martes, 5 de febrero de 2013

¿Por qué viajar en el tiempo?


¿Por qué viajar en el tiempo?





            ¿Por qué viajar en el tiempo?
            No he dejado de pensar en ello desde esa mañana en que el misterioso hombre me abordó en el bar. Como era habitual, no había nadie en el local, solamente el barman y yo. Entonces la puerta se abrió de repente y él ingresó.
            —¿No es muy temprano para comenzar a beber, amigo? —me dijo mientras dejaba sobre la barra su sombrero de fieltro.
            —Nunca es muy temprano —respondí—. ¡Y no soy su amigo!
            —Tampoco es tarde para dejar el vicio —sonreía con malicia—, o para que seamos amigos.
            —¡Ya lárguese! —escupí las palabras con violencia, pero él le restó importancia al tono de mi voz y se acomodó en el taburete.
            Levantó una mano en un ademán para pedir una taza de café y volvió su mirada hacia mí.
            —Sé bien porque bebe, amigo —me dijo—. Pero su esposa no volverá aunque usted se pase cien años en este lugar levantando ese vaso.
            Automáticamente salté de mi asiento como despedido por un resorte y lo sujeté con fuerza de la solapa de su gabardina, aunque mi intención era tomarlo del cuello, mas él hábilmente retrocedió para evitarlo.
            —Cálmese, amigo —el tono de su voz carecía de preocupación—.No he venido a pelearme con usted, sino a proponerle algo.
            —¡No me interesa! —contesté—. No importa lo que sea, no me interesa.
            —Puedo ofrecerle justicia.
            El barman regresó con la taza de café para él y otra medida de whisky para mí que yo no había pedido. Solté al sujeto y tomé el vaso. Vacié el contenido en un largo trago y limpié mis labios con el revés de mi mano.
            —¡Hable! —mi invitación al diálogo se oyó como una orden.
            —Como le dije, he venido a ofrecerle justicia. Pero para que pueda entenderme, es necesario recapitular los eventos que lo condujeron a este vicio suyo.
            Asentí y permití que continuara.
            —Hace cinco meses su esposa fue asesinada. El caso fue considerado como homicidio en ocasión de hurto, pero el delincuente huyó sin llevar nada de valor. Simplemente les disparó, hiriéndolo a usted, aunque no de gravedad. Su esposa en cambio, según sus declaraciones, fue ejecutada ante sus ojos —dejó de sonreír por un momento—. Debió ser una situación horrible. Lo siento, en verdad —no era honesto.
            —El caso salió en todos los medios, no me sorprende que cualquier imbécil lo sepa.
            —Ciertamente. El caso salió en todos los medios y usted juró vengarse del bastardo. Eso le costó el puesto, ¿no es así detective?
            Miles de posibles respuestas cruzaron por mi mente. Decidí callar y ahogar las palabras con un poco de viejo escocés.
            Él en cambio, continuó hablando.
            —Yo puedo ayudarle a encontrar a ese hombre.
            —¿Es investigador privado o periodista? —pregunté con desconfianza—. No pienso pagarle por algo que puedo hacer por mi cuenta.
            —Se equivoca —respondió—. En otro tiempo usted hubiese podido hacerlo, pero actualmente sus contactos lo han abandonado. Incluso sus pocos amigos están distantes. Busca consuelo en lo que está bebiendo, pero nada cambiará de ese modo —bebió un sorbo de su café—. Si acepta mi propuesta hallará justicia.
            —No termino de comprender —removí los cubitos de hielo en mi vaso vacío, luego rechacé la oferta del barman de querer llenarlo nuevamente—. ¿A qué se refiere?
            —Seré claro con usted, amigo, pero quiero que me escuche hasta que termine lo que tengo que decir, luego responderé sus preguntas.
            Asentí sin pronunciar palabra alguna.
            Él comenzó su explicación.
            —Mi nombre es Jhon Jackson, soy un agente especial de Providencia, una agencia que se encarga de “corregir” los errores que desencadenan eventos que no son bien vistos por los jefes. Dicho en forma simple, soy un viajero del tiempo que evita situaciones con un posible desenlace crítico a nivel mundial.
            No pude evitar reír tras oír esa insensatez.
            — Oiga, sé que he bebido demasiado, sin embargo aún estoy en mis cabales y creo que aquí el único ebrio es usted —indiqué con un leve gesto al empleado que deseaba volviera a llenar mi vaso, las locuras del señor Jackson no fueron suficiente para quitarme las ganas de alcohol, al menos en ese momento—. Si ya termino de narrar su cuento de ficción, lárguese y déjeme solo.
