miércoles, 16 de enero de 2013

Ezka y Wolfy - Capítulo 3

Capítulo 3
Recuerdos y promesas




La partida de jóvenes se puso en marcha por la mañana. El Jefe de la Aldea, Mathus, les había encargado a Ezka y a Wolfy que escoltaran al hijo de Rita hasta la casa de su tío Nathan, único pariente vivo del pequeño, y por consiguiente, el único que podría hacerse cargo de él. Aleja y su hermano David se unieron a su viaje. La muchacha los guiaría hasta la cabaña de Nathan; mientras que su hermano no quería separarse de ella en tanto las criaturas que atacaron la aldea la noche anterior estuviesen rondando aún por la zona. Pero, no pudiendo convencer a Aleja que permaneciera en el refugio, no tuvo otra opción más que viajar con ellos.
Ezka y Aleja encabezaban la marcha. David y el hijo de Rita iban detrás en el carromato de Rupert, quien se los había cedido para que transportaran las pertenencias del niño. Wolfy cerraba la fila, taciturno y silencioso desde la noche anterior.
—Tu amigo no está bien —Aunque el comentario era una obviedad, Aleja odiaba la atmósfera cargada de tensión y tristeza que los envolvía, así que buscó iniciar con ello una conversación que les permitiera para distenderse.
—Es natural, considerando lo que ha ocurrido ayer.
—¿Tanto le afectó la muerte de Rita? ¿O le dolió más saber que ella tuvo un hijo con otro?
—Eso es algo muy personal. Preferiría que sea él quien te dé una respuesta. Pero admito que no es normal verlo desanimado; así que supongo debe estar sufriendo.
—¿En verdad? ¿Tanto la quería?
—No, no la quería. Él la amaba. Aún la ama, y probablemente siempre lo hará. Enterarse repentinamente que ella se ha casado y tenido un hijo con otro hombre fue un duro golpe para él. Además, al niño lo ha nombrado Ruud. Así se llamaba el padre de Wolfy.
—Si le sirve de consuelo, es probable que Rita pensara en él mientras lo hacía con Travis —Aleja giró levemente para dar un rápido vistazo a Wolfy, quien venía el último a lomos de un caballo alazán. Luego volvió a mirar a Ezka con una sonrisa felina dibujada en el rostro—. Porque, en verdad, el pequeño se parece más a él que a Travis, o incluso que a Rita. ¿Recuerdas como eran ellos?
—Recuerdo a Rita. Rubia, de ojos de un azul profundo. Una chica curiosa que disfrutaba leer los libros de su tío Nathan. Los únicos momentos en que no estaba leyendo eran en los que compartía el tiempo con Wolfy; cuando salían en busca de hierbas, plantas, flores y cosas por el estilo para Nathan. Sobre Travis no podría decirte nada; a él no lo conocí.
—¡Cierto! ¡Lo había olvidado! —Aleja se dio dos golpecitos suaves en la cabeza con el puño—. Él llegó dos meses después que ustedes se marcharan. Pues bien, él era un joven menudo, de cabello castaño oscuro y ojos color miel. Siempre serio, y de pocas palabras. Compartía con Rita su amor por los libros, y la instruyó en el arte de la alquimia. Pero, si lo piensas un poco, ella rubia de ojos azules y cómo era él, llama la atención que el niño sea morocho y de ojos tan claros como la esmeralda ¿no? Si pides mi opinión, diría que es un Wolfy miniatura.
 —Comprendo lo que insinúas; pero sería mejor tener certeza en un tema como ése. El pobre Wolfy está muy dolido, y no sabría decirte cómo reaccionaría ante un comentario así. Puede que luego de ver al niño sus pensamientos y sentimientos hayan entrado en conflicto, y en estos momentos no sería de mucha ayuda si no puede concentrarse en combate. Ya hablaré con él cuando estemos solos. Hasta entonces no menciones nada al respecto ¿Sí?
—De acuerdo, no diré ni una palabra.
—Antes dijiste que ese tal Travis instruyó a Rita en la alquimia. ¿Él era un alquimista?
—No, él no. Él era el aprendiz de un alquimista llamado Teofrasto. Ambos llegaron juntos a la aldea. También había llegado con ellos Mandy, la esposa de Teofrasto, y otros tres antiguos amigos de tu padre.
—¿Teofrasto era amigo de mi padre? —preguntó Ezka sorprendido—. Nunca le había oído hablar de él. ¿Qué ha sido de ese alquimista?
—No sé mucho sobre él, por lo general pasaba la mayor parte de su tiempo dando lecciones a Rita y a Travis; cuando no estaba preparando algún tipo de pócima o de medicamentos para alguien; o explorando el territorio y conociendo las hierbas y plantas de la zona. En verdad no he tratado mucho con él. Pero sí conocía a su esposa, la mujer más amorosa que he conocido en mi vida. —Los ojos almendrados de la muchacha se empañaron de tristeza al evocar la memoria de la difunta Mandy. Luego de un breve momento de silencioso homenaje continuó la conversación—. Sé que Teofrasto tuvo algún tipo de discusión no muy agradable con Nathan, y como consecuencia de ello el tío de Rita abandonó la aldea.
—Entonces, cuando lleguemos le preguntaré por él a Nathan.
—Como quieras —Aleja se encogió de hombros—. Y bien, ¿cuál es tu historia?
—¿Mi historia?
—Sí. ¿Por qué motivo se marcharon Wolfy y tú de la aldea?
—Para que puedas comprenderlo, primero debería explicarte las razones por las que nuestros padres decidieron abandonar su reino y asentarse en un lugar tan remoto como Vazffia. Y ésa es una larga historia.
—No importa, tenemos bastante tiempo hasta llegar a la casa de Nathan.
—Bien —Ezka resopló resignado—. Todo comenzó dos años antes de mi nacimiento, o el de Wolfy, después de todo sólo nos llevamos unos meses de diferencia. Aunque por lo inmaduro, cualquiera diría que él es unos años menor.
—O tú eres unos años mayor, porque tu seriedad te ha envejecido —lo interrumpió Aleja con tono burlón.
—Puede ser; eso depende de cómo quieras considerar el concepto de “responsabilidad”. Pero si quieres que termine de contar nuestra  historia, ya no me interrumpas con acotaciones innecesarias, por favor.
 —De acuerdo, Señor Seriedad. —Aleja hizo un mohín de simulado rechazo.
—Bien. Pero no es para que lo tomes esa manera.
 —No hay drama, sólo continúa —La muchacha esbozó una sonrisa cargada de desenfado.
—Mi padre, Ezka Lionheart y el padre de Wolfy, Ruud McWolfer, eran caballeros en Beram. Por lo cual desde pequeños nos han inculcado sus valores y principios. También nos han criado con historias y leyendas, tanto de su reino natal, como así de las que aprendieron de libros y bardos a lo largo de su vida.
