miércoles, 17 de octubre de 2012

Ezka y Wolfy - Cápitulo 2

Cápitulo 2
Vazffia




Los desesperados gritos de temor de los aldeanos y los bramidos de las extrañas criaturas se mezclaban en una aterradora sinfonía. El mundo se detuvo para los jóvenes que observaban el horror en su viejo poblado. Las personas corrían desesperadas y se empujaban entre si para escapar de las casas en llamas, y horrendos seres de aspecto humano, pero con músculos desproporcionados, que les daban una apariencia grotesca, atacaban con mazas y garrotes a todo aquel que tuviesen a su alcance. Mujeres y niños lloraban mientras buscaban donde refugiarse, y algunos hombres trataban de hacerles frente con las armas que habían tomado tan rápido como les fue posible: hoces, cayados, hachas. Ezka y Wolfy se habían convertido en dos estatuas humanas que no daban crédito a lo que veían sus ojos. Los alaridos de un hombre al que le habían cortado un brazo los hizo reaccionar y abandonar la pasividad con que contemplaban el cuadro de pesadilla. Ezka fue el primero en abalanzarse contra una de las criaturas. Con un pequeño hacha que tomó del carromato de Rupert, corrió a socorrer al granjero. Llegó tarde. La cabeza del hombre se ahuecó por un costado luego que una criatura le impactará un furioso mazazo. Ezka vio como un grupo de engendros corría en dirección a los aldeanos que habían conseguido huir. Aprovecho que una de las criaturas se distrajo al tratar de levantar el cadáver del hombre que había derribado momentos antes y no percibió la presencia del monje hasta que fue demasiado tarde. Ezka consiguió dar un golpe de lleno en el cráneo del extraño ser. El filo del hacha se hundió sin dificultad. Su oponente cayó, y Ezka observó con asco el espeso líquido negro que manaba de su herida.
            «Su sangre se asemeja a la de un muerto», pensó.
Otros cuatro seres aparecieron, saliendo de una de las casas en llamas, y se dirigieron  hacia él caminando pesadamente. Con más calma, pudo observar detenidamente a qué se enfrentaba. Las criaturas tenían aspecto humano, como ya había notado. Aunque sus músculos parecían haberse desarrollado repentinamente, desgarrando en brazos y piernas la piel. Una piel pálida, de tono grisáceo y motas blancas donde la carne había rasgado en busca de espacio y cicatrizado. Pero lo más horrendo, eran sin duda alguna, sus rostros. Todos eran diferentes entre si, pero compartían ciertos rasgos: estaban demacrados y los pómulos exageradamente marcados resaltaban las oscuras órbitas de sus ojos, donde pequeños puntos rojos brillaban. En sus miradas no había vida. En sus expresiones se combinaban el temor y el dolor. Dolor. Como si su mera existencia les produjera sufrimiento.
            —¡Perdón por llegar tarde! —se excusó Wolfy posicionándose junto a su amigo—. Pero no podía dejar mis juguetes en la bolsa —añadió mientras enseñaba sus armas: dos puñales delgados de punta aguda y una espada corta, aun en su vaina—. ¡Ten! ¡Toma ésta! —Lanzó la última a su amigo, quien tras recibirla, y antes de desenvainarla, arrojó su hacha violentamente a la cabeza de una de las criaturas destrozándole la cara.
Cuando vieron a uno de los suyos caer, las criaturas restantes arremetieron contra los jóvenes. Una de ellas atacó con un movimiento descendente de su hacha, sin embargo Wolfy fue más veloz  y esquivó el golpe avanzando hacia su atacante. Con un ligero movimiento ascendente clavó el puñal que llevaba en su mano izquierda  en el cuello de la criatura. De inmediato realizó un ágil movimiento con su muñeca derecha, para soltar de la  empuñadura el otro puñal y tomarlo de la hoja; luego lo arrojó con fuerza en dirección a otro de los seres. Éste sólo alcanzó a ver un fugaz destello plateado antes que el frío acero perforara uno de sus ojos rojos.
