martes, 26 de febrero de 2013

Lucas

Lucas



                Erase una vez, en una pequeña ciudad de nuestro gran mundo, un niño llamado Lucas. Lucas le temía a la oscuridad, por eso  su mayor anhelo era encontrar la forma de acabar con la noche; para lograr así que el sol brille en todo momento y con su luz hacer cada día más luminoso y que la oscuridad no encontrase refugio, sin importar la hora que fuese.
            Todas las noches antes de irse a dormir, Lucas, observando por la ventana, le pedía su deseo a las estrellas. Esa vez en el firmamento únicamente brillaba una estrella, bella y solitaria, cual blanca rosa nacida en el más oscuro prado. Tras cumplir su ritual, orgulloso y satisfecho por lo realizado, regresó a su cama confiado de que sus plegarias habían sido escuchadas.
            Luego de encender una lámpara de suave luz para ahuyentar al Coco y asegurar el armario para que el monstruo que vive en él no pudiese escapar, su madre le daba el beso de las  buenas noches y lo dejaba solo en su dormitorio.
            Pero, como siempre, Lucas permanecía despierto un tiempo más, inspeccionando minuciosamente cada rincón de la habitación para asegurarse que ningún ser de los que viven en la oscuridad se hubiese colado en ella. No obstante, poco a poco el cansancio iba haciendo mella en él y sus párpados se volvían progresivamente más pesados, hasta que ya no podía mantenerse vigilante. El sueño le vencía.
            Así eran todas sus noches. Así era como se quedaba profundamente dormido.
           

―¡Despierta, Lucas! —le dijo una suave y melodiosa voz.
            Al abrir los ojos, Lucas descubrió que ya no se encontraba en su dormitorio, sino que se hallaba sobre una cama de cristal en un luminoso cuarto, en el cual la luz parecía provenir de todas las direcciones al mismo tiempo y no nacer de una en particular. Junto a él, sentada en una mecedora, también  de cristal, estaba una mujer de largo cabello negro y labios carmesí que destacaban sobre su bello rostro de nívea piel.
            ―¿Dónde estoy? —preguntó Lucas, desorientado.
            ―Te encuentras en Fantasía, hogar de los sueños —respondió la mujer―. Mi nombre es Selene, soy la guardiana de los sueños.
            Selene es quien guía a los soñadores en la Tierra de los Sueños, ayudándoles a encontrar el camino a sus utopías e ilusiones. Ella es quien mantiene el equilibrio en los buenos sueños y evita además que se conviertan en pesadillas; aunque en ocasiones, esto le sea difícil de lograr.
            —¿Esto es un sueño? ―preguntó el pequeño sin comprender lo que ocurría.
            ―No. Lucas, no lo es. Y gracias a ti nadie volverá a soñar de nuevo.
            La respuesta no fue la que el niño esperaba. Lucas siempre fue el héroe en todas las aventuras que tuvo en sus ensoñaciones. Había sido el bravo piloto de avión que acabó con un ejército de perversos extraterrestre. Había sido el valiente caballero que salvó a una hermosa princesa de las garras de un malvado dragón. Había sido el protagonista en numerosas hazañas, y siempre era el héroe, por eso no entendía de qué se lo acusaba.
            ―Al desear que la Noche dejase de existir, creyendo que así la Oscuridad desaparecería, destruiste la puerta de acceso a este mundo —respondió rauda Selene a la pregunta que rezumaba en los ojos del confundido pequeño. Hizo una breve pausa mientras sujetaba a Lucas de la mano con ternura; luego añadió―: Al no existir la Noche, muchos sueños se vieron afectados. Y la Oscuridad a la que tanto temes, se ha hecho fuerte en esta tierra, alimentándose de los malos sueños que se originan en un mundo tan alterado y antinatural como lo es tu hogar últimamente.
»Tú cáusate el caos que hoy reina en Fantasía; por ello, solamente tú eres el único que puede solucionarlo. ―Selene le dedicó una cálida sonrisa, y a contnuación le preguntó―: ¿Serás el héroe una vez más?
Lucas asintió.
Armado con todo el valor que pudo reunir, y con la Antorcha de la Luna, una vara mágica elaborada en marfil, cuyo extremo superior estaba adornado por una media luna labrada en plata ―objeto que Selene le había obsequiado para cumplir su misión― partió rumbo a la Ciudad Corazón, capital de Fantasía.


