preguntó sonriente al tiempo que retiraba su gracioso sombrero de la mesa.
—Dudo que los otros sean tan generosos en un antro como éste —le respondió Ezka; luego señalando con su mano derecha un vaso con jugo de uva y con la izquierda un plato con ensalada de lechuga y tomates, añadió—: Y viendo lo  que has escogido para almorzar…
—Mantener el cuerpo sano es necesario para fortalecer el espíritu. ¿No es esa la filosofía de los monjes de Xiao Lu?
—¿Sabes lo que somos? —Wolfy sintió curiosidad—. ¿Cómo? ¿Por que?
—Tuve la dicha de combatir junto a uno de sus hermanos. El cual me explicó lo que significan las marcas en sus muñecas —bebió un sorbo de jugo—. También es verdad que ustedes no son los primeros que pasan por Ghekisro.
—¿Vives en ésta ciudad? —Wolfy, sin pedir consentimiento, tomó un trozo de la hogaza pan que estaba sobre la mesa—. ¿O cómo es que sabes eso?
            —No. Sólo la he visitado en algunas ocasiones. Quizás en su momento de mayor esplendor. Tiempo atrás la ciudad estuvo llena de vida y con gente más agradable que la nos rodea hoy —Miró en dirección a una mesa donde unos hombres discutían, al parecer alguien había hecho trampa en el juego de naipes; luego volvió la vista a sus compañeros de mesa—. Pero, según me ha comentado el Comandante de la Guardia de la Ciudad, en los últimos meses distintos… monjes, han llegado haciendo preguntas relacionadas con uno de los suyos. Al parecer mi amigo resultó ser un desertor —El extraño sonrió y dos hoyuelos se formaron, uno a cada extremo de su amplía sonrisa—. Es lógico que así sea, si lo que me ha dicho acerca de su hermandad es verdad.
—¿Cómo se llama tu amigo? —Wolfy tomó otro trozo de la hogaza de pan. «Si que se tardan en servir de comer en este lugar»— ¿Podrías al menos contarnos que te ha dicho?
—¿Qué más da? —Se encogió de hombros—. ¿Ustedes también lo están cazando?
—¡Nosotros no sabemos nada al respecto! —Wolfy se detuvo a pensar un momento—. ¡Mejor no digas nada! Si tal conocimiento pondrá nuestras vidas en peligro, prefiero no saber. No quisiera enfrentarme a mis hermanos. ¡No me gustaría vencerlos a todos! —la risotada de Wolfy resonó con fuerza ese breve instante en que el bullicio de la muchedumbre decidió callar. Luego él y el sujeto que vestía una sobrevesta blanca cubriendo su jubón azul con mangas descoloridas continuaron charlando e intercambiando bromas, pero Ezka permaneció en silencio, observando la pared a su lado con la mirada perdida; pensando.
«Si Lord Dex sabía que nos entrenaron como asesinos, ¿Por qué nos permitió ingresar a la ciudad sin siquiera inspeccionar nuestros bolsos?», se preguntaba Ezka. «¿Nos estará vigilando o confiará en que podamos ayudarle si es que esos supuestos monstruos aparecen?»
—Dime, cruzado —clavó sus incisivos ojos azules en los ojos negros del sujeto sentado frente a él—. ¿Tu orden te ha enviado a investigar los rumores de la ciudad? ¿Qué sabes sobre las extrañas desapariciones y las criaturas que dicen haber visto?
—Sé tanto como ustedes. Yo llegué ayer, al atardecer.
—¿Qué piensas? ¿Por qué crees que desaparece la gente en la ciudad?
—¡Porque se aburren y se marchan sin decir adiós!
—¿Cómo así? ¡Explícate! —reclamo Wolfy desconcertado.
—¡Pues eso! La gente se aburre de la rutina y se marcha en busca de emociones. Pasar la vida entera cultivando nabos ha de ser muy aburrido —el cruzado se rió suavemente.
—Lo dices en broma ¿No? —le espetó Ezka observándolo ceñudo.
—¡Naturalmente! ¡Es broma! ¡No es necesario que te pongas tan serio! —respondió sin borrar la sonrisa de su rostro—. Aun así, ¿por qué se unieron ustedes a un grupo de guerreros que viven en un templo oculto en alguna colina perdida? ¿Pensaban vivir una vida apacible lejos de la ciudad?