—Así que un día ustedes simplemente decidieron partir para vivir esas historias con las que habían crecido —le interrumpió Aleja—. No me mires de esa forma. Ésta vez mi comentario es una observación oportuna, ¿o me equivoco?
—No, no te equivocas. En parte ése fue uno de los motivos por los que decidimos marcharnos. Pero había otros. En el caso de Wolfy, su padre había fallecido unos meses antes; y él sabía, o mejor dicho, creía que si quería casarse con Rita y darle la vida que tenía en mente debía dejar los cultivos y aspirar a algo mejor. Aunque no estaba seguro de qué podría tratarse ese “algo mejor”, sí sabía que lo hallaría lejos de la aldea, y se prometió a sí mismo encontrarlo y volver por ella. En mi caso, mi motivación extra fue algo muy diferente. Quería limpiar la mancha en el apellido Lionheart, y reivindicar el honor de mi padre. Quería que mi padre se sintiese orgulloso de mí. Quería que mi padre olvidara que alguna vez lamentó el día en que lo ordenaron caballero —La voz de Ezka comenzó a tomarse melancólica y quebradiza.
—¿Qué ha sido aquello que mancilló el nombre de tu padre? —preguntó la muchacha con timidez.
—Una orden que se negó a cumplir.
—¿Una orden? ¿A caso se negó a matar a alguien? —Aleja calló al instante su burlona carcajada al ver la expresión hosca de Ezka.
—Así es —La mirada del joven Lionheart estaba perdida en el horizonte—. Le ordenaron matar a un granjero de una aldea en las tierras al este del reino de Beram. Mi padre se negó a hacerlo y fue acusado de traición; y luego de un juicio, plagado de falsas acusaciones y pruebas infundadas, lo sentenciaron a morir en la horca.
—¡Eso es terrible! —exclamó la muchacha—. ¿Cómo consiguió escapar?
—Mi padre me contó una vez que uno de sus amigos, de los pocos que creían en él, le ayudó a huir. Pero jamás me dijo quién o cómo lo hizo —Ezka se encogió de hombros—. El padre de Wolfy y otros siete caballeros más fueron enjuiciados también. Todos decidieron alejarse lo más que pudieron de Beram. En su camino de deserción decidieron separase, y cuatro tomaron un rumbo diferente; mientras que mi padre, el de Wolfy y los tres restantes encontraron refugio en Vazffia. Como recuerdo de su tiempo al servicio del Ejército Real mi padre trajo consigo el escudo que le había sido entregado por uno de los príncipes; fue un premio que recibió luego de ganar un torneo de justas —Ezka hizo una mueca de sonrisa que se perdió a medio camino entre la tristeza y la decepción—. Luego con el tiempo comenzó a odiar ese escudo; imagino que el recuerdo que evocaba le causaba dolor. Así que, cuando Rodrik se lo pidió prestado, no lo dudó. Pero creo que en el fondo de su corazón él lo extrañaba; después de todo, era el escudo de armas de la familia Lionheart en un escudo de guerra mandado forjar por uno de los príncipes de Beram.
—No termino de comprender —susurró Aleja desconcertada—, ¿por qué desobedecer una orden del rey les costaría la vida? ¿No hubiese bastado con un simple castigo o una degradación?
—No según sus códigos —explicó Ezka—. Él era capitán de una de las divisiones de justicia del reino, y como miembro del Ejercito Real antes de ser armados juran, entre otras cosas, obediencia absoluta y libre de cuestionamientos al rey; aunque éste sea un viejo loco y borracho. El rey manda, el caballero obedece. Esa es la norma.
—¿Qué hizo ese pobre granjero para que un rey pida su cabeza?
—No solamente la cabeza del granjero pidió el rey —corrigió Ezka a la muchacha—, sino también la de toda la aldea.
Aleja se horrorizó, la expresión en su rostro la delataba; no obstante, su curiosidad era mayor.
—¿Qué pudieron haber realizado todos en esa aldea para que merecieran la muerte? —preguntó finalmente—. ¿Acaso planeaban organizar una revuelta?
—No. —respondió Ezka con una sonrisa ácida—. Fueron culpables de hallar un tesoro.
—¿Un tesoro? Por la manera en que lo dices no ha de haber sido muy valioso.
—Oh, sí lo era —El joven monje exhibió los dientes en una sonrisa cargada de sarcasmo—. Sólo que el tesoro no pertenecía a Beram, sino a los skelthos.
—¿Skelth? Es uno de los pueblos salvajes del este, ¿verdad?
Ezka asintió.
—Uno de los granjeros accidentalmente encontró unas estatuillas pertenecientes a un viejo santuario skeltho. Al parecer, sus ruinas estaban sepultadas allí desde los tiempos en que los dhaletos abandonaron las tierras tras la invasión del Imperio —explicó Ezka con tono solemne—. Cuando se formó la Unión de Reinos Hermanos, nuevos límites fueron establecidos, y los skelthos accedieron a ceder tierras a lo que hoy se conoce como Beram. Probablemente se habían olvidado del santuario, o su nuevo soberano lo ignoraba por completo—Se encogió de hombros—. ¡Como sea! Cuando se enteraron del hallazgo, varios clanes incitados por sus druidas se movilizaron, reclamando sus “tierras sagradas”, y amenazando con ir a la guerra de ser necesario.
—Pero ¿no se supone que el Tratado de Golath fue creado para evitar conflictos internos en los reinos y pueblos de la Unión?
—En efecto; además de garantizar la cooperación mutua en caso de un nuevo intento de invasión por parte del Imperio, también prometía tiempos de paz y prosperidad sostenidos por una hermandad nacida de un par de firmas y promesas de cooperación —respondió Ezka—. Y fue en base a ese tratado que los demás reinos obligaron a Beram a devolver las tierras a los skelthos; de lo contrario sería excluido y considerado enemigo de los restantes ocho Reinos Hermanos y de los pueblos salvajes.
—Así que, el Rey de Beram decidió hacer pagar por ello a todos los aldeanos que hallaron las ruinas del santuario —dedujo Aleja—. Entonces ordenó a tu padre y a sus hombres pasarlos a todos por la espada. Él se negó a matar gente inocente, y sus hombres apoyaron su decisión, por lo que fueron acusados de traidores, ¿cierto?
—Cierto.
Aleja se sentía satisfecha de haber podido comprender mejor las motivaciones de su acompañante, y la radiante sonrisa en su cara así lo reflejaba; sin embargo, aún tenía curiosidad por lo vivido por su compañero de viaje durante sus años de ausencia lejos de la aldea.
—¿Y cómo es qué terminaron convertidos en monjes?
—No somos monjes ordinarios, ¡somos guerreros! —rectificó Ezka con una sonrisa; luego cerrando el puño con fuerza añadió—: Sólo he tomado un camino diferente para llegar a cumplir mi promesa.