Fantasía, la Tierra de los Sueños, el lugar donde los sueños e ilusiones que no se materializan en la realidad hallan un refugio. Un mundo creado a partir de la energía de los pensamientos.
Al desear un planeta donde la oscuridad no tuviese cabida, Lucas provocó que el ciclo natural del sueño se viese afectado, causando así utopías contaminadas por la negatividad y el stress de la vida cotidiana. Lo que dio más poder a las pesadillas que envolvieron el mundo onírico con su fría sombra.
Nació entonces de tal negatividad, Temor, autoproclamado Señor de la Oscuridad y Amo de las Pesadillas.
Las Pesadillas eran pequeñas criaturas completamente negras, semejantes a sombras de aspecto humano, no más altas que un niño, traviesas y fieras .Sus ojos y bocas rojas, que recordaban a los orificios que se hacen al rasgar un papel, les dotaban de rostros perversos y taimados.
La apariencia de Temor era todo un misterio, nadie le había visto desde que tomo por sorpresa el Palacio de los Deseos y puesto a todos sus ocupantes en prisión.
Todos en el reino huyeron cuando vieron que la Luz Eterna, una lámpara ubicada en la torre más alta del palacio, se había apagado. Era un inequívoco presagio de lo que estaba por ocurrir.


Lucas avanzó observando en su andar los efectos de la oscuridad que Temor y sus Pesadillas habían provocado.
Donde otrora infinitos prados de vivos verdes se extendían, ahora desoladores páramos ocupaban su lugar. El majestuoso cielo, junto con los arco iris, habían desaparecido, reemplazados por oscuras nubes de tormenta que dotaban al paisaje de una atmosfera lúgubre y siniestra.
Al llegar a la Ciudad Corazón, Lucas se aventuró sigilosamente yendo de un escondrijo a otro, procurando no ser visto por las Pesadillas que patrullaban la zona, según le había advertido Selene. Escudriñaba cada recoveco antes de dar un paso, y siempre sujetando con fuerza la Antorcha de la Luna, su única protección contra la Oscuridad ―aunque en verdad él no supiera cómo utilizarla―, avanzó hasta llegar al jardín del palacio, donde se ocultó tras un rosal que comenzaba a marchitarse.
A partir de ese punto, debía esperar  la señal de Selene, quien se ocuparía de llamar la atención de los guardias, para que de ese modo, aprovechando la distracción, Lucas pudiera ingresar sin mayores dificultades.
«Espera mi señal» le había dicho la joven; pero no le había dado más detalles de cuál sería esa señal, por lo que Lucas esperó impaciente que algo ocurriese.
El miedo estuvo a punto de apoderarse de él cuando las dudas lo invadieron en su espera; pero en ese momento ocurrió, vio la señal.
Hubo una explosión de luz, proveniente de la dirección donde debía estar ubicada la habitación en la que había despertado. El resplandor era intenso, de tono blanco inmaculado, cálido y reconfortante, por lo que contrastaba con el negro y frío escenario en que se había convertido Fantasía, ahora sumergida en las tinieblas de Temor.
Había algo en el fulgor que resplandecía a lo lejos en el horizonte que Lucas no supo explicar, pero lleno su corazón de un valor como jamás sintió antes.
Entonces, con mayor convicción, se puso en pie y se dirigió a las puertas del palacio. Ya no quedaban Pesadillas custodiando, todas se habían marchado a la caza de Selene.
Accedió al Palacio de los Deseos por el portal principal y avanzó por una larga galería abovedada. A diferencia del exterior, donde todo era sombrío, el palacio aún se mantenía iluminado, al menos en su gran mayoría, por llamas azuladas que danzaban en las manos de estatuas ubicadas junto a la fila de columnas que se extendían a lo largo del corredor.
La puerta que lo separaba del trono poseía grabado en bajorrelieve un corazón, que se dividía a la mitad cada vez que alguien la abría, a modo de recordatorio de que todos los sueños nacen del corazón.
Al ingresar al salón del trono, Lucas se encontró al mismísimo Temor sentado en él.
Su presencia se asemejaba al humo que se produce al quemar madera que todavía está verde y no sirve como leña.
Sus ojos ambarinos destellaban malicia y su sonrisa, de insana satisfacción, era un esbozo naranja, casi invisible entre tanta humareda.