            —-¡Nuestros motivos tienen su historia y no son de tu incumbencia! —le espetó Wolfy—. Pero en cierta forma tienes razón. Nosotros anhelábamos vivir aventuras, y que se escribieran canciones acerca de nuestras hazañas. Soñábamos algo más que pasar la vida en una pequeña aldea cultivando nabos. Sí, ciertamente tienes razón en eso.
—-Pero aunque lo diga como broma, eso no explica el por qué desaparece la gente, no sólo en esta ciudad, sino en distintas aldeas relativamente cercanas a Ghekisro —El cruzado apoyó su mentón sobre sus manos entrecruzadas, inclinándose levemente hacia delante sobre la mesa con los codos apoyados en ella.
—Y tú estás aquí para investigar lo que ocurre, ¿No es así? —le cuestionó Ezka.
—¡No! La verdad es que sólo estoy de paso. Voy rumbo a Vazffia.
—¡¿Vazffia?! —Ezka y Wolfy preguntaron al unísono.
—Sí —respondió el cruzado—. ¿Conocen la aldea?
—¡Nosotros crecimos en ella! —Esta vez Wolfy se adelantó al hablar para preguntar—. ¿Por qué motivo vas hacia allá?
—Un hermano de armas supo que me autorizaron a salir del Terradom y me pidió que hiciera una diligencia por él. Devolver algo, en realidad. Y siendo que es uno de los pocos en la orden a quien consideraría un amigo, accedí.
—¿Podemos saber quien es el destinatario? —preguntó Wolfy.
—Ezka Lionheart —respondió y los dos jóvenes sentados frente a él se quedaron boquiabiertos.
—¡Ese soy yo! —exclamó Ezka luego de reaccionar a su sorpresa.
            —¡Pruébalo! —exigió el cruzado—. Si eres tú, sabrás qué le has prestado a Rodrik.
—¡Un escudo! Realmente fue mi padre quien se lo prestó, pero mi padre y yo nos llamamos Ezka Lionheart. Se trata de un escudo ovalado, de acero, con inscripciones en esmalte dorado en el borde superior, con un león rugiendo y un pequeño corazón bajo él como blasón —se tomó un instante para pensar—. Aunque eso es algo que cualquiera que hubiese visto a Rodrik el día en que partió de Vazffia sabría. Lo que sólo mi padre y yo conocemos del escudo, es una inscripción en su parte interior, oculta por las correas, donde se puede leer: leoncito. Así me decía mi padre.
—Un escudo muy bonito para ser de un granjero.
—-Mi padre no fue granjero toda su vida —Ezka hizo caso omiso del comentario con leve sarcasmo del cruzado—. ¿Lo traes contigo?
—¡Felicidades! Has respondido correctamente. El escudo es tuyo —respondió sonriendo, y a continuación quitó la tela con cual cubría al escudo, hasta ese momento oculto tras su silla, y lo colocó sobre la mesa.
—Luego de más de seis años lo vuelvo a ver. Padre se alegrará al ver que Rodrik cumplió su promesa de devolverlo al finalizar su instrucción. Porque ¿ya ha completado su entrenamiento, verdad?
            —Ciertamente es así —El cruzado se encogió de hombros sonriendo—. No obstante, todavía no tiene autorización para abandonar el Terradom y explorar los reinos de La Unión. Su maestro considera que aún es muy impulsivo.
—¡Típico de Rodrik! Él siempre ha sido así —Wolfy lo escuchaba, pero Ezka tenía la mirada acuosa perdida en la cabeza de león del escudo, cuyo contorno recorría con los dedos.
—Odio interrumpir tus pensamientos —se excusó por sacar a Ezka del ensueño en que se encontraba—. Pero, acabo de darme cuenta que no nos hemos presentado, y hasta hace unos instantes ignoraba tu nombre. Me llamo Xero. Como ya han notado, por mi atuendo y la inscripción en el colgante de mi cadena, miembro de la Orden de la Cruz.
—¡Que modales los nuestros! —El joven Lionheart regresó del viaje al cual lo llevaron sus recuerdos—. Mi nombre es Ezka. Ezka Lionheart. A mi lado, mi amigo, Wolfy.
—¡Wolfy es nombre de perro! —Xero sonrió burlón.
—¡Cuida tus palabras! ¡O verás lo que este perro puede hacer! —Frunció el ceño para simular estar furioso, pero sabiendo que se trataba de un chiste, no pudo sostenerlo mucho tiempo y comenzó a reír—. ¡Me has caído bien! ¡Sólo por eso no te mataré! —Volvió a liberar una carcajada, ésta vez más sonora, tomó el jarro con fernet, que una mesera les había servido poco después que se hubieron sentado a la mesa, y luego de beber un trago, se presentó—. Mi nombre real es Lowell McWolfer, pero desde niño me han apodado Wolfy.