Ezka estaba parado frente a la única criatura que quedaba. Dio unos pasos hacia adelante. Su oponente hendió el aire con un golpe paralelo al suelo. Ezka eludió el ataque dando un pequeño salto hacia atrás. A continuación corrió rumbo a la criatura, sujetando con ambas manos su espada y con un súbito golpe lateral la decapitó. La cabeza rebotó dos veces en el suelo antes de quedar inmóvil. La expresión en su rostro no cambió, mantenía la impresión combinada del temor y el sufrimiento y la mirada perdida; pero los ojos dejaron de ser rojos, se tomaron completamente negros, perdiéndose en las oscuras cavidades que los envolvían. Ezka sintió pena por el desdichado ser al que había liquidado. Por ese y los otros tres.
—Estamos empatados en dos —dijo Wolfy mientras recuperaba sus puñales—. Afortunadamente aun quedan más
—¡Esto no es un juego! —le reprobó Ezka a su amigo. Pero éste hizo caso omiso y corrió, adentrándose en la aldea en busca de más rivales. Ezka maldijo entre dientes y lo siguió.
Corrieron por una callejuela de tierra en dirección a la plazoleta del pueblo donde las criaturas se agrupaban llevando a cuestas los cuerpos de aldeanos asesinados. Cuando los jóvenes monjes estuvieron a pocos metros del grupo de seres extraños, Wolfy detuvo su marcha abruptamente y se dirigió a los restos en ruina de una casa en llamas con aspecto de colapsar de un  momento a otro. Ezka tuvo intenciones de frenarlo, pero se contuvo al reconocer el lugar. «La casa de Rita —recordó». Mientras su amigo se perdía en la cortina de humo que cubría la entrada a la vivienda, Ezka se preparó para enfrentarse a las criaturas. «No son ningún problema —se daba ánimos—. Son lentos y torpes». Solamente quedaban once de esas horrendos seres, y parecían más preocupadas en amontonar su motín de cuerpos muertos que en prestarle atención. Pero eran once, y él sólo uno. «Malditos granjeros cobardes. ¿A dónde han huido todos? ¡Mierda! —Comprendió que aunque eran lentos no sería capaz de esquivar todos los ataques si se decidían a rodearlo—. ¿Por qué no hay nadie enfrentándoles? ¿Dónde está mi padre?». Una gota de sudor comenzó a descender por su frente.
Un repentino estruendo, grave y prolongado, aulló con furia. «¿Un cuerno?». El sonido provenía desde la oscuridad, y se mezclaba con el crepitar de la madera de techos y ventanas de las casas que ardían, por lo que Ezka no consiguió determinar su origen con precisión. Se oyó por segunda vez, y las criaturas comenzaron a bramar. Seis de ellas cargaron dos cuerpos cada una y comenzaron a correr rumbo a la colina, al este de la aldea. Las cinco restantes formaron una línea, ubicándose entremedio de sus compañeros y el joven Lionheart, obstruyéndole el paso. «Si piensan que voy a perseguir a unos monstruos que roban cadáveres, estas bestias son más estúpidas que feas —se dijo a si mismo, burlándose de ellas».
Un ruido sibilante chilló en la oscuridad, y Ezka vio a uno de los horribles seres caer de bruces y desparramar en el suelo los cuerpos que cargaba. Lo oyó nuevamente, y una segunda criatura cayó. «¿Flechas? —se preguntó— ¿De dónde vinieron? ¿Quién…?». No tuvo tiempo para averiguarlo. Las criaturas no se lo permitieron. Dos de ellas corrieron rumbo a un individuo que había aparecido por una de las calles que conducían a la plazoleta, sin que nadie se hubiese percatado de su existencia hasta ese momento; pero las tres restantes se dirigían veloces hacia él con sus mazas de madera mal tallada, gruesas y pesadas, que se asemejaban más a pequeños troncos que a una verdadera maza de batalla, aunque eran igual de mortíferas.
            Uno de los seres estrelló su pesada maza contra el suelo, a menos de un metro de Ezka, quien consiguió eludirlo dando unos pasos hacia la derecha de la criatura para evitar el golpe que cayó verticalmente. Aprovechó que su oponente no tenía defensa para asestarle un mortal golpe con su espada corta. Fue un corte limpio, el filo del acero atravesó la garganta con la misma facilidad con que rasgaría un vestido de seda.
Todavía quedaban dos rivales más por derrotar. Uno avanzaba por su derecha y el otro por la izquierda. Decidió luchar contra este último. Rodó por el suelo de forma tal que, al ponerse nuevamente en pie, quedó a la espalda de la criatura, y le realizo dos profundas hendiduras, dibujándole una enorme “X” de donde manaba la sangre, espesa y oscura.
