domingo, 30 de diciembre de 2012

Ônero - Reino de Sueños - Capítulo 1


Reino de Sueños
Ônero
Capítulo 1





        —¡Se ha despertado! —dijo uno de los jóvenes que observaban al confundido muchacho que acababa de recuperar el conocimiento.
            —¿D-Dónde…? ¿Dónde estoy? —preguntó, aún desorientado, el que recién despertaba.
            —No sabemos, nosotros también despertamos en este lugar —respondió una chica sentada, abrazándose las piernas. Estaba apartada de los demás, tanto como le permitía esa burbuja en la que se encontraban cautivos—. Todos despertamos en este extraño lugar. Contigo somos tres.
            —¿Cómo te llamas? —quiso saber el que lo había recibido al abrir los ojos.
            —¿Mi nombre? N-No… no lo recuerdo.
            —No importa, ya lo recordarás. Yo soy Javier, y esa belleza que está ahí es Vicky.
            —¡Que no soy Vicky! ¡Me llamo Victoria!
            —Vicky. Victoria. Ambos nombres son igual de hermosos, como…
            —¿Qué lugar es este? —interrumpió el muchacho sin nombre, que en apariencia era el de menor edad de los tres.
            Los jóvenes se encontraban encerrados en una burbuja de cristal en medio del desierto. Sin importar en que dirección mirasen, sólo conseguían ver un infinito mar de arena. Pero no padecían el calor agobiante que se esperaría de un lugar así. Por el contrario, la temperatura era perfecta. Reconfortante. No obstante, estaban cautivos. Encerrados en esa misteriosa burbuja de cristal. Preocupados y pensativos, en busca de respuestas.
            El menor observó el cielo, fascinado por su color verde azulado; y luego de unos instantes de distracción, se dirigió a sus circunstanciales compañeros.
            —¿Cómo llegamos aquí?
            —Bien, a ver —Javier tragó saliva—. Recuerdo que estaba en mi cama, extenuado, luego de un día agotador. Je, je. Estaba escuchando Luz de Invierno, luego un poco de jazz y algo de Vilvaldi, cuando sin darme cuenta, me quedé dormido. Y al despertar, estaba aquí con ustedes.
            —Yo estaba leyendo —Victoria hizo una breve pausa—. No recuerdo cual libro. Sé que, repentinamente, comencé a sentirme muy agotada y mis párpados fueron haciéndose más pesados, hasta que no pude resistir más. Debo haberme quedado dormida. Fui la primera en despertar. Sólo estábamos nosotros tres. A no ser que hubiese habido otros con nosotros y que despertaran antes y de algún modo consiguieran escapar.
            —Lo dudo —respondió Javier, como si la suposición de la muchacha fuese una pregunta camuflada que alguien debía responder—. ¿Qué hay de ti, amigo? ¿También te dormiste y apareciste aquí repentinamente?
            —No. Eso sí lo recuerdo. Acababa de llegar a mi casa, cuando al abrir la puerta, lo que vi no fue la sala principal, sino una oscuridad absoluta que me atrajo hacia ella. Como si hubiese abierto una puerta que condujera a un abismo. Estaba cayendo en un vacío ciego, hasta que una pequeña luz comenzó  a brillar. La luz fue creciendo en tamaño e intensidad. Cada segundo me acercaba más a ella, pero al extender mi mano y tocarla perdí el conocimiento. Al despertar me encontraba con ustedes.
            —¡Vaya! No recuerdas tu nombre, ¿pero recuerdas algo así?
            —¿Qué puedo decir? —el muchacho sin nombre se encogió de hombros.
            Javier se quedo en silencio, caviloso.
            —¡Ya está decidido! —dijo repentinamente.
            —¿Qué está decidido?
            —Tu nombre. Al menos hasta que lo recuerdes, te llamaremos Bruce.
            —¿Bruce? ¿Por qué Bruce?
            —Por la estampa en tu remera —Javier le señaló la imagen en ella—. ¿Es Bruce Lee, no?
            —Sí, es él, pero… emm…Sí. Dejémoslo así. Pueden llamarme Bruce.
            —Oigan, algo está ocurriendo —intervino Vicky, atenta a lo que ocurría a su alrededor, mientras los otros dos charlaban sin prestar mayor atención a la burbuja; que comenzó a brillar con tonos que variaban del azul al verde en forma intermitente.
