Ônero
Capítulo 4
Se
encontraban prisioneros en una celda de los pisos superiores del Palacio de
Gobierno. No era cómoda, pero sin dudas era más agradable que estar cautivos en
las mazmorras del subsuelo.
Genárab
caminaba sin cesar, dando vueltas, yendo y viniendo por la habitación. Lanay se
agazapó en un rincón abrazándose las piernas. Mientras que Maister se recostó,
despreocupado, sobre un camastro.
Oyeron el
chirrido de las bisagras de esa vieja puerta al final del pasillo y
automáticamente comprendieron que una nueva de preguntas iba a comenzar.
Un hombre
vestido con una túnica color azul claro y ribetes verde esmeralda en las mangas
llegó escoltado por cuatro guardias.
—Esperen
afuera —ordenó el Sabio a sus acompañantes, mientras sacaba de uno de sus
bolsillos un manojo de llaves para ingresar a la celda.
—¿Está
seguro, su Lumbrera?
—Descuide,
capitán. Estos jóvenes no representan ningún peligro.
Luego de
tranquilizar a los centinelas, el religioso cerró la puerta y se sentó en una
banqueta frente a los cautivos, que lo observaban con curiosidad; hasta ahora,
todos los interrogatorios habían sido hechos en forma individual y en una
habitación diferente.
—Soy Sean
Brightman, Sabio Asistente de Su Lumbrera el sabio maestro Murer —se presentó
sonriente—. El día de hoy, seré yo quien se ocupe de continuar la investigación
en torno a sus identidades. Confió en que cooperarán y me ayudarán a encontrar
la verdad. De lo contrario, me temo que las próximas preguntas se las formulará
alguien menos simpático que yo y en una sala mucho menos agradable.
—¿Piensan
torturarnos? —los ojos de Lanay se abrieron de par a par al pensar en esa
posibilidad.
—El sabio
maestro Murer insiste en que esa es la única forma de hacerlos confesar la
verdad.
—¿De que
verdad habla? —Genárab escupió las palabras con ira—. Ya contamos nuestra
historia. ¡Y todo lo que dijimos era verdad!
—Puede que
tengan razón —Brightman se cruzó de brazos—. Pero hay ciertos puntos en su
historia que no concuerdan.
—¿Cuáles
puntos? —Maister continuaba recostado en el camastro, sólo había abierto los
ojos momentáneamente al oír que los barrotes de acceso a la celda se abrían.
—Bien… umm…
—Brightman se apoyó un dedo sobre la sien, intentando recordar—. ¿Quieren que
se los marque en la secuencia de sus relatos?
—Por favor
—pidió Genárab—. Eso nos ayudaría a entender a nosotros también.
—Está bien,
así será entonces —el Sabio Asistente entrecruzó los dedos apoyando sus manos
sobre su regazo—. En primer lugar, la forma en que dicen haber llegado a este
mundo es imposible.
—¿Por qué?
—preguntó Lanay.
—Porque
insisten en haber sido traídos por la invocación de un mago. Sin embargo,
aunque numerosa es la cantidad de gente que ha aparecido repentinamente en este
mundo a lo largo de la historia, el cómo llegan sigue siendo un misterio. Ônero
es una tierra mágica que está interrelacionada con otras dimensiones, eso lo
sabemos; pero también somos conscientes que la puerta de acceso es
unidireccional, no existe nadie capaz de transportar nada, ni a nadie, desde el
exterior hacia ésta realidad.
—Entonces,
¿cómo explica el que estemos en este mundo? —inquirió Genárab, quien se había
sentado a los pies de otra de las camas.
—Como dije,
muchas personas llegan Ônero, por lo
general, al perder el conocimiento —Brihtman se encogió de hombros—. Es
probable que quien los encontró simplemente les hubiese jugado alguna broma
poco feliz y de mal gusto.
—¿Dice
usted que Faerom nos mintió? —Lanay parecía sorprendida—. Parecía un hombre tan
atento y veraz.
—He ahí el
segundo punto —remarcó el interrogador, rascándose la nariz—. El sabio maestro mayor Faerom, lleva más de cincuenta ciclos muerto. Cincuenta y siete para ser
exacto.
El
desconcierto en los rostros de los jóvenes era evidente. Incluso Maister, que
hasta ese momento permanecía recostado, se levantó repentinamente y se reubicó
sentándose en ella.