El monstruoso adversario que aun quedaba en pie se aproximaba de frente, con el brazo derecho extendido hacia atrás, preparado para golpearlo con su maza de hierro. El monje vio que se acercaba; dio unos pasos veloces para tomar impulso; saltó hacia delante; giró sobre si, y le acertó una potente patada en el pecho que lo arrojó contra la pared de una de las casas cercanas. El fuerte sonido que produjo el horrible ser al impactar la pared se convirtió en un susurro ante el estrepitoso quejido que éste liberó: un lamento incompresible y gutural, cargado de dolor. Ezka se acercó al engendro que torpemente buscaba ponerse en pie, y así propinarle el golpe final. Fue veloz y preciso. Y otra cabeza rodó en el suelo.
—No fue tan difícil….arggh… argggh… —Ezka no tuvo tiempo de saborear su victoria. Una mano fuerte y enorme lo había sujetado del cuello, y se lo apretaba con ira. Cada segundo le costaba más conseguir aire. Dejó caer su espada cuando la criatura comenzó a zamarrearlo, por lo que sólo le quedaban sus manos para intentar liberarse. Quiso abrirle los dedos por la fuerza, pero ni con sus dos manos tenía la fortaleza que el engendro tenía sólo en una. La visión se le había hecho más borrosa.
«Voy a morir ni bien volví a casa —se lamentó—. Padre, yo…»
Repentinamente el engendro lo soltó, y Ezka cayó al suelo. De rodillas, se llevó las manos al cuello para masajearse y apaciguar el dolor, o tal vez sólo para comprobar si en realidad lo habían liberado de su collar de gruesos y fríos dedos. Abrió la boca como un pez esforzándose por recuperar el aliento que se le había escapado, casi llevándose su vida consigo. Poniéndose en pie con torpeza, vio a la criatura que trató de estrangularlo despatarrada en el suelo. Muerta. Una flecha le había brotado en el cráneo.
—Debes destrozarle la cabeza —le dijo una joven que se acercaba a él sonriendo con un arco en la mano izquierda y un carcaj a la espalda, sujeto por una correa de cuero y asomándole por el hombro derecho—. Creía que ya lo habías comprendido después de acabar con tantos. A ése sólo le abriste dos surcos en la espalda. Pero, si no les cortas la cabeza o le perforas el cerebro no se detendrán.
—No lo sabía —confesó Ezka quien aún trataba de conseguir aire—. Gracias. Me habéis salvado. Pero, ¿cómo sabíais como detenerlo?
—Pues me gasté varias flechas hasta que lo descubrí —La muchacha toda sonrisas guiñó un ojo al tiempo en que se encogía de hombros en un gesto de total desenfado—. Soy Aleja. Aleja Valentino.
—Yo… Yo soy… Soy Ezka. Ezka Lionheart.
—¡Ah! El leoncito.
—Leoncito me llamaba mi padre. ¿Lo conoces? —pregunto intrigado.
—Ven. Vamos al refugio. El jefe de la aldea querrá hablar contigo.
—¿Y las otras criaturas? ¿Las que llevaban los cuerpos de los muertos? —Ezka tenía mayor interés en preguntar sobre su padre, pero prefirió guardar esas preguntas para el jefe de la aldea, así que se contuvo y la siguió camino al refugio, aunque el no recordaba que hubiese uno cuando el aún vivía en la aldea.
—Sólo tres consiguieron escapar y se llevaron cinco cuerpos. A las otras pude detenerlas. ¿Qué crees que son?
—No tengo idea. Nunca he visto nada parecido —En realidad Ezka nunca había visto nada, desde que él y Wolfy se unieron a los monjes de Xiao Lu sus vidas giraban en torno al conjunto de fortalezas pequeñas que los monjes llamaban santuarios y el templo principal ubicado en la cima de la colina—. ¿Qué pensáis vos?
—Pues han tratado de llevarse a los muertos. Yo creo que son gules.
—¿Gules? Tenía entendido que los gules rondan los cementerios. Estos no sólo atacaron la aldea, sino que tenían armas, y no creo que los gules sean tan organizados. Además, aunque se alimenten de carne muerta, me cuesta aceptar que maten a alguien para luego llevarle a su guarida y darse un festín con su cadáver.