domingo, 6 de enero de 2013

Ônero - Reino de Sueños - Capítulo 4


Ônero
Capítulo 4





            Se encontraban prisioneros en una celda de los pisos superiores del Palacio de Gobierno. No era cómoda, pero sin dudas era más agradable que estar cautivos en las mazmorras del subsuelo.
            Genárab caminaba sin cesar, dando vueltas, yendo y viniendo por la habitación. Lanay se agazapó en un rincón abrazándose las piernas. Mientras que Maister se recostó, despreocupado, sobre un camastro.
            Oyeron el chirrido de las bisagras de esa vieja puerta al final del pasillo y automáticamente comprendieron que una nueva de preguntas iba a comenzar.
            Un hombre vestido con una túnica color azul claro y ribetes verde esmeralda en las mangas llegó escoltado por cuatro guardias.
            —Esperen afuera —ordenó el Sabio a sus acompañantes, mientras sacaba de uno de sus bolsillos un manojo de llaves para ingresar a la celda.
            —¿Está seguro, su Lumbrera?
            —Descuide, capitán. Estos jóvenes no representan ningún peligro.
            Luego de tranquilizar a los centinelas, el religioso cerró la puerta y se sentó en una banqueta frente a los cautivos, que lo observaban con curiosidad; hasta ahora, todos los interrogatorios habían sido hechos en forma individual y en una habitación diferente.
            —Soy Sean Brightman, Sabio Asistente de Su Lumbrera el sabio maestro Murer —se presentó sonriente—. El día de hoy, seré yo quien se ocupe de continuar la investigación en torno a sus identidades. Confió en que cooperarán y me ayudarán a encontrar la verdad. De lo contrario, me temo que las próximas preguntas se las formulará alguien menos simpático que yo y en una sala mucho menos agradable.
            —¿Piensan torturarnos? —los ojos de Lanay se abrieron de par a par al pensar en esa posibilidad.
            —El sabio maestro Murer insiste en que esa es la única forma de hacerlos confesar la verdad.
            —¿De que verdad habla? —Genárab escupió las palabras con ira—. Ya contamos nuestra historia. ¡Y todo lo que dijimos era verdad!
            —Puede que tengan razón —Brightman se cruzó de brazos—. Pero hay ciertos puntos en su historia que no concuerdan.
            —¿Cuáles puntos? —Maister continuaba recostado en el camastro, sólo había abierto los ojos momentáneamente al oír que los barrotes de acceso a la celda se abrían.
            —Bien… umm… —Brightman se apoyó un dedo sobre la sien, intentando recordar—. ¿Quieren que se los marque en la secuencia de sus relatos?
            —Por favor —pidió Genárab—. Eso nos ayudaría a entender a nosotros también.
            —Está bien, así será entonces —el Sabio Asistente entrecruzó los dedos apoyando sus manos sobre su regazo—. En primer lugar, la forma en que dicen haber llegado a este mundo es imposible.
            —¿Por qué? —preguntó Lanay.
            —Porque insisten en haber sido traídos por la invocación de un mago. Sin embargo, aunque numerosa es la cantidad de gente que ha aparecido repentinamente en este mundo a lo largo de la historia, el cómo llegan sigue siendo un misterio. Ônero es una tierra mágica que está interrelacionada con otras dimensiones, eso lo sabemos; pero también somos conscientes que la puerta de acceso es unidireccional, no existe nadie capaz de transportar nada, ni a nadie, desde el exterior hacia ésta realidad.
            —Entonces, ¿cómo explica el que estemos en este mundo? —inquirió Genárab, quien se había sentado a los pies de otra de las camas.
            —Como dije, muchas personas llegan  Ônero, por lo general, al perder el conocimiento —Brihtman se encogió de hombros—. Es probable que quien los encontró simplemente les hubiese jugado alguna broma poco feliz y de mal gusto.
            —¿Dice usted que Faerom nos mintió? —Lanay parecía sorprendida—. Parecía un hombre tan atento y veraz.
            —He ahí el segundo punto —remarcó el interrogador, rascándose la nariz—. El sabio maestro mayor Faerom, lleva más de cincuenta ciclos muerto. Cincuenta y siete para ser exacto.