Derepente Temor desapareció, escurriéndose en el cojín del trono, y reapareció, de forma inesperada, brotando del suelo, justo bajo los pies de Lucas.
Jirones de humo informes giraban en torno al pequeño, y una voz abismal y penetrante resonó en la vorágine.
―¡Bwahahaha! Pequeño incauto, ¿en verdad pensabas que podrías haber llegado hasta aquí sin que yo te lo hubiese permitido?
Lucas cayó de rodillas, aturdido por la voz que resonaba en su cabeza y mareado por el girar constante del villano a su alrededor.
―Gracias a ti, no sólo he logrado escapar de mi encierro, sino que también hallamos a la princesa Selene ―vociferó Temor entre carcajadas grotescas. Luego añadió―: Permíteme demostrarte mi gratitud, obsequiándote aquello a lo que tanto temes.
Temor se esfumó en el aire, y la oscuridad se adueñó del salón colmando cada rincón y devorando toda luz que encontrara en su camino.
Una horrible visión vino entonces a la mente de Lucas: el mayor de sus temores. Ese miedo que carece de forma y representación, pero ahoga el espíritu y paraliza el cuerpo. Ese que habita en lo más profundo de nuestros corazones.
Las lágrimas corrían en el rostro del pequeño, quien postrado sobre las baldosas del salón, se abrazaba con fuerza a la vara que Selene le había entregado.
El miedo lo había inmovilizado. El frío acarició su cuerpo y con cruel lentitud se hizo más intenso. Lucas creyó que se estaba convirtiendo en una estatua de hielo.
La risa burlona y perversa de Temor resonaba en toda la habitación; más poco a poco fue volviéndose imperceptible, mientras que una voz más agradable y cálida fue ganando terreno en sus pensamientos.
«¡No te rindas, Lucas! ―le pidió Selene―. Recuerda que siempre fuiste el héroe de tus aventuras. El valor que requieres duerme en tu corazón. Debes creer en ti. ¡Cree y hallaras la luz!»
Por un instante, que le pareció una eternidad, Lucas viajó en sus recuerdos, entre sus sueños y la realidad.
Y en la vastedad de sus pensamientos se encontró a sí mismo, y halló la respuesta.
Su corazón ardió con vigor y el calor regresó a su cuerpo. Sin mucho esfuerzo se puso en pie aferrando con firmeza la Antorcha de la Luna. Una cálida aura lo envolvía, y aunque era tenue, era la única fuente de luz en todo el palacio.
―¡Tú no eres más que mi creación! ―gritó a Temor con desprecio―. Naciste de mis pensamientos y te has hecho fuerte con mi debilidad. ¡Pero eso se acaba ahora!
Alzó por sobre su cabeza la Antorcha de la Luna, sujetándola con ambas manos. Y del extremo superior de la vara, donde se hallaba la media luna de plata, floreció una llama esmeralda que, en un pestañeo, bañó el salón en su totalidad.
Temor se vio reducido a una sombra humeante que se disolvió en el suelo, así como el hielo invernal que se derrite al llegar la primavera.
Lucas lo ignoró, pasó a su lado y continuó avanzando sin mirar atrás. Se dirigió al altar ubicado tras el trono y depositó en brazos de la estatua, con figura de mujer, la vara que traía consigo.
La Luz Eterna, ubicada en la torre más alta del palacio, volvió a brillar y la Oscuridad desapareció de Fantasía.
El cielo escampó y los arco iris volvieron a pintarse en el horizonte. Los campos recobraron su vitalidad y colorido con la belleza habitual que aportan las flores y el trino de las aves.
El paisaje volvió a ser lo que siempre fue: un mundo de ensueños.
La puerta del salón principal se abrió de par a par, y por ella surgió la princesa Selene, gloriosa, irradiando alegría. Se detuvo sonriendo frente al pequeño héroe.
―¡Gracias, Lucas! ―dijo, con ojos vidriosos―. ¡No olvides lo que has aprendido hoy! ―agregó, y besó al niño en la frente.
Lucas cerró sus ojos y al abrirlos nuevamente se halló de regresó en su habitación.
El sol asomaba sus primeros rayos por la ventana, y un nuevo día comenzaba.
Cuando la noche llegó, no pidió su deseo habitual a las estrellas, tampoco solicitó a su madre que le dejara una luz encendida en el dormitorio antes de darle el beso de las buenas noches como era su costumbre.
Su miedo a la oscuridad había desaparecido.
Porque ahora sabe que, sin importar cuanta oscuridad hubiese en el mundo, la luz más brillante se hallaba en su corazón. Y donde hay luz, la oscuridad no existirá jamás.

Fin

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