—Desde cachorro, dirás —Xero rió y los dos sentados frente a él le acompañaron.
—Es gracioso, sí. Pero, mejor no le des motivos para comenzar una riña. Wolfy tiene ganas de enfrentarse con alguien desde que abandonamos el templo hace unos días.
—No encontrará un buen oponente en ésta taberna —Xero hizo una mueca—. Aquí sólo hay ebrios que apenas pueden mantenerse en pie.
La mesera les interrumpió, ésta vez para servir dos platos de estofado de res y unas hogazas de pan.
            —Creo que el tabernero les cargó el coste de las sillas que los borrachines le rompieron antes que ustedes ingresaran, porque su banquete no vale las piedras que pagaron —Xero rió burlón—. ¿Piedras? ¡En este reino si que escogieron un nombre gracioso para su moneda!
            —Serán un chiste para ti. Pero a nosotros ahora nos hacen falta —se lamentó Wolfy.
            —Desde Merle, una aldea cercana a la mina de Colina Áspera, vengo escoltando a un comerciante que, oportunamente, también se dirige a Vazffia. Yo ahora no tengo otro motivo por el cual ir a esa aldea. Si les interesa, puedo hablar con él para que los contrate a ustedes en mi lugar. Dos hombres armados y bien entrenados por el precio de uno le resultará un buen negocio.
—¿Por qué supones que tenemos armas? —Ezka levantó una ceja al preguntar.
—¿Qué más podrían traer en esas bolsas que cargan a sus espaldas?
—-Cosas necesarias para acampar al aire libre, elementos de caza, nuestros atuendos típicos del templo...
            —Mi espada y escudo son parte de mi atuendo típico también, y lo normal es que viaje con ellos —Dejó una piedra de plata sobre la mesa para la mesera que se acercaba a cobrar la cuenta—. Por otra parte, mi amigo, uno de los suyos, me contó sobre sus métodos de lucha. Sé bien que algunos de sus hermanos suelen esconder armas muy elaboradas entre sus prendas.
            Un fugaz destello azul escapó de los ojos de Ezka, «al parecer tu amigo te ha contado demasiado. Es lógico que los ancianos, amantes del hermetismo, quieran callarlo. ¿Qué sabrá ese sujeto para que envíen môshis en su búsqueda?».
            —Iré a hablar con el señor Rupert Goodweather. Podrán reunirse con él en la posada, cuando terminen de almorzar.
—Así que nos encargas a nosotros tu trabajo de escolta, para tener la libertad que te permita investigar las desapariciones y buscar a tu amigo, ¿No? —Wolfy saboreaba tanto su deducción como el trocito de pan que había remojado en su plato.
            —Te equivocas —le corrigió el cruzado—. En primer lugar, por los comentarios que he oído desde ésta mañana, en otras dos aldeas, también han ocurrido casos similares. Pero cesaron en cuanto los granjeros se organizaron para montar guardia. Al parecer, el responsable teme encontrar resistencia. En cuanto a mi amigo, si algún día vuelvo a verle, será casualidad.
—¿Qué harás a partir de ahora, entonces? —pregunto Ezka.
-Primero, cambiar mis ropas por otras menos llamativas —Xero se puso de pie y tomó su sombrero rosa—. Este viejo sombrero originalmente era rojo, pero las caricias del sol le han quitado vida al tinte barato que le daba color —rió—. Además, este uniforme no es bien visto por algunos individuos cuando comienzo a hacer preguntas. Luego iré rumbo al Norte, tengo asuntos personales que tratar —levantó una mano como saludo de despedida—. ¡Suerte!
—Curioso sujeto, ¿Eh? —comentó Wolfy a su amigo mientras observaba al cruzado marcharse—. Pero me ha caído bien.

            Cuando terminaron de almorzar, fueron a la posada, donde el señor Rupert Goodweather los esperaba, un hombre menudo, de ojos tristes y cabello ceniciento. Luego de presentarse mutuamente, conversaron por un largo rato y llegaron a un acuerdo. Partirían al amanecer. Goodweather costearía los gastos de Ezka y Wolfy durante su estadía esa noche en la posada. Naturalmente se los descontaría de su paga.
            El día siguiente, se marcharon con los primeros rayos de sol, tal como habían acordado.