            El desconcierto en los rostros de los jóvenes era evidente. Incluso Maister, que hasta ese momento permanecía recostado, se levantó repentinamente y se reubicó sentándose en ella.
            —¿Insinúa que un muerto nos trajo a este mundo?
            —Desde un comienzo les dije que su versión era imposible de aceptar —Brightman no disimulaba su sonrisa de satisfacción, disfrutaba mucho las expresiones en los rostros de sus ingenuos interrogados—. Lo más llamativo es que, el hombre que mencionan, vestía una túnica púrpura con ribetes dorados en las mangas. Mortaja tradicional de los Sabios Mayores cuando se les da santa sepultura. Siendo ustedes de otro mundo, no deberían conocer tal detalle. Por eso creo que son victimas de una mala broma.
            —¿Qué hay respecto a la profecía? —preguntó Genárab, acongojado—. ¿Somos la reencarnación de los antiguos Guardianes Legendarios, verdad?
            —Nos bautizaron con sus nombres —añadió Lanay.
            —Ah, sí, la profecía. Cierto, cierto —Brightman se tapó la boca con su mano izquierda, queriendo contener sus ganas de reír. No pudo evitarlo—. ¡Ja, ja, ja! Eso es lo más gracioso de todo lo que han dicho —inhaló profundamente para resistir la tentación y recuperar la compostura, a continuación carraspeo para aclararse la voz—. Verán, la verdad es que… no existe tal profecía. Jamás hubo Guardianes Legendarios, ni nada parecido. Efiàl fue derrotado gracias a la Coalición Solar, la unión formada por todos los pueblos libres de Ônero que se oponían al terrible hechicero y su ejército de entes oscuros. Aquella guerra fue llamada la Guerra del Destino, porque de haber obtenido la victoria, Efiàl hubiese cubierto la tierra de sombras ganando terreno para sus huestes demoníacas.
            —¿Hechicero? —Lanay estaba tan confundida como el resto de sus compañeros—. Creíamos que Efiàl era el Príncipe de la Oscuridad.
            —No, no lo era. Efiàl fue un mago muy talentoso. Su sed de conocimientos lo llevó a investigar antiguos artes prohibidos. El camino que transitó en su busqueda es un misterio. Lo único que sabemos al respecto, es que poco a poco fue sumergiéndose en la oscuridad, hasta que ésta finalmente lo engulló y escupió como un ser completamente diferente al que era. Hizo un pacto con Vraknar, el auténtico Príncipe de la Oscuridad. A cambio de poder, él sembraría el mundo con sombras y demonios para que la noche sea eterna y Vraknar pudiese gobernar sin la oposición de aquellos que adoramos y servimos a la Luz —explicó el Sabio—. Y antes que pregunten, puedo anticiparme y asegurarles que Efiàl no regresará. Una vez derrotado, su cuerpo fue arrojado al cráter de un volcán. Jamás se mencionó el lugar exacto, para que nadie pueda hallarlo, si es que algún día alguien tan estúpido para querer revivirlo encuentra  la manera de hacerlo. Manera que por cierto, nadie, si quiera en los círculos más elevados de conocimiento del Templo Sagrado conoce.
            —¿Cómo se relaciona todo esto con nosotros, entonces? —preguntó Genárab.
            —Eso es lo que queremos averiguar —Brightman se encogió de hombros—. El jek Shamar Ne Hommir insiste en decir que con tortura les sacaremos la verdad. Sin embargo, yo los he convencido, tanto a él como al sabio maestro Murer, que ustedes son inocentes. Su único crimen es ignorar la historia y cultura de un mundo diferente que les es ajeno. ¡Ja, ja, ja!
            —Entonces, ¿usted nos cree? —Lanay expresó su alivió tras oír al Asistente.
            —Yo creo que con su ayuda podremos resolver este misterio.
            —¿A qué se refiere con: “su ayuda”? —sintió curiosidad Genárab.
            —Mañana partirán rumbo a la Sagrada Sede. Es probable que en el Templo Sagrado alguno de los Sabios Maestros Mayores pueda hallar las respuestas que los Sabios de ésta ciudad no podemos ver.
            —Hay algo que me inquieta —intervino repentinamente Maister—. ¿Qué decía el pergamino? ¿Por qué nos aprisionaron tras leerla?
            —Sandeces. Como dije, sólo era una broma de mal gusto —Brightman sonrió con desazón—. Pero, en las últimas líneas ponía:”Ellos provocarán el retorno de Vraknar”.

