Reino de Sueños
Ônero
Capítulo 1
—¡Se ha despertado! —dijo uno de los jóvenes que
observaban al confundido muchacho que acababa de recuperar el conocimiento.
—¿D-Dónde…?
¿Dónde estoy? —preguntó, aún desorientado, el que recién despertaba.
—No sabemos,
nosotros también despertamos en este lugar —respondió una chica sentada,
abrazándose las piernas. Estaba apartada de los demás, tanto como le permitía
esa burbuja en la que se encontraban cautivos—. Todos despertamos en este
extraño lugar. Contigo somos tres.
—¿Cómo te
llamas? —quiso saber el que lo había recibido al abrir los ojos.
—¿Mi
nombre? N-No… no lo recuerdo.
—No
importa, ya lo recordarás. Yo soy Javier, y esa belleza que está ahí es Vicky.
—¡Que no
soy Vicky! ¡Me llamo Victoria!
—Vicky. Victoria.
Ambos nombres son igual de hermosos, como…
—¿Qué lugar
es este? —interrumpió el muchacho sin nombre, que en apariencia era el de menor
edad de los tres.
Los jóvenes
se encontraban encerrados en una burbuja de cristal en medio del desierto. Sin
importar en que dirección mirasen, sólo conseguían ver un infinito mar de
arena. Pero no padecían el calor agobiante que se esperaría de un lugar así.
Por el contrario, la temperatura era perfecta. Reconfortante. No obstante,
estaban cautivos. Encerrados en esa misteriosa burbuja de cristal. Preocupados
y pensativos, en busca de respuestas.
El menor
observó el cielo, fascinado por su color verde azulado; y luego de unos
instantes de distracción, se dirigió a sus circunstanciales compañeros.
—¿Cómo
llegamos aquí?
—Bien, a
ver —Javier tragó saliva—. Recuerdo que estaba en mi cama, extenuado, luego de
un día agotador. Je, je. Estaba escuchando Luz
de Invierno, luego un poco de jazz y algo de Vilvaldi, cuando sin darme
cuenta, me quedé dormido. Y al despertar, estaba aquí con ustedes.
—Yo estaba
leyendo —Victoria hizo una breve pausa—. No recuerdo cual libro. Sé que,
repentinamente, comencé a sentirme muy agotada y mis párpados fueron haciéndose
más pesados, hasta que no pude resistir más. Debo haberme quedado dormida. Fui
la primera en despertar. Sólo estábamos nosotros tres. A no ser que hubiese
habido otros con nosotros y que despertaran antes y de algún modo consiguieran
escapar.
—Lo dudo
—respondió Javier, como si la suposición de la muchacha fuese una pregunta
camuflada que alguien debía responder—. ¿Qué hay de ti, amigo? ¿También te
dormiste y apareciste aquí repentinamente?
—No. Eso sí
lo recuerdo. Acababa de llegar a mi casa, cuando al abrir la puerta, lo que vi
no fue la sala principal, sino una oscuridad absoluta que me atrajo hacia ella.
Como si hubiese abierto una puerta que condujera a un abismo. Estaba cayendo en
un vacío ciego, hasta que una pequeña luz comenzó a brillar. La luz fue creciendo en tamaño e
intensidad. Cada segundo me acercaba más a ella, pero al extender mi mano y
tocarla perdí el conocimiento. Al despertar me encontraba con ustedes.
—¡Vaya! No
recuerdas tu nombre, ¿pero recuerdas algo así?
—¿Qué puedo
decir? —el muchacho sin nombre se encogió de hombros.
Javier se
quedo en silencio, caviloso.
—¡Ya está
decidido! —dijo repentinamente.
—¿Qué está
decidido?
—Tu nombre.
Al menos hasta que lo recuerdes, te llamaremos Bruce.
—¿Bruce?
¿Por qué Bruce?
—Por la
estampa en tu remera —Javier le señaló la imagen en ella—. ¿Es Bruce Lee, no?
—Sí, es él,
pero… emm…Sí. Dejémoslo así. Pueden llamarme Bruce.
—Oigan,
algo está ocurriendo —intervino Vicky, atenta a lo que ocurría a su alrededor,
mientras los otros dos charlaban sin prestar mayor atención a la burbuja; que
comenzó a brillar con tonos que variaban del azul al verde en forma
intermitente.