            Al ritmo en que avanzaba el carromato, con suerte llegarían a la aldea antes que la noche los cubra con su negro manto. Ezka y Wolfy viajaban en la parte trasera, custodiando un pequeño cofre, oculto entre cestas con frutas, recipientes con carne seca, barriles de vino y cerveza, y balas de pieles de lobo y leóngris, que Rupert traía consigo desde Colina Áspera.
            En su camino por los verdes campos, divisaron algunas granjas solitarias; atravesaron un bosque escasamente poblado; un arroyo, donde Wolfy cayó, llenándose de lodo, provocando las carcajadas de aquellos que iban con él.
            —¿Así que sois de Vazzfia? —preguntó Rupert Ggoodweather en algún momento del viaje para hacer más amena la marcha—. ¿Tienen familia allí o alguien que os espere y os de una grata bienvenida?
            —Yo no tengo más familia que mi hermano de aventuras aquí a mi lado —respondió Wolfy—. Aunque me gustaría creer que cierta jovencita aún continúa esperando por mí.
—Yo tengo a mi padre en la aldea.
—¿Y por qué volvéis? — Rupert escupió al camino, tenía la saliva verdosa por  causa de una hierba amarga que iba mascando, y según él, le daba buen aliento—-. ¿Se aburrieron del aislamiento en las colinas de Rosary?
—Mi padre envió una carta al templo hace algunas semanas. En ella decía que tenía un asunto importante que hablar conmigo y con Wolfy. Luego de considerarlo brevemente los Sabios Maestros nos dieron su consentimiento para viajar.
            —¿Necesitan autorización para abandonar el templo?
            —Nadie abandona el templo sin permiso de los Sabios Maestros —explico Wolfy—. Pero en nuestro caso, se hizo una excepción.
            —Ya veo —aseguró Rupert y les ofreció un poco de la hierba que llevaba en una pequeña saca. Ambos monjes la rechazaron, Ezka cortésmente y Wolfy con un gesto de repulsión.
            Continuaron charlando sobre diversos temas a lo largo del viaje.
            Pararon para que el caballo de tiro pudiera descansar, y aprovecharon para degustar sus provisiones. Luego emprendieron la marcha nuevamente. Intercambiaron anécdotas con el comerciante para aminorar el aburrimiento que les producía el traqueteo del carromato.
Cuando las primeras estrellas aparecieron en el oscuro cielo azul, Vazffia se hizo visible. Al ver su viejo hogar quedaron impactados. La alea donde habían crecido resplandecía con siniestras luces anaranjadas.
            Vazffia ardía en llamas.

martes, 21 de agosto de 2012

Mini-Prólogo

Mini-Prólogo




Hubo un tiempo de valientes héroes, de aventuras y hazañas increíbles. Historias que se convirtieron en leyendas y se transmitieron de generación en generación, alimentando las fantasías de niños y los corazones de jóvenes aventureros.
De aquellos tiempos, sólo quedan las leyendas. El presente es muy diferente.
Tras siglos de guerras originadas por la codicia de necios gobernantes y disputas ideológicas que buscaban solución en la violencia, los reinos más grandes y poderosos del continente establecieron un acuerdo que garantizaba  protección  a las naciones más pequeñas ante cualquier intento de invasión o amenaza que atentara contra la paz. Porque si una nueva guerra ha de ocurrir todos se verían involucrados. El temor a ello, es sin dudas, el único punto en común a todos.
Con la firma del Tratado de Golath, la oportunidad de tiempos de paz vio la luz. Una  paz forzada, pero paz al fin.
Se originó así una época de armonía y progreso. Aunque en ocasiones se daban conflictos entre pequeños reinos y clanes de salvajes, las contiendas eran menores y la diplomacia siempre sería la mejor forma de solucionarlos.
La estabilidad era la norma.
Acostumbrados a la tranquilidad diaria con que transcurrían los años, la vida lentamente comenzó a hacerse monótona y aburrida. No se trataba ya de sobrevivir como en los comienzos del hombre, sino sólo de vivir. Irónicamente, eso, resulta más difícil.
Las nuevas generaciones crecieron en tiempos en que las palabras envenenaban el alma y las monedas compraban voluntades. El sentido de la vida se olvido junto con las leyendas dormidas en las voces de la historia.
Son tiempos dorados, empañados por las sombras de grises nubes que obnubilan el pensamiento y disfrazan la realidad. Pero esas nubes sólo serían el comienzo de la tormenta que se avecinaba…