            —Sabía que usted no me creería al principio, amigo —sacó un sobre de uno de los bolsillos interiores de su gabardina y lo dejó caer encima de la barra—. No obstante, también conozco su futuro y sé donde terminará usted dentro de unos meses. Sé que ha contemplado la idea del suicidio y sin duda cederá a ella cuando renuncie a su cacería. Pero hay otra solución.
            Me sorprendió que supiera respecto a mis intenciones. Solamente han pasado dos días desde que ese pensamiento comenzó a germinar en mi cabeza.
            Mi silencio fue interpretado como una invitación para continuar por parte del señor Jackson.
            —Considérelo de la siguiente forma, si usted ya ha decidido su camino y no llegó al destino que tenía en mente, ¿rechazaría la oportunidad de volver recorrer ese camino con un mapa que le permitiese alcanzar su objetivo?
            —OK, suponga que decida creerle —contesté con recelo—. ¿Cómo obtendré la justicia que busco?
            —Eso sería muy simple —se divertía con mi incredulidad—. Bastaría con transportarlo a esa trágica noche para que usted consiga evitar el hecho.
            —Yo no entiendo mucho de física, sin embargo sé que si cambiase algo de mi pasado, afectaría mi futuro. Por lo cual deduzco que si evitara el asesinato, no estaría yo hoy en este lugar.
            —Puede que tenga usted razón, amigo —se encogió de hombros—. Pero yo no pienso en las paradojas. Me pagan por reclutar voluntarios y puedo asegurarle que usted será un buen agente, lo vi en su expediente —le dio unos golpecitos al sobre con el dedo índice de su mano izquierda—. Está todo aquí. Su esposa estaba en cinta, ¿verdad?
            Esa pregunta bastó para recordarme el vacío que me carcomía por dentro y se expandía en ese lugar entremedio de mi alma y mi corazón.
            En ese preciso instante, aunque todo lo que me hubiese dicho no fuese más que una mentira, era una probabilidad que sin importar cuan ínfima sea, me significaba un ápice de esperanza. Si fuese posible, ¿por qué no ver a Shirley una vez más?
            —Puede explicarme un poco más con respecto a su trabajo.
            —¿Qué quiere saber?
            —En primer lugar, ¿De qué tiempo viene?
            —El calendario actual dejó de usarse luego de la Cuarta Guerra. El mundo cambió en muchos aspectos luego de ella. Podría decirle que son unos quinientos años aproximadamente. Muchos registros de tiempo se perdieron y fueron reemplazados por un sistema unificado.
            —Dice que hubo, o dicho correctamente, habrá dos nuevas guerras mundiales, ¿podría decirme quienes intervienen?
            El agente Jackson esbozó una sonrisa insidiosa.
            —Lo sabrá cuando acepte. Sabrá eso y mucho más.
            —¿Para quién trabajaría? ¿A qué gobierno sirve?
            —A uno sólo. Todo el mundo es mi gobierno. Le sirvo a la humanidad.
            —¿Insinúa que todos  los países se unieron bajo un mismo mando? —eso sí que me resultó lo más inverosímil que podría haber elucubrado. Sin embargo Jhon Jackson hablaba con seguridad y sus ojos no desvían la mirada. Su respiración no variaba. Decía la verdad. Pero eso era imposible.
            —No todos. Aún quedan remanentes revoltosos que añoran su falsa identidad nacional, o extrañan a sus dioses —bebió lo que quedaba en su taza—. Simplemente son enfermos que padecen de eso que llaman nacionalismo y fanáticos religiosos.
            —Por como lo dice, lo hace ver como una enfermedad.
            —Cuando vea el mundo tras sufrir cinco siglos de cambios, lo entenderá.
            —¿Qué función cumple usted en todo esto?
            —Yo simplemente me aseguro de convencer a los voluntarios de aceptar la propuesta.
            Al oírlo comprendí que él sabía de antemano cual sería mi respuesta, después de todo, no me revelaría tanta información si ya he decidido rechazar su oferta. Tal vez sólo se tratara de un fabulador y me ha elegido como victima de su morboso placer. Aun así, continué con su juego.
            —¿Qué función cumpliría yo? ¿Reclutar gente también?
            —No. Usted sería un cazador. Su misión  será capturar o eliminar, según el caso, a potenciales amenazas. Cuando alcance los objetivos planteados por la Agencia, será recompensado con lo que usted anhela: justicia, es decir, una segunda oportunidad.
            —¿Cómo pueden reconocer a una amenaza potencial?
            —Eventualmente recibimos informes del futuro. Me refiero al futuro de mi tiempo, uno mucho más avanzado —explicó haciendo una breve pausa, luego añadió—: Cuando un hecho tiene repercusiones que los líderes no consideran favorables, se envía un agente que corrija el error, incluso antes que este ocurra. Si el nuevo resultado no es el que se espera, simplemente se realiza un nuevo ajuste, ¿entiende?