            Luego, unas extrañas inscripciones aparecieron rodeando el perímetro, formando un círculo de luces doradas que giraba en torno a ellos siguiendo el contorno de la burbuja.
            Las arenas circundantes bailaban al ritmo del círculo de luz, yendo en dirección opuesta al tránsito del sol. La burbuja dejó de brillar, pero continuaba cambiando de colores y una pequeña fisura apareció en ella, luego otra, y otra. Los jóvenes cautivos estaban maravillados y alarmados.
            Finalmente la burbuja de cristal que los retenía había perdido la fortaleza que hasta ese momento aparentaba. Se veía frágil. Frágil y amenazante.
            Esperaron temerosos que la burbuja colapsara y cientos de fragmentos de cristal llovieran sobre ellos. Esperaron. Y esperaron. Pero eso no ocurrió. La burbuja estalló en miles de burbujas pequeñas que reventaban al chocar unas con otras y se evaporaban en el aire.
            —¿Burbujas de jabón? —se sorprendió Javier, quien había comprendido de qué se trataba al intentar capturar una de ellas
            Las burbujas lentamente fueron desvaneciéndose junto con el círculo de luz que les rodeaba y los jóvenes quedaron en libertad, perdidos en la inmensidad de un desierto desconocido.
            —Somos libres, ¿no? —Preguntó ansiosa Victoria—. ¿A dónde iremos ahora?
            —Mira hacia allá —Javier señaló en dirección a un bosque surgido repentinamente sin que nadie se percatara de su existencia hasta ese instante.
            —¿Un bosque? Eso no estaba allí antes.
            —Creo que es la mejor opción —intervino el que habían apodado Bruce—. Vean en la dirección opuesta.
            En algún momento, a sus espaldas, se había formado una tormenta lejana que se aproximaba a ellos parsimoniosamente. En aquella zona el cielo se oscureció completamente y con cada relámpago podía entreverse la forma de un monte distante. Era rojo. En esa ocasión ninguno pudo explicarlo, pero la imagen inundó sus almas de tristeza y temor. Decidieron ir en dirección al bosque.
            Caminaron tan veloces como las arenas del desierto se lo permitieron. Atravesaron una cadena de dunas sin muchas complicaciones, aunque trastabillaron y terminaron en varias oportunidades de rodillas en el cálido suelo.
            Hasta que finalmente llegaron.
            El bosque contrastaba notablemente con el árido terreno sin vida que se encontraba a escasos pasos de distancia. Frondosos árboles de gruesos troncos, arbustos floridos y de bayas, enredaderas, suelo húmedo y el trinar de las aves que dotaban al lugar de consoladora tranquilidad.
            Avanzaron hacia el corazón de la espesura y se detuvieron a beber de un pequeño arroyo que encontraron a su paso.
            —Este sitio es mucho mejor —Javier se remojó el cabello tras tomar un poco de agua—. ¡Odio el maldito calor!
            —Era sólo un poco de calor —se burló Vicky—. Aunque el viento lo hacía insoportable.
            —Continuemos —Bruce observaba receloso en varias direcciones—. Si estamos en un oasis, seguramente encontraremos algún asentamiento. Vamos.
            Javier y Victoria no cuestionaron a Bruce, simplemente lo siguieron, preocupados por el semblante de inquietud del muchacho.
            Pasaron unos cuantos minutos cuando Vicky se detuvo súbitamente, fijando su mirada en los matorrales.
            —¿Ocurre algo? —quiso saber Javier.
            —Creí haber visto algo en la maleza —respondió la joven sin volver la mirada—. Pero creo que no ha sido nada. Sigamos.
            Continuaron su marcha, penetrando aún más en el bosque. Sortearon un sector donde los árboles bajos los azotaban con sus ramas y llegaron a un claro. A partir de ese punto los árboles volvían a ser de gran altura y distribuirse en forma distante entre ellos permitiendo un paso sin problemas.
            —Podemos para un rato en este sitio y conversar un poco —propuso Javier—. Tal vez podamos conocernos mejor.
            —No creo que sea buena idea —rechazó la oferta Bruce—. Siento que hemos sido observados desde que ingresamos al bosque.