—Tal vez se cansaron de la carne podrida y decidieron cazar algo fresco. La caza es divertida. Yo soy cazadora por si no lo has notado —La joven le enseño su arco—. Tal vez organizaron alguna celebración y se quedaron cortos de muertos, y no habiendo ningún mercado cercano donde comprarlos decidieron salir a buscarlos por su cuenta.
—¿Un mercado donde comprar muertos? Eso me preocuparía más que un grupo de gules organizados —Aunque sabía que se trataba de una broma, Ezka no se molestó en fingir una sonrisa—. Mirad esto con detenimiento, por favor —pidió señalándole uno de los engendros caídos en la laguna negra y espesa en que se había convertido su sangre.
—¿Qué tiene? —preguntó la joven cazadora sin haber comprendido qué debía notar con exactitud.
—Ésta cosa, fuera lo que fuera, antes era un hombre común y corriente.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su vestimenta —Le indicó tocando con la punta de su espada los jirones de túnica gris y los calzones de color azul que el engendro vestía—. Era un guardia de la ciudad —explicó—. De Ghekisro.

Cuando llegaron a la plazoleta, se encontraron con Wolfy. Había salido de la casa que hasta hace unos momentos estaba en llamas. Llevaba un niño en brazos. Los jóvenes se juntaron frente a las puertas de la capilla de Pylos. Cuando Ezka vio el semblante taciturno y los ojos enrojecidos de su amigo, comprendió que no fue por causa del humo «Son lagrimas». Pero las lágrimas no sólo recorrían las mejillas de Wolfy, sino también sus hombros, sus brazos, sus piernas, pecho, incluso el cabello. No lo había notado hasta ese momento, pero estaba lloviendo.
—Es curioso que llueva —dijo sorprendido—. Ni siquiera estaba nublado. Todo lo contrario, era una hermosa noche de cielo despejado que permitía ver las estrellas.
—El Señor de los Cielos es benevolente —intervino Rupert desde su carromato cuando les dio alcance—. En esta aldea las casas son en su mayoría de madera. Si no hubiese llovido la aldea entera ya no existiría —Rupert decía la verdad. Vazffia no era más que un conjunto de poco más de treinta casas, en su mayoría de madera de pino y nogal y con techos de paja. Las únicas construcciones en piedra eran la capilla de Pylos y el refugio, ambas con techos de pizarra—. Si no nos hubiese regalado sus lágrimas la destrucción sería mayor. Aunque sean sólo cosas materiales y recuperables. La vida en cambio es un don sagrado que nadie puede devolver. Esas criaturas puede que hayan sido hombres alguna vez. Pero ahora sólo son almas atormentadas encerradas en cuerpos muertos. Ojala hallen la paz que les fue arrebatada en su vida y convertido en tormento en su regreso de la muerte.
—Pylos los juzgará con sabiduría —terció Aleja.
—¿Pylos? El Hijo de Dios que fue creado de arcilla y se convirtió en el primero de los hombres —Rupert se había bajado del carromato y se paró junto a los jóvenes. Tomó el comentario de la cazadora como si de un chiste se tratase y rió de ello—. ¿Qué poder puede tener sobre el cielo alguien que nació del barro? —No le dio tiempo a la joven para responder—. Observad. Ya ha escampado.
            —No discutáis por sandeces —Ezka estaba cansado y tenía otros intereses de mayor importancia que escuchar la discusión del anciano y la joven—.Yo no he visto dioses esta noche, sólo esas criaturas que están tiradas por doquier.
—Iré a avisar a todos que el peligro ha pasado y que ya pueden salir. Esperen aquí —dijo la muchacha y se alejó de ellos a largas zancadas rumbo al refugio.
—Debo confesar que no creí que vosotros dos fuerais buenos guerreros —reconoció Rupert—. Me alegra no haber traído a Xero a un lugar en estas condiciones.
—¿Qué queréis decir? —preguntó Ezka. Wolfy continuaba ensimismado con el niño en brazo quien se aferraba con fuerza a él.
—Una aldea en llamas no es un buen lugar para ese cruzado —explicó el comerciante—. Le traería malos recuerdos.
—¿Vos lo conocéis de antes?
—No. Sólo he hablado con él desde Colina Áspera hasta Ghekisro. Se puede conocer bien a una persona si te tomas el tiempo para hacerlo. Je, je.
—No creo que Xero sea la clase de sujeto que hable mucho de su pasado.