            —Sí, eso creo.
            —¿Alguna última pregunta señor Hunt?
            —Sólo una, si usted ya conoce cual será mi respuesta, ¿Por qué formular la pregunta?
            Jhon Jackson rió con entusiasmo, luego se puso en pie y apoyo su mano en uno de mis hombros.
            —Porque me gusta asegurarme que los candidatos están convencidos de la decisión que tomaron —retiró su sombrero de la barra—. Pasaré por usted a la medianoche, amigo.
            Se despidió de mí antes de abandonar el bar y se marchó por la puerta por la cual había ingresado.
            Regresó por mí a la medianoche como había prometido.
            Estábamos en la sala de mi apartamento. Él sacó dos discos de sus bolsillos y los arrojó al suelo, segundos después se expandieron hasta alcanzar un metro y medio de diámetro. Jackson se ubicó sobre uno de ellos y me indicó que yo hiciera lo mismo. Luego presionó una secuencia sobre el extraño brazalete que portaba. No era un reloj, por lo menos no me parecía.
            Una película verde que surgía desde los extremos de los discos nos envolvió. Me sentí como si estuviese dentro de una bombilla.
            En el exterior, la habitación comenzó a ondular y a desvanecerse lentamente. Hubo un destello blanquecino que me encandiló. Cubrí mis ojos por acto reflejo. Al abrirlos nuevamente, ya no me encontraba en mi hogar. Ni en mi tiempo.
            Así fue como me reclutaron en Providencia.

            ¿Por qué viajar en el tiempo?
            No he dejado de pensar en ello desde esa mañana en que conocí al agente especial Jhon Jackson.
            Me formulo la misma pregunta cada vez que me envían a una nueva misión. En estos cinco años ya he cumplido con setenta y dos de ellas.
            He derrocado tiranos dictadores, incluso antes que tuvieran oportunidad de imponer sus regimenes. He suprimido a terroristas, religiosos, políticos, economistas, científicos, periodistas y todo aquel que representará un potencial foco de amenaza para el correcto orden de las cosas. Todo antes que tuviesen oportunidad de incidir en su error.
            Sin embargo, hay una misión que nunca olvidaré. La última.
            A diferencia de las anteriores, en esa oportunidad no fue necesario viajar en el tiempo, simplemente tuve que recurrir a mis viejas costumbres de detective y desempeñarme como en mis viejas épocas.
            La Agencia cuenta con una unidad competente para trabajos que no requieran un desplazamiento temporal, pese a eso, la Oficina Central de Comando consideraba que yo era el más apto para ese objetivo.
            Se trataba de un ex-agente renegado que había perdido la fe en la causa y pretendía divulgar información  sobre nuestros servicios de ajustes temporales.
            Rastreé al sujeto hasta dar con él en las ruinas de un viejo edificio. Estaba sentado en una butaca cercana a una ventana de cristales inexistentes. Bebía algo de una taza cada vez que hacía una pausa en la lectura de un viejo libro.
            No se sorprendió al verme.
            —Lo estaba esperando —dijo.
            —Comprende a qué he venido
            —Así es, amigo —asintió—. Me he convertido en un error y debe corregirlo.
            —No es personal, anciano —me disculpe por lo que iba a hacer—. Es mi trabajo.
            —Y alguna vez fue el mío también —suspiró con la mirada perdida en el horizonte—. Probablemente hubo un tiempo en que disfruté lo que hacía, pero no he dejado de pensar en las consecuencias de mis actos: ¿cómo sería el mundo si no hubiese cumplido en alguna misión?
            —Probablemente hubiesen enviado a otro en su lugar —respondí, aunque el viejo agente no prestó atención a mis palabras, seguramente sólo fue una pregunta que se hizo a si mismo.
            Dejó la taza y el libro sobre una mesita y fijo su mirada en mí. Sus afligidos ojos rezumaban cansancio y serenidad.
            —Dígame, amigo, ¿qué le prometieron el día que se unió al servicio?
            —Justicia.
            —Sí, siempre es así —me indicó con la mano que observara una estatuilla sobre la mesa, una mujer de ojos vendados sosteniendo una balanza—. He ahí la justicia. La Agencia adoptó la balanza como símbolo del equilibrio que dice establecer. Sin embargo, la dama no ve lo que se posa en sus platillos, simplemente evalúa el peso de lo que en ellos hay. Causa y efecto. Decisiones.
            —No comprendo a donde quiere llegar.
            —Se equivoca —me corrigió—, usted entiende. Ya  lo sabía, sólo que ahora no lo recuerda, pero lo entenderá.