Luego, unas
extrañas inscripciones aparecieron rodeando el perímetro, formando un círculo
de luces doradas que giraba en torno a ellos siguiendo el contorno de la
burbuja.
Las arenas
circundantes bailaban al ritmo del círculo de luz, yendo en dirección opuesta
al tránsito del sol. La burbuja dejó de brillar, pero continuaba cambiando de
colores y una pequeña fisura apareció en ella, luego otra, y otra. Los jóvenes
cautivos estaban maravillados y alarmados.
Finalmente
la burbuja de cristal que los retenía había perdido la fortaleza que hasta ese
momento aparentaba. Se veía frágil. Frágil y amenazante.
Esperaron
temerosos que la burbuja colapsara y cientos de fragmentos de cristal llovieran
sobre ellos. Esperaron. Y esperaron. Pero eso no ocurrió. La burbuja estalló en
miles de burbujas pequeñas que reventaban al chocar unas con otras y se
evaporaban en el aire.
—¿Burbujas
de jabón? —se sorprendió Javier, quien había comprendido de qué se trataba al
intentar capturar una de ellas
Las
burbujas lentamente fueron desvaneciéndose junto con el círculo de luz que les
rodeaba y los jóvenes quedaron en libertad, perdidos en la inmensidad de un
desierto desconocido.
—Somos
libres, ¿no? —Preguntó ansiosa Victoria—. ¿A dónde iremos ahora?
—Mira hacia
allá —Javier señaló en dirección a un bosque surgido repentinamente sin que
nadie se percatara de su existencia hasta ese instante.
—¿Un
bosque? Eso no estaba allí antes.
—Creo que
es la mejor opción —intervino el que habían apodado Bruce—. Vean en la
dirección opuesta.
En algún
momento, a sus espaldas, se había formado una tormenta lejana que se aproximaba
a ellos parsimoniosamente. En aquella zona el cielo se oscureció completamente
y con cada relámpago podía entreverse la forma de un monte distante. Era rojo.
En esa ocasión ninguno pudo explicarlo, pero la imagen inundó sus almas de
tristeza y temor. Decidieron ir en dirección al bosque.
Caminaron
tan veloces como las arenas del desierto se lo permitieron. Atravesaron una
cadena de dunas sin muchas complicaciones, aunque trastabillaron y terminaron
en varias oportunidades de rodillas en el cálido suelo.
Hasta que
finalmente llegaron.
El bosque
contrastaba notablemente con el árido terreno sin vida que se encontraba a
escasos pasos de distancia. Frondosos árboles de gruesos troncos, arbustos
floridos y de bayas, enredaderas, suelo húmedo y el trinar de las aves que dotaban
al lugar de consoladora tranquilidad.
Avanzaron
hacia el corazón de la espesura y se detuvieron a beber de un pequeño arroyo
que encontraron a su paso.
—Este sitio
es mucho mejor —Javier se remojó el cabello tras tomar un poco de agua—. ¡Odio
el maldito calor!
—Era sólo
un poco de calor —se burló Vicky—. Aunque el viento lo hacía insoportable.
—Continuemos
—Bruce observaba receloso en varias direcciones—. Si estamos en un oasis,
seguramente encontraremos algún asentamiento. Vamos.
Javier y
Victoria no cuestionaron a Bruce, simplemente lo siguieron, preocupados por el
semblante de inquietud del muchacho.
Pasaron
unos cuantos minutos cuando Vicky se detuvo súbitamente, fijando su mirada en
los matorrales.
—¿Ocurre
algo? —quiso saber Javier.
—Creí haber
visto algo en la maleza —respondió la joven sin volver la mirada—. Pero creo
que no ha sido nada. Sigamos.
Continuaron
su marcha, penetrando aún más en el bosque. Sortearon un sector donde los
árboles bajos los azotaban con sus ramas y llegaron a un claro. A partir de ese
punto los árboles volvían a ser de gran altura y distribuirse en forma distante
entre ellos permitiendo un paso sin problemas.
—Podemos
para un rato en este sitio y conversar un poco —propuso Javier—. Tal vez
podamos conocernos mejor.
—No creo
que sea buena idea —rechazó la oferta Bruce—. Siento que hemos sido observados
desde que ingresamos al bosque.
—Yo he
tenido la misma sensación —añadió Vicky.