            —Pero todos tenemos un pasado —Rupert se encogió de hombros—. El pasado determina nuestro presente y nos prepara para el futuro. Aprender de los fracasos y corregir los errores nos ayuda a buscar un futuro mejor. Si intentáis huir del pasado, sólo estaréis huyendo de vos mismo.
—Si vos lo decís —Ezka no tenía deseos de continuar charlando con el mercader—. Tenéis más experiencia que yo.
—En eso habéis dado en el clavo —El anciano esbozó una sonrisa por el halago del monje, y sus ojos celestes, claros como un cielo sin nubes, irradiaron satisfacción—. Mirad. Al parecer vuestros coterráneos han decidido salir de su escondite.
Un grupo de personas se acercó a ellos. A la cabeza iban Aleja y el anciano elegido como jefe de la aldea, un hombre de avanzada edad como delataban su caminar lento, su espalda encorvada hacia delante, su larga barba blanca, mismo color que tenía en los pocos mechones que todavía le quedaban a cada lado de la cabeza, asomándose por detrás de las orejas.
«El viejo Mathus aún vive» Ezka se sorprendió gratamente al verlo.
—Los cachorros han vuelto ha casa —Mtahus observó con detenimiento a los jóvenes monjes, buscando con sus ojos vidriosos a los muchachitos soñadores que se habían marchado de la aldea cuatro años atrás—. Pero, veo que el lobo está triste —reconoció al niño que Wolfy cargaba en sus brazos—. ¿Ya sabes lo que le ocurrió a Rita? ¿No es así, Lowell?
—Su hermana mayor, Anna, me dijo que falleció hace dieciséis días —La voz de Wolfy estaba cargada de dolor—. No pude… No pude salvar a Anna. Sus heridas eran muy graves —Apretó los dientes como si quisiera con ello destrozar el dolor que sentía por dentro—. Pero rescaté al niño.
—Pobre pequeño. Ha perdido a toda su familia en menos de un mes. Bueno, no a toda —El anciano notó que Wolfy mirada al suelo y no le prestaba mayor atención  a sus palabras—. ¿Quieres hablar de Rita? ¿En ella estás pensando, no?
—Si no le importa, prefiero llevar al hijo de Rita al sanador para que lo revise —La respuesta de Wolfy fue cortante. Se alejó guiado por Aleja hasta el refugio, donde el sanador atendía a los heridos. Rupert fue con ellos.
—Wolfy no ha cambiado en nada —En el rostro de Mathus  se marcaron más las arrugas cuando sonrió—. Sigue siendo muy apasionado. Bajo todos esos músculos se oculta ese muchachito soñador. Y Aún ama a Rita. Eso es evidente.
—Pero ella se olvidó pronto de él. Ese niño debe haber nacido uno o dos años después de que nosotros partiésemos.
—No deberíais hablar sin tener certeza de las cosas que dices. ¿No te enseñó vuestro  padre a no prejuzgar a los demás?
—Ciertamente lo ha hecho —Ezka miró al anciano con semblante solemne—. ¿Podríais decirme dónde está mi padre?
—Murió. Dos días después de enviar la carta solicitando que ustedes regresaran.
—¿Cómo es posible? ¿Qué le ha ocurrido?
            —Se suicidó.
—Eso es… ¡Es imposible! —Las palabras del anciano fueron para Ezka más frías que las gotas de lluvia caídas momentos atrás, y el golpe más doloroso que recibió esa noche—. No tiene sentido. ¿Por qué se suicidaría días después de comunicarme que tenía cosas importantes que contarme?
—Es extraño, sí. Pero tu padre se comportaba en forma extraña en los últimos meses. Hablaba de criaturas brutales que pronto vendrían a atacarnos y convertirnos a todos en abominaciones como ellas. Hasta esta noche, incluso yo creía que eran desvaríos. Me avergüenza decirlo. Tu padre era un gran hombre. Si no fuese por ese refugio que se empecinó en construir muchos más hubiesen muerto hoy.
—¿Cómo murió? —los ojos inquisitivos de Ezka rezumaban tristeza.
—Se ahorcó. Lo encontraron colgado de una viga en el granero —Mathus apoyó una mano en el hombro del joven Lionheart quien se encontraba conmocionado—. Venid conmigo, por favor. Hay algo que debo decirle también a Lowell. Y un encargo que debo pediros a ambos.

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