jueves, 3 de enero de 2013

Ônero - Reino de Sueños - Capítulo 3


Ônero
Capítulo 3





            Antes de partir, Faerom les pidió realizar un breve ritual que les ayudaría en su aventura.
            Apoyó el pulgar de su mano derecha en la frente de Javier y pronunció palabras en un lenguaje ininteligible. Hubo un tenue destello de luz azulada.
            —Yo te bautizo Genárab, la fortaleza —agregó.
            Se dirigió a Victoria y tras reiterar las palabras incomprensibles una suave luz verde-azulada, brilló en la parte superior de su rostro.
            —Yo te bautizo Lanay, la sabiduría.
            Finalmente se ubicó frente a Bruce y repitió el procedimiento. En ésta ocasión, el fulgor fue de verde mortecino.
            —Yo te bautizo Maister, la prudencia.
            Finalizado el ritual, Faerom, sonriente, retrocedió a unos pasos de distancia.
            Genárab Lanay y Maister eran los nombres de los tres guardianes legendarios, por esa razón les he bautizado con ellos. Desde este momento serán capaces de comprender todas las buenas lenguas de Ônero. He liberado parte de las memorias espirituales que duermen en su interior, no obstante, será su labor alcanzar su máximo potencial.
            —¿Entonces conseguiremos entender palabras cómo las que dijo recién? —preguntó Javier, ahora llamado Genárab.
            —Así es.
            —¿Podría repetirlas?
            —No sería prudente. Sé que sientes curiosidad, pero mejor concéntrate en lo que ha de venir.
            Genárab asintió, resignado.
            Momentos después terminaron de supervisar sus equipos y provisiones, alistándose para marchar. Repasaron minuciosamente que cada detalle estuviese en orden. El Sabio les dio unas últimas indicaciones y consejos
            —Me gustaría poder acompañarlos, pero hay asuntos de vital importancia que debo atender —su voz sonaba afligida—. Sé que estarán bien sin mí, porque el espíritu de los guardianes reside en su interior y los dioses velan por ustedes.
            Los jóvenes se despidieron del hombre que lentamente se perdía en el horizonte. En varias oportunidades voltearon la vista atrás, hasta que el oasis, finalmente, se desvaneció en el ondulante paisaje.
            Así comenzó su aventura.
            Viajaron por el desierto a lomos de gibosas  monturas. Eran bestias de grueso porte y gran fortaleza. De altura no mayor a la de un hombre. Piel gruesa, dura y algo escamosa. Un cuello apenas visible y una cabeza ancha de aspecto feroz, acentuado por los dos incipientes cuernos que sobresalían a cada lado, sobre la comisura de los ojos. Faerom les informó que las criaturas se llamaban lemaks y formaban parte de un grupo domesticado de su dominio. Los lemaks estaban adaptados para largas travesías por el desierto y podían pasar hasta veinte días sin condicionarse por tener que volver a beber agua, no así los jóvenes aventureros, por lo cual habían atiborrado a las bestias de varios barriles del preciado líquido; además de numerosas canastas repletas de frutas, vegetales y carne en conserva por si tenían la necesidad de alimentarse. Habían desayunado bien esa mañana y el viaje no sería muy largo, les aseguró el Sabio, pero estar preparados, nunca está de más.
            También llevaban armas: espadas, escudos, arcos y carcajs, distribuidos en igual cantidad para cada uno de ellos.
            —No dejan de ser objetos inútiles —comentó Maister sonriendo socarrón—. Ninguno de nosotros fue adiestrado para usarlas.
            —Cierto —asintió Lanay—. Pero, tampoco ninguno de nosotros pensó alguna vez blandir una hoja en una mortal lucha decisiva contra un demonio —al parecer, ella disfrutaba mucho de la situación.
            —Todos alguna vez soñamos con tal posibilidad —añadió Genárab—. Y no he dejado de preguntarme si todo esto no es más que un sueño.
            —Eso sería muy curioso —Lanay rió—. Los tres soñando un mismo sueño individual, creamos un gran sueño grupal.
            Genárab también celebró tal deducción.
            —Si fuese así —intervino Maister—¿Por qué estamos los tres en él, si nunca nos hemos visto en la Tierra?
            Nadie supo contestar, y por un largo trecho permanecieron en silencio pensando al respecto.
            Durante varias horas continuaron su marcha surcando los mares de dunas bajo los agotadores rayos de sol. El tiempo se escurrió veloz como arena entre sus dedos. El crepúsculo tiñó de violeta el cielo y aunque aún la oscuridad no había florecido, a lo lejos, pudieron ver como las luces de la ciudad comenzaban a encenderse.
            Al oeste se alzaba Moghree, la ciudad más oriental del reino de Shek’ram, rodeada por una blanca muralla que se extendía varios kilómetros en torno a ella.        Los accesos principales se encontraban ubicados siguiendo los puntos cardinales. Por lo general, los accesos norte y oeste eran los más concurridos, no así el sur; mientras que el del sector este, rara vez era frecuentado. Solamente se presentaban por él los shusansaris cuando pretendían comerciar su botín.
            Ese día, como en tantos otros, nadie formaba fila para ingresar por tal sector, por lo cual sólo había cuatro guardias, lanza en ristre,  apostados en la puerta de arco abovedado que permitía el ingreso a la ciudad.
            —Recuerden lo que dijo Faerom —les advirtió Genárab—. Somos heraldos llevando un importante mensaje para el Sabio Maestro. De lo contrario no nos permitirán ingresar.
            Lanay y Maister asintieron.
            Al llegar, uno de los guardias se aproximó con la mano en la empuñadura de su espada. Los otros tres los rodearon apuntándolos en forma amenazante con sus lanzas.
            —¡Alto ahí! —ordenó el que se diferenciaba de sus compañeros por llevar un penacho rojo en el casco—. Debemos revisar su mercancía antes de permitirles ingresar.
            —No somos comerciantes —bufó maister—- Y tenemos prisa.
