Cápitulo 2
Vazffia
Los desesperados gritos de temor de los aldeanos y los
bramidos de las extrañas criaturas se mezclaban en una aterradora sinfonía. El
mundo se detuvo para los jóvenes que observaban el horror en su viejo poblado. Las
personas corrían desesperadas y se empujaban entre si para escapar de las casas
en llamas, y horrendos seres de aspecto humano, pero con músculos
desproporcionados, que les daban una apariencia grotesca, atacaban con mazas y
garrotes a todo aquel que tuviesen a su alcance. Mujeres y niños lloraban
mientras buscaban donde refugiarse, y algunos hombres trataban de hacerles
frente con las armas que habían tomado tan rápido como les fue posible: hoces,
cayados, hachas. Ezka y Wolfy se habían convertido en dos estatuas humanas que
no daban crédito a lo que veían sus ojos. Los alaridos de un hombre al que le
habían cortado un brazo los hizo reaccionar y abandonar la pasividad con que
contemplaban el cuadro de pesadilla. Ezka fue el primero en abalanzarse contra
una de las criaturas. Con un pequeño hacha que tomó del carromato de Rupert,
corrió a socorrer al granjero. Llegó tarde. La cabeza del hombre se ahuecó por
un costado luego que una criatura le impactará un furioso mazazo. Ezka vio como
un grupo de engendros corría en dirección a los aldeanos que habían conseguido
huir. Aprovecho que una de las criaturas se distrajo al tratar de levantar el
cadáver del hombre que había derribado momentos antes y no percibió la
presencia del monje hasta que fue demasiado tarde. Ezka consiguió dar un golpe
de lleno en el cráneo del extraño ser. El filo del hacha se hundió sin
dificultad. Su oponente cayó, y Ezka observó con asco el espeso líquido negro
que manaba de su herida.
«Su sangre
se asemeja a la de un muerto», pensó.
Otros cuatro seres aparecieron,
saliendo de una de las casas en llamas, y se dirigieron hacia él caminando pesadamente. Con más
calma, pudo observar detenidamente a qué se enfrentaba. Las criaturas tenían
aspecto humano, como ya había notado. Aunque sus músculos parecían haberse
desarrollado repentinamente, desgarrando en brazos y piernas la piel. Una piel
pálida, de tono grisáceo y motas blancas donde la carne había rasgado en busca
de espacio y cicatrizado. Pero lo más horrendo, eran sin duda alguna, sus
rostros. Todos eran diferentes entre si, pero compartían ciertos rasgos: estaban
demacrados y los pómulos exageradamente marcados resaltaban las oscuras órbitas
de sus ojos, donde pequeños puntos rojos brillaban. En sus miradas no había
vida. En sus expresiones se combinaban el temor y el dolor. Dolor. Como si su
mera existencia les produjera sufrimiento.
—¡Perdón
por llegar tarde! —se excusó Wolfy posicionándose junto a su amigo—. Pero no
podía dejar mis juguetes en la bolsa —añadió mientras enseñaba sus armas: dos
puñales delgados de punta aguda y una espada corta, aun en su vaina—. ¡Ten!
¡Toma ésta! —Lanzó la última a su amigo, quien tras recibirla, y antes de
desenvainarla, arrojó su hacha violentamente a la cabeza de una de las
criaturas destrozándole la cara.
Cuando vieron a uno de los suyos
caer, las criaturas restantes arremetieron contra los jóvenes. Una de ellas
atacó con un movimiento descendente de su hacha, sin embargo Wolfy fue más
veloz y esquivó el golpe avanzando hacia
su atacante. Con un ligero movimiento ascendente clavó el puñal que llevaba en
su mano izquierda en el cuello de la
criatura. De inmediato realizó un ágil movimiento con su muñeca derecha, para
soltar de la empuñadura el otro puñal y
tomarlo de la hoja; luego lo arrojó con fuerza en dirección a otro de los
seres. Éste sólo alcanzó a ver un fugaz destello plateado antes que el frío
acero perforara uno de sus ojos rojos.
Ezka estaba parado frente a la
única criatura que quedaba. Dio unos pasos hacia adelante. Su oponente hendió
el aire con un golpe paralelo al suelo. Ezka eludió el ataque dando un pequeño
salto hacia atrás. A continuación corrió rumbo a la criatura, sujetando con
ambas manos su espada y con un súbito golpe lateral la decapitó. La cabeza
rebotó dos veces en el suelo antes de quedar inmóvil. La expresión en su rostro
no cambió, mantenía la impresión combinada del temor y el sufrimiento y la
mirada perdida; pero los ojos dejaron de ser rojos, se tomaron completamente
negros, perdiéndose en las oscuras cavidades que los envolvían. Ezka sintió
pena por el desdichado ser al que había liquidado. Por ese y los otros tres.
—Estamos empatados en dos —dijo
Wolfy mientras recuperaba sus puñales—. Afortunadamente aun quedan más
—¡Esto no es un juego! —le
reprobó Ezka a su amigo. Pero éste hizo caso omiso y corrió, adentrándose en la
aldea en busca de más rivales. Ezka maldijo entre dientes y lo siguió.