            —Yo he tenido la misma sensación —añadió Vicky.
            —¡Tonterías! —Javier estaba en desacuerdo—. Sólo hagan silencio y disfruten la paz de este santuario.
            Todos callaron.
            Pero al hacerlo pudieron oír el sonido de ramitas quebrarse y hojas crujir al ritmo de pisadas que se acercaban a ellos.
            Los arbustos se sacudieron y de entre ellos salió una pequeña figura antropomórfica. De estatura baja, cuerpo escuálido y completamente cubierto de pelo negro. Tenía mentón puntiagudo, diminutos ojos amarillos, y orejas terminadas en punta que acentuaban la pequeñez de su cráneo.
            —¿Eso es un mono? —preguntó Javier arqueando una ceja.
            —Creo que es un trasgo —respondió Vitoria luego de retirar las manos de su boca. Por reflejo se había tapado la boca por la impresión que le produjo el sobresalto.
            —Lo que sea, es horrible —Bruce tomó una roca del suelo y la arrojó con violencia al extraño ser que los observaba, impactando en su vientre.
            La criatura se dobló por el golpe produciendo un agudo alarido. Se irguió nuevamente, gruñendo. Les enseñó sus afilados dientes dando patadas contra el suelo. Su respiración era entrecortada, hinchaba su pecho y exhalaba bufando como un animalucho salvaje. Detuvo su excitado resuello,  y a continuación realizo un chillido estridente e insoportable. Los arbustos aledaños se sacudieron con violencia y de ellos salieron otras nueve criaturas. Tres de ellas asían ramas cortas y gruesas, a modo de rústicos garrotes.
            Los pequeños seres hablaron entre ellos, en un lenguaje incomprensible que se asemejaba a más a unos gruñidos articulados que a un dialecto en si.
            Uno dio un paso hacia delante, luego bramó furioso y comenzó a correr rumbo a los jóvenes que los contemplaban horrorizados. Los demás le siguieron.
            —¡Corran! —Gritó Javier con pavor—. ¡Huyamos!
            Escaparon de sus peludos perseguidores avanzando entre los árboles, sorteando troncos caídos y cubriéndose el rostro con los brazos para que las ramas a baja altura no los golpearan.
            Vicky tropezó y cayó al suelo. Bruce se detuvo para ayudarla. Javier, que se había adelantado, retrocedió para asistirles.
            —¡Ahí vienen! —advirtió.
            Los pequeños seres les dieron alcance y se detuvieron, jadeantes y babeando espuma que se escurría de sus agudos y torcidos dientes amarillos.
            Los rodearon, y entre chillidos y resoplidos, uno empezó a aproximarse lentamente agitando su garrote. Apuró su marcha, y cuando se encontraba presto a saltar sobre sus presas, del suelo brotaron raíces que lo sujetaron de una de sus piernas y de un brazo. A continuación, más raíces emergieron de la hojarasca y envolvieron por completo su cuerpo. Se escuchó el crujir de los huesos y un resonar acuoso cuando las raíces se contrajeron, Y al abrirse nuevamente, una masa amorfa cayó al suelo empapada de una sustancia verde y viscosa.
            Al ver los restos de su compañero, las criaturas restantes se dispersaron aterradas buscando refugio en los matorrales.
            Vicky se esforzaba por no vomitar, mientras que Bruce observaba el repugnante cuadro, fascinado; y Javier buscaba comprender lo que acababa de suceder.
            —¿Qué ha sido todo esto? —preguntó, esperando que alguno de los otros pudiese encontrar la explicación que le rehuía. Pero fue en vano, todos estaban estupefactos.
            Oyeron pasos acercándose y por un instante temieron que esos seres peludos hubiesen vuelto furiosos y en mayor número.
            Voltearon en dirección al sonido y vieron a un hombre salir de en medio de los árboles. Vestía una larga túnica púrpura con ribetes dorados en las mangas. Portaba un báculo de madera que en el extremo tenía incrustada la cabeza de un león de oro.
            —Les pido me perdonen, de haber llegado antes, no hubiesen tenido ese percance con los priggs.
            —¿Quién es usted? —preguntó Javier al misterioso hombre.
            —Soy su  humilde servidor, Faerom —se presentó con una reverencia—. Y los he estado esperando, Elegidos.

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