            —Somos heraldos —agregó Genárab al tiempo que sacaba un pergamino lacrado de uno de los bolsillos de la túnica que le había entregado Faerom para desempeñar tal rol—. Tenemos un mensaje para el sabio maestro Murer y es urgente que nos presentemos ante él —extendió su mano para acercarle el rollo al centinela—. Como ve, es un documento sellado por un Sabio Maestro y únicamente otro puede abrirlo.
            El guardia observó el documento unos instantes, luego analizó detenidamente a los jóvenes y devolvió el pergamino.
            —¡Bien, pueden pasar! —dijo finalmente—. Pero los lemaks deben permanecer fuera.
            —De acuerdo —aceptó Genárab—. Es la primera vez que venimos a ésta ciudad, necesitaremos alguien que nos guíe hasta el Palacio de Gobierno.
            Mientras que tres centinelas amarraban las riendas de las bestias a los palenques exteriores, el que estaba al mando se ofreció a guiarlos,
            —Soy Khabsar Ne Bashnir, Capitán de la Guardia Oriental, acompáñenme, por favor.
            —¿Por qué un capitán custodia una puerta? —sintió curiosidad Genárab.
            —Porque ésta puerta suele ser más emocionante que la ciudad —contestó el 
            Al ingresar, transitaron por una amplia calle de piedras donde algunos tenderos terminaban de cerrar sus puestos, otros comenzaban a hacerlo y unos pocos aún pregonaban su mercancía.
            —Por lo general, los mercados suelen estar abarrotados —les explicó Khabsar—. Pero, por las noches las calles no son tan seguras. Aunque mis compañeros y yo nos esforcemos por atraparlos, los malandrines se las ingenian para escapar.
            Siguieron la marcha tras el guardia, observando con detalle a los habitantes de la zona.
            Los hombres vestían calzones largos, túnicas cortas y un chaleco aún más corto, sandalias y alguno que otro, llevaban un sombrero de forma cilíndrica.
            Por su parte las mujeres lucían largas túnicas de mangas cortas que las cubrían hasta los pies. No se engalanaban con ningún tipo de joyas. Solamente portaban una pulsera en la mano derecha, de la cual nacía una delicada cadentita que se ajustaba a un anillo en el dedo meñique. Pocas eran las que no llevaran una.
            —¿Eso tiene algún tipo de significado? —preguntó Lanay, que había notado el detalle.
            —En efecto —respondió Khabsar—. Son mujeres casadas. Esposas que están unidas a un hombre por lazos sagrados. Son la mano izquierda de su señor. La cadena representa tal unión y les recuerda a todos que ya tienen propietario.
            —¿Propietario? —Lanay se horrorizó—. ¿Insinúas que las mujeres somos objetos?
            —Esa es la tradición —el guardia sonrió con picardía y señaló hacia un grupo de personas—. ¿Estás en desacuerdo con eso también?
            Habían llegado a la plaza de la ciudad, una muchedumbre se reunía entorno a un patíbulo, donde un sujeto postrado de rodillas estiraba su brazo y lo apoyaba sobre un tocón. Un hombre corpulento se acercó exhibiendo un hacha que agitaba en el aire mientras la gente a su alrededor vitoreaba y maldecía entre gritos y silbidos.
            Un único golpe bastó para cercenar la mano derecha del que estaba arrodillado.
            Lanay se cubrió el rostro con las manos.
            Genárab tragó saliva súbitamente, mientras una gota de sudor descendía por su frente.
            Maister admiró la escena sin perder detalle y dejó escapar una leve sonrisa de satisfacción.
            —Ese delincuente no volverá a robar —comentó Khabsar luego de suspirar con incomodidad—. Sigamos.
            El Palacio de Gobierno era una edificación imponente construida de granito blanco. Cuatro cúpulas de bronce bruñido se sobresalían en el techo en cada rincón del mismo, mientras que en el centro, se alzaba orgullosa una cúpula mayor bañada en oro y con aplicaciones de rubíes, esmeraldas, zafiros y topacios, que se ceñían a su alrededor, sobre un cinturón de plata.
            Ascendieron por la escalinata que conducía al portal de ingreso, donde ocho centinelas aguardaban. Cuatro permanecían, ubicándose dos a cada lado de la puerta, mientras que los otros cuatro rondaban de un extremo al otro del peristilo.
            —Yo hablaré con ellos para informar quienes son —se excusó Khabsar, dejando a los jóvenes viajeros unos metros atrás. Momentos después les hizo señas para que se acercaran y los guardias abrieron las puertas.
            Caminaron por una amplia galería exquisitamente decorada hasta llegar al salón principal.
            Nuevamente el acceso estaba custodiado.
            —Estos heraldos traen un mensaje urgente para el sabio maestro Murer  —notificó Khabsar a sus compañeros de armas—. Yo los escoltaré hasta su presencia.
            Los guardias se hicieron a un lado y pudieron ingresar. Al hacerlo, un hombre gordo sentado en un trono doce escalones más elevados del suelo y ubicado al fondo de la estancia aplaudió y seis mujeres que danzaban sensualmente en la sala, se detuvieron y salieron raudamente del recinto. Vestían calzas de seda vaporosa y sostenes decorados con lentejuelas y campanillas; y a diferencia de las mujeres que habían visto anteriormente, éstas lucían varias joyas y alhajas en el cuerpo. Caminaban meneándose con lujuria. Genárab, ruborizado, las siguió atentamente con la mirada hasta que la puerta se cerró al salir la última de ellas.
            Solamente permanecieron en el salón los viajeros, Khabsar, Murer, el jek Shamar Ne Hommir, mandatario de esas tierras, el comandante general de la guardia y sus hombres armados.
            Khabsar se adelantó con el pergamino lacrado y se lo entregó al Sabio Maestro. Éste lo observó y al notar que estaba asegurado con un sello mágico, murmuró unas palabras en un tono de voz intencionalmente inaudible, para que nadie descubriese la clave para abrir tales mensajes.
            Desenrolló el papiro. Lo leyó para sí mismo. Se acercó al soberano de la ciudad y le susurró algo al oído.
            El Jek se puso en pie con expresión hosca y ordenó a gritos:
            —¡Guardias arresten a esos impostores!