—¡Tonterías!
—Javier estaba en desacuerdo—. Sólo hagan silencio y disfruten la paz de este
santuario.
Todos
callaron.
Pero al
hacerlo pudieron oír el sonido de ramitas quebrarse y hojas crujir al ritmo de
pisadas que se acercaban a ellos.
Los
arbustos se sacudieron y de entre ellos salió una pequeña figura antropomórfica.
De estatura baja, cuerpo escuálido y completamente cubierto de pelo negro.
Tenía mentón puntiagudo, diminutos ojos amarillos, y orejas terminadas en punta
que acentuaban la pequeñez de su cráneo.
—¿Eso es un
mono? —preguntó Javier arqueando una ceja.
—Creo que
es un trasgo —respondió Vitoria luego de retirar las manos de su boca. Por
reflejo se había tapado la boca por la impresión que le produjo el sobresalto.
—Lo que
sea, es horrible —Bruce tomó una roca del suelo y la arrojó con violencia al extraño
ser que los observaba, impactando en su vientre.
La criatura
se dobló por el golpe produciendo un agudo alarido. Se irguió nuevamente,
gruñendo. Les enseñó sus afilados dientes dando patadas contra el suelo. Su
respiración era entrecortada, hinchaba su pecho y exhalaba bufando como un
animalucho salvaje. Detuvo su excitado resuello, y a continuación realizo un chillido
estridente e insoportable. Los arbustos aledaños se sacudieron con violencia y de
ellos salieron otras nueve criaturas. Tres de ellas asían ramas cortas y
gruesas, a modo de rústicos garrotes.
Los
pequeños seres hablaron entre ellos, en un lenguaje incomprensible que se
asemejaba a más a unos gruñidos articulados que a un dialecto en si.
Uno dio un
paso hacia delante, luego bramó furioso y comenzó a correr rumbo a los jóvenes
que los contemplaban horrorizados. Los demás le siguieron.
—¡Corran! —Gritó
Javier con pavor—. ¡Huyamos!
Escaparon
de sus peludos perseguidores avanzando entre los árboles, sorteando troncos
caídos y cubriéndose el rostro con los brazos para que las ramas a baja altura
no los golpearan.
Vicky
tropezó y cayó al suelo. Bruce se detuvo para ayudarla. Javier, que se había adelantado,
retrocedió para asistirles.
—¡Ahí
vienen! —advirtió.
Los
pequeños seres les dieron alcance y se detuvieron, jadeantes y babeando espuma
que se escurría de sus agudos y torcidos dientes amarillos.
Los
rodearon, y entre chillidos y resoplidos, uno empezó a aproximarse lentamente agitando
su garrote. Apuró su marcha, y cuando se encontraba presto a saltar sobre sus
presas, del suelo brotaron raíces que lo sujetaron de una de sus piernas y de
un brazo. A continuación, más raíces emergieron de la hojarasca y envolvieron
por completo su cuerpo. Se escuchó el crujir de los huesos y un resonar acuoso
cuando las raíces se contrajeron, Y al abrirse nuevamente, una masa amorfa cayó
al suelo empapada de una sustancia verde y viscosa.
Al ver los
restos de su compañero, las criaturas restantes se dispersaron aterradas
buscando refugio en los matorrales.
Vicky se
esforzaba por no vomitar, mientras que Bruce observaba el repugnante cuadro,
fascinado; y Javier buscaba comprender lo que acababa de suceder.
—¿Qué ha
sido todo esto? —preguntó, esperando que alguno de los otros pudiese encontrar
la explicación que le rehuía. Pero fue en vano, todos estaban estupefactos.
Oyeron
pasos acercándose y por un instante temieron que esos seres peludos hubiesen
vuelto furiosos y en mayor número.
Voltearon
en dirección al sonido y vieron a un hombre salir de en medio de los árboles.
Vestía una larga túnica púrpura con ribetes dorados en las mangas. Portaba un
báculo de madera que en el extremo tenía incrustada la cabeza de un león de
oro.
—Les pido
me perdonen, de haber llegado antes, no hubiesen tenido ese percance con los
priggs.
—¿Quién es
usted? —preguntó Javier al misterioso hombre.
—Soy
su humilde servidor, Faerom —se presentó
con una reverencia—. Y los he estado esperando, Elegidos.
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