            Metí una mano en el interior de mi gabardina buscando mi arma, tenía prisa por terminar el trabajo.
            —No sea impaciente, amigo —pidió el anciano—. Hay algo más que debo decirle. La Agencia no le dará lo que usted quiere. Cambiar su pasado alteraría el presente y eso no les gusta si es que no está en sus planes.
            —¿Dice que nunca podré vengarme?
            —Aún hay una posibilidad —algo en su sonrisa me resultó familiar, pero no recordaba por qué—. En el cajón del muble que está a su derecha encontrará una tarjeta de identificación  para ingresar al cuarto de transportación, también hallará los códigos de autorización y mi arma.
            —¿Por qué me ayudaría?
            —Considere que estoy saldando una vieja deuda. Usted no me recuerda, es natural cuando se pierde la costumbre de apreciar la sutileza de los cambios —sonrió afligido—. Si no le importa, me gustaría que use mi revólver.
            Revisé el cajón y efectivamente la tarjeta y los códigos estaban allí, también el arma. Un viejo revolver Colt Python con una balanza grabada en la culata.
            —¿Algunas últimas palabras? —pregunté, empuñando el arma.
            —No, lo que tenía que decirle ya se lo he dicho, o se lo diré cuando esté listo para entender.
            Presioné el gatillo y mi misión acabó.

            ¿Por qué viajar en el tiempo?
            No he dejado de pensar en ello desde que conocí al agente especial Jhon Jackson. Me he formulado esa pregunta antes de partir a cada misión.
            Ésta noche, luego de corregir al viejo y colarme en el cuarto de transportación he regresado a mi tiempo. Al tiempo en que quería estar.
            Ésta noche, finalmente, sabré la respuesta.
            Esperé entre los árboles del parque al individuo que nos interceptaría a mi esposa y a mí momentos más tarde. Lo vi llegar. Intenté salir a su encuentro pero no conseguí moverme. Estaba paralizado.
            Detrás de mí oí los pasos del hombre que pasó a mi lado, me dio unas palmaditas en la espalda y se detuvo frente a mí.
            —Buenas noches, señor Hunt.
            —¿Jackson? ¿P-Por qué? —no podía mover el cuerpo, pero aún conseguía hablar con dificultad.
            —Verá, señor Hunt, este hecho ya fue anticipado. La Agencia no permite este tipo de situaciones. Sabían lo que usted haría.
            —¿Por qué me permitieron viajar si sabían lo que pensaba hacer?
            —Como le dije ésta mañana en el bar, es decir, hace media hora en nuestro tiempo. Sus servicios serían recompensados con lo que usted anhela: justicia, venganza, o como quiera llamarle.
            —No comprendo.
            —A cambio de su buen desempeño, se le permitió conocer la identidad del hombre al que buscaba y acabar con él con su propia arma. Está en su expediente.
            —¡Eso jamás sucedió! —quise gritar, pero mis palabras se oyeron pastosas.
            —Se equivoca, amigo. Déjeme explicarle. El hombre que asesinó a su esposa fui yo.
            Quise tomarlo del cuello como aquella mañana. Quise gritar con todas mis fuerzas. Mas el efecto del inhibidor ya no me permitía siquiera enhebrar palabra alguna. No pude evitarlo y la furia que contenía en mi interior se escapó como lagrimas por mis ojos.
            —Verá, amigo —continuó su explicación—. Usted me asesinó ésta mañana cuando yo era un anciano e intentaba destruir la Agencia. Lo hizo con mi viejo Colt. Eso también está en mi expediente —suspiró con pesar—. Si se pregunta por qué lo hice, entienda que ese es mi trabajo. Soy un reclutador y en su caso, el hecho fue necesario para afectarlo en forma que sea funcional al servicio. No es el primero, tampoco será el último, siempre se hizo este tipo de jugadas.
            Cuando concluyó su aclaración, guardó el arma de inhibición y sacó una ampolla sedante que aplicó sobre mi brazo. Perdí el conocimiento.
            Al despertar me encontraba en una habitación de un viejo edificio en ruinas. Mi brazalete de control había sido retirado.
            Sobre la mesa en la sala había un libro, era el que leía Jhon Jackson la mañana en que lo ajusticié, también había una nota que decía:
            Sólo hay una forma de corregir nuestros errores y se halla en este libro. Yo no he tenido tiempo de leerlo, pero sé que lo haré algún día. Espero comprenda lo que significa. Perdón, amigo”. Firmada por Jhon.
            Tomé el libro y leí su portada: “¿Por qué viajar en el tiempo? La historia de Richard Fehler, inventor de la máquina del tiempo
            Entonces lo comprendí, sólo había una forma de evitar que todo sucediera.

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