martes, 1 de enero de 2013

Ônero - Reino de Sueños - Capítulo 2


Reino de Sueños
Ônero
Capítulo 2





            Estaban esperando a su anfitrión, sentados a la mesa en un pequeño salón, iluminados por las antorchas que destacaban como única decoración de la estancia.
            Una puerta se abrió y de ella surgió Faerom, quien luego de realizar una reverencia, se ubicó en uno de los extremos de la mesa.
            —He pedido a los sirvientes que se ocupen de preparar una cena acorde a tan importantes invitados y espero sea de su agrado —depositó sobre la tabla una campanilla de bronce—. Deben recuperar fuerzas, ya que su viaje ha de haber sido muy agotador. Supongo que tendrán muchas preguntas y nada me complacería más que evacuar sus dudas e inquietudes.
            —¿Dónde estamos? —Quiso saber Javier.
            —En mi humilde morada.
            —Eso está claro, pero ¿qué lugar tan extraño es este? —Repreguntó Javier—. Esto no es la Tierra, ¿verdad?
            —¿La Tierra? —Una sonrisa se dibujó en el rostro de Faerom—. No, ya no están en su mundo. Esto es Ônero, un mundo que existe en una realidad paralela a la que ustedes conocen.
            Los jóvenes se miraron entre si desconcertados.
            —¿Y cómo es que llegamos aquí? —en ésta ocasión fue Bruce quien formuló la pregunta.
            —Porque yo les he invocado —levantó su mano derecha evitando que alguno de los jóvenes aventurara una interrogante—. Traerlos a este mundo no ha sido fácil. Fue muy agotador, debo admitir. Sólo podía invocar a uno de ustedes cada tres días y para evitarles la angustia que pudiera causarles despertar en tierras extrañas y desoladoras, realicé un conjuro para mantenerlos dormidos hasta que estuviesen los tres juntos.
            —Así que uno de nosotros durmió por seis días, ¿no? —la risa de Javier fue breve pero tenía cierto regusto a sarcasmo—. No quisiera saber quien fue, pero si me gustaría que nos explicara porque nos ha mantenido cautivos en una burbuja, si bien podríamos haber esperado en un sitio más cómodo la llegada de los demás.
            —Comprendo que la burbuja no haya sido un lugar agradable donde esperar —Faerom cerró sus ojos, suspiró y permaneció en silencio unos segundos—. Les pido me perdonen por mis errores, pero como dije anteriormente, transportarlos a este mundo ha resultado extenuante. Mi juventud se ha marchitado mucho tiempo atrás. He visto ya más de cien ciclos solares —pese a su afirmación, Faerom no aparentaba más de cuarenta años—, y ya no poseo el vigor de aquellos tiempos. Con cada uno de ustedes que llegaba a Ônero, mis fuerzas me abandonaban y perdía el conocimiento al igual que ustedes. Sin embargo mis sueños no han sido tan placenteros como los suyos, sino todo lo contrario, he vivido una pesadilla: visiones del futuro, aterradoras visiones del futuro —su voz estuvo apunto de quebrarse, pero se esforzó por evitarlo. Su semblante había cambiado completamente, su sonrisa desapareció y ahora reflejaba preocupación en su rostro y miedo en los ojos.
            —¿Se encuentra usted bien? —preguntó Vicky con ternura, preocupada por su anfitrión.
            —Descuida, niña —le respondió Faerom, quien volvía sonreír, aunque sólo fuese para aparcar los temores de la joven—. Las visiones de ese futuro se convertirán en recuerdos que me acompañarán de por vida. No obstante, el futuro es incierto y no ha sido escrito aún. Ustedes tienen el poder para cambiar lo que ha de ocurrir. Pero no quisiera desviar mis palabras de la respuesta que esperan oír, si me permiten continuar, he de explicarles el porqué de la burbuja en el desierto.
            —Continúe, por favor —lo animó Vicky.
            —Con gusto —el hombre asintió antes proseguir su explicación—. Mientras yo permaneciera inconsciente me sería imposible protegerles, por lo cual les transporté a una zona deshabitada, donde su presencia pasaría desapercibida. Si el enemigo ignora que han llegado podremos asestarle un duro golpe por sorpresa, antes que tengan tiempo de reaccionar. La burbuja mágica sólo ha sido una medida extra de seguridad, sus vidas son muy valiosas. Más de lo que puedan imaginar. Mientras permanecieran en ella, nada, ni nadie podría hacerles daño.
            —Así que nos ha encerrado por nuestro propio bien —la voz de Bruce no transmitía ningún tipo de emoción—. Ahora sé lo que sienten los animales del zoológico.
            Todos rieron, excepto Bruce.
            —¿Por qué soy el único que ha transportado a este mundo estando aún despierto? —el muchacho inclino levemente su cabeza y se frotó la frente con los dedos—, aunque mi memoria parece afectada, el “viaje” lo recuerdo con claridad. Al menos hasta alcanzar la luz.
            Faerom contemplaba a Bruce en silencio, solemne y con ojos curiosos.
            —Ignoro por completo lo que has visto. Es probable que tus recuerdos se vean afectados por el repentino cambio de realidad al que tu mente ha sido expuesta. Te pido disculpas por ello. Pero si he tenido que transporte estando tú aún consciente, es porque el tiempo apremia.
            —Bien, eso explica la burbuja —Bruce se encogió de hombros—. Pero, ¿por qué nos ha transportado a este lugar?
            Antes de responder, Faerom se tomó un breve momento para mirar a los ojos a sus invitados.           
            —Ustedes son Los Elegidos, aquellos de los cuales habla la antigua profecía. Aquellos que salvarán a Ônero, evitando se sumerja en la más fría oscuridad. Corren tiempos aciagos y las nubes de tormenta presagian el comienzo de una nueva guerra. Las fuerzas del mal se están reuniendo y organizando. Aguardan ansiosas el retorno de su amo, quien los guiará a la victoria, dejando a su paso muerte y destrucción.
            —¿Cuál profecía?
            —Así como me ven, tiempo atrás serví como Sabio Maestro —las palabras del hombre se llenaron de melancolía—. En este mundo los Sabios Maestros tienen como función adquirir y difundir el conocimiento, abarcando diversas áreas, como: la escritura, los números, la historia, la religión, la alquimia y la magia. En cierto modo, servimos como consejeros a los gobernantes y como pastores que guían al rebaño por el camino de la fe.
En la ciudad de Zoph, capital de Romilia, se encuentra la Sagrada Sede, nuestro templo del saber. Fue en sus bibliotecas donde hallé un antiguo pergamino escrito por Morsuf, un Sabio Maestro que participó en La Guerra del Destino y resulto de vital importancia para derrotar a Efiàl, el Príncipe de la Oscuridad.