—¿Insinúa
que un muerto nos trajo a este mundo?
—Desde un
comienzo les dije que su versión era imposible de aceptar —Brightman no
disimulaba su sonrisa de satisfacción, disfrutaba mucho las expresiones en los
rostros de sus ingenuos interrogados—. Lo más llamativo es que, el hombre que
mencionan, vestía una túnica púrpura con ribetes dorados en las mangas. Mortaja
tradicional de los Sabios Mayores cuando se les da santa sepultura. Siendo
ustedes de otro mundo, no deberían conocer tal detalle. Por eso creo que son
victimas de una mala broma.
—¿Qué hay
respecto a la profecía? —preguntó Genárab, acongojado—. ¿Somos la reencarnación
de los antiguos Guardianes Legendarios, verdad?
—Nos
bautizaron con sus nombres —añadió Lanay.
—Ah, sí, la
profecía. Cierto, cierto —Brightman se tapó la boca con su mano izquierda,
queriendo contener sus ganas de reír. No pudo evitarlo—. ¡Ja, ja, ja! Eso es lo
más gracioso de todo lo que han dicho —inhaló profundamente para resistir la
tentación y recuperar la compostura, a continuación carraspeo para aclararse la
voz—. Verán, la verdad es que… no existe tal profecía. Jamás hubo Guardianes
Legendarios, ni nada parecido. Efiàl fue derrotado gracias a la Coalición Solar,
la unión formada por todos los pueblos libres de Ônero que se oponían al
terrible hechicero y su ejército de entes oscuros. Aquella guerra fue llamada la Guerra del Destino, porque
de haber obtenido la victoria, Efiàl hubiese cubierto la tierra de sombras
ganando terreno para sus huestes demoníacas.
—¿Hechicero?
—Lanay estaba tan confundida como el resto de sus compañeros—. Creíamos que
Efiàl era el Príncipe de la
Oscuridad.
—No, no lo
era. Efiàl fue un mago muy talentoso. Su sed de conocimientos lo llevó a
investigar antiguos artes prohibidos. El camino que transitó en su busqueda es
un misterio. Lo único que sabemos al respecto, es que poco a poco fue
sumergiéndose en la oscuridad, hasta que ésta finalmente lo engulló y escupió
como un ser completamente diferente al que era. Hizo un pacto con Vraknar, el
auténtico Príncipe de la Oscuridad. A
cambio de poder, él sembraría el mundo con sombras y demonios para que la noche
sea eterna y Vraknar pudiese gobernar sin la oposición de aquellos que adoramos
y servimos a la Luz
—explicó el Sabio—. Y antes que pregunten, puedo anticiparme y asegurarles que
Efiàl no regresará. Una vez derrotado, su cuerpo fue arrojado al cráter de un
volcán. Jamás se mencionó el lugar exacto, para que nadie pueda hallarlo, si es
que algún día alguien tan estúpido para querer revivirlo encuentra la manera de hacerlo. Manera que por cierto,
nadie, si quiera en los círculos más elevados de conocimiento del Templo Sagrado
conoce.
—¿Cómo se
relaciona todo esto con nosotros, entonces? —preguntó Genárab.
—Eso es lo
que queremos averiguar —Brightman se encogió de hombros—. El jek Shamar Ne
Hommir insiste en decir que con tortura les sacaremos la verdad. Sin embargo,
yo los he convencido, tanto a él como al sabio maestro Murer, que ustedes son
inocentes. Su único crimen es ignorar la historia y cultura de un mundo
diferente que les es ajeno. ¡Ja, ja, ja!
—Entonces,
¿usted nos cree? —Lanay expresó su alivió tras oír al Asistente.
—Yo creo
que con su ayuda podremos resolver este misterio.
—¿A qué se
refiere con: “su ayuda”? —sintió curiosidad Genárab.
—Mañana
partirán rumbo a la Sagrada Sede.
Es probable que en el Templo Sagrado alguno de los Sabios Maestros Mayores
pueda hallar las respuestas que los Sabios de ésta ciudad no podemos ver.
—Hay algo
que me inquieta —intervino repentinamente Maister—. ¿Qué decía el pergamino?
¿Por qué nos aprisionaron tras leerla?
—Sandeces.
Como dije, sólo era una broma de mal gusto —Brightman sonrió con desazón—.
Pero, en las últimas líneas ponía:”Ellos provocarán el retorno de Vraknar”.
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