            >>Lamentablemente el mal no puede ser derrotado tan fácilmente. Efiàl no ha muerto definitivamente, sólo se encuentra dormido. El pergamino de Morsuf dice que, tras ser derrotado, el espíritu de Efiàl fue sellado en tres recipientes sagrados y de ser liberado nuevamente, El Príncipe de la Oscuridad, recuperaría el poder que otrora supo tener y convocaría a sus huestes para terminar aquello que no pudo lograr entonces: cubrir el mundo entero de oscuridad y gobernar como el único dios.
            —Usted dice que hay tres sellos y nosotros somos tres —interrumpió Javier—. ¿Qué relación hay?
            —Eres observador, mi buen joven —Faerom le dedicó una cálida sonrisa—. Ustedes son los guardianes de los Sellos Sagrados. El poder mágico que encarcela a Efiàl se está debilitando. Su misión es evitar que los sellos se rompan y Efiàl retorne de su prisión eterna. Para ello, deberán hallar los recipientes sagrados y realizar el antiguo ritual que les devuelva a los mismos su poder.
            —Eso es un tanto confuso —intervino Vicky —. Si en verdad nosotros somos tales guardianes, ¿Por qué pertenecemos a otro mundo?
            —Lo que ella pregunta es lógico —añadió
Bruce—. Nadie puede cuidar aquello de lo cual, incluso, ignora su existencia.
            —Por como lo plantean, sí, es complicado de entender —contestó el Sabio—. Sin embargo, si alguien de este mundo tuviera tal responsabilidad, cedería ante la tentación y rompería los sellos. Al estar los guardianes en otra dimensión, permanecen fuera del alcance de los Hijos de la Oscuridad, por lo cual los sellos jamás podrían abrirse.
            —Pero usted nos trajo a su tierra —la expresión en el rostro de Javier acusaba su desconcierto—. ¿Eso no atenta contra la seguridad de los sellos? Si nosotros somos las llaves de una puerta que nunca debe abrirse, ¿por qué tenernos aquí?
            —Como dije anteriormente, el encantamiento mágico de los recipientes se está debilitando. Sólo ustedes poseen en sus almas el conocimiento necesario para fortalecer los sellos.
            —¿Cómo podemos poseer tal conocimiento si hasta este instante hemos oído de el?
            —La respuesta se encuentra en su interior. Para comprenderlo, deberán superar unas pruebas y demostrar que son dignos guardianes. Yo confío en ustedes. Sé que lo conseguirán.
            —¿Qué tipo de pruebas? —sintió curiosidad Vicky.
            —Las que los dioses consideren oportunas, de acuerdo a lo que se halle en sus corazones.
            —¿Quién en Ônero sabe que los sellos se debilitan? —Bruce mantenía su semblante solemne y la voz fría desde que se encontraron con Faerom en el bosque, como si su mera presencia le incomodase—. Si tal evento estuviese ocurriendo, no deberían sus cofrades notarlo también y prepararse para ello. Seguramente deben estar esperándonos.
            —Tristemente, no es así —el Sabio volvió a cerrar sus ojos y a suspirar—. La Profecía advierte que, cuando el mal cubra los corazones de los hombres, incluso aquellos que buscan la luz dejaran de ver. Sólo quien ignore el falso brillo terrenal hallará la verdad. Comprendí que mis hermanos se habían desviado del camino y busque un refugio donde poder alcanzar la iluminación. Así llegué a este bello oasis. Antes de abandonar la Sagrada Sede, les enseñé el pergamino de Morsuf a los Sabios Mayores, y a todos aquellos que pudieran entender; pero no quisieron escucharme. Me temo que no quede nadie en el Templo Sagrado que conserve un corazón capaz de ver la verdad e interpretar las señales.
            —¿Cuáles señales? —preguntó automáticamente Javier.
            —“Cuando la oscuridad cubra los corazones de hombres y mujeres. Cuando los Sabios se desvíen del camino de la verdad. Cuando la llama de los Sellos Sagrados se apague. La tierra se teñirá de sangre y sobre ella la noche su templo edificará. Será el tiempo del terror. Efiàl despertará, la oscuridad cabalgará con él y sus hijos le seguirán. Luz y Oscuridad se enfrentarán. La Guerra del Destino volverá a  librarse. Sólo quien vea la luz hallará a Los Elegidos que guiarán a Ônero a una nueva era”.Esas fueron las palabras escritas por Morsuf en su pergamino —explicó Faerom.
            —“La tierra se teñirá de sangre y sobre ella la noche su templo edificará” —repitió Javier—. Al romperse la burbuja de cristal, vimos un monte rojo, sobre el cual se ciñen unas imponentes nubes de tormenta, ¿la profecía se refiere a eso?
            —Ese lugar me produce escalofríos —añadió Vicky—. De alguna forma genera un miedo irracional como jamás he sentido.
            —En efecto, mi niña. Es natural que sientas temor. Es el Monte Rojo, sobre él se halla la tumba de Efiàl. Es el antiguo valle de Balzar`ac. Allí se libró La Guerra del Destino hace setecientos años. Millones de vidas se perdieron. Cuando todo hubo acabado, un mar de sangre cubría el terreno. La Oscuridad reclamó las tierras para sí, y el monte se irguió donde Efiàl halló su fin. La sangre que le da color no se limpiará hasta que la maldad que duerme allí sea destruida definitivamente. Las nubes de tormenta, son relativamente nuevas, aparecieron hace unos tres años. Creo que ya he respondido las interrogantes de mayor importancia.
            Faerom tomó la campanilla de bronce que había dejado sobre la mesa, la sacudió con delicadeza y cuatro sirvientas ingresaron en la habitación. Por cada comensal dejaron un plato de estofado de cordero, una hogaza de pan, un juego de cubiertos y una copa; luego en medio de la mesa ubicaron una fuente con frutas.
            Las criadas salieron del salón y Javier las siguió atentamente con la mirada y una amplia brillando sonrisa en su rostro. Momentos después regresaron y se dirigieron cada una de ellas a un rincón diferente de la pequeña estancia, llevando consigo una frasca de distinto contenido: agua, jugo de frutas, vino dulce y cerveza oscura.
            Faerom se puso en pie, extendió los brazos y carraspeó para aclararse la voz.
            —Hoy mi humilde hogar será su castillo. Mañana Ônero les rendirá homenaje —tomó su copa y la moza con la frasca de cerveza se acercó para llenársela—. Brindemos por la nueva era —los jóvenes alzaron sus copas, cada uno bebía algo diferente—. Disfruten del banquete, mis amigos. Recuperen sus fuerzas, porque mañana su viaje comenzará.