Corrieron por una callejuela de
tierra en dirección a la plazoleta del pueblo donde las criaturas se agrupaban
llevando a cuestas los cuerpos de aldeanos asesinados. Cuando los jóvenes
monjes estuvieron a pocos metros del grupo de seres extraños, Wolfy detuvo su
marcha abruptamente y se dirigió a los restos en ruina de una casa en llamas
con aspecto de colapsar de un momento a
otro. Ezka tuvo intenciones de frenarlo, pero se contuvo al reconocer el lugar.
«La casa de Rita —recordó». Mientras su amigo se perdía en la cortina de humo
que cubría la entrada a la vivienda, Ezka se preparó para enfrentarse a las
criaturas. «No son ningún problema —se daba ánimos—. Son lentos y torpes».
Solamente quedaban once de esas horrendos seres, y parecían más preocupadas en
amontonar su motín de cuerpos muertos que en prestarle atención. Pero eran once,
y él sólo uno. «Malditos granjeros cobardes. ¿A dónde han huido todos? ¡Mierda!
—Comprendió que aunque eran lentos no sería capaz de esquivar todos los ataques
si se decidían a rodearlo—. ¿Por qué no hay nadie enfrentándoles? ¿Dónde está
mi padre?». Una gota de sudor comenzó a descender por su frente.
Un repentino estruendo, grave y
prolongado, aulló con furia. «¿Un cuerno?». El sonido provenía desde la
oscuridad, y se mezclaba con el crepitar de la madera de techos y ventanas de
las casas que ardían, por lo que Ezka no consiguió determinar su origen con
precisión. Se oyó por segunda vez, y las criaturas comenzaron a bramar. Seis de
ellas cargaron dos cuerpos cada una y comenzaron a correr rumbo a la colina, al
este de la aldea. Las cinco restantes formaron una línea, ubicándose entremedio
de sus compañeros y el joven Lionheart, obstruyéndole el paso. «Si piensan que
voy a perseguir a unos monstruos que roban cadáveres, estas bestias son más
estúpidas que feas —se dijo a si mismo, burlándose de ellas».
Un ruido sibilante chilló en la
oscuridad, y Ezka vio a uno de los horribles seres caer de bruces y desparramar
en el suelo los cuerpos que cargaba. Lo oyó nuevamente, y una segunda criatura
cayó. «¿Flechas? —se preguntó— ¿De dónde vinieron? ¿Quién…?». No tuvo tiempo
para averiguarlo. Las criaturas no se lo permitieron. Dos de ellas corrieron
rumbo a un individuo que había aparecido por una de las calles que conducían a
la plazoleta, sin que nadie se hubiese percatado de su existencia hasta ese
momento; pero las tres restantes se dirigían veloces hacia él con sus mazas de
madera mal tallada, gruesas y pesadas, que se asemejaban más a pequeños troncos
que a una verdadera maza de batalla, aunque eran igual de mortíferas.
Uno de los
seres estrelló su pesada maza contra el suelo, a menos de un metro de Ezka,
quien consiguió eludirlo dando unos pasos hacia la derecha de la criatura para
evitar el golpe que cayó verticalmente. Aprovechó que su oponente no tenía
defensa para asestarle un mortal golpe con su espada corta. Fue un corte
limpio, el filo del acero atravesó la garganta con la misma facilidad con que
rasgaría un vestido de seda.
Todavía quedaban dos rivales más
por derrotar. Uno avanzaba por su derecha y el otro por la izquierda. Decidió
luchar contra este último. Rodó por el suelo de forma tal que, al ponerse
nuevamente en pie, quedó a la espalda de la criatura, y le realizo dos
profundas hendiduras, dibujándole una enorme “X” de donde manaba la sangre,
espesa y oscura.
El monstruoso adversario que aun
quedaba en pie se aproximaba de frente, con el brazo derecho extendido hacia
atrás, preparado para golpearlo con su maza de hierro. El monje vio que se
acercaba; dio unos pasos veloces para tomar impulso; saltó hacia delante; giró
sobre si, y le acertó una potente patada en el pecho que lo arrojó contra la
pared de una de las casas cercanas. El fuerte sonido que produjo el horrible
ser al impactar la pared se convirtió en un susurro ante el estrepitoso quejido
que éste liberó: un lamento incompresible y gutural, cargado de dolor. Ezka se
acercó al engendro que torpemente buscaba ponerse en pie, y así propinarle el
golpe final. Fue veloz y preciso. Y otra cabeza rodó en el suelo.
—No fue tan difícil….arggh…
argggh… —Ezka no tuvo tiempo de saborear su victoria. Una mano fuerte y enorme
lo había sujetado del cuello, y se lo apretaba con ira. Cada segundo le costaba
más conseguir aire. Dejó caer su espada cuando la criatura comenzó a
zamarrearlo, por lo que sólo le quedaban sus manos para intentar liberarse.
Quiso abrirle los dedos por la fuerza, pero ni con sus dos manos tenía la
fortaleza que el engendro tenía sólo en una. La visión se le había hecho más
borrosa.
«Voy a morir ni bien volví a casa
—se lamentó—. Padre, yo…»
Repentinamente el engendro lo
soltó, y Ezka cayó al suelo. De rodillas, se llevó las manos al cuello para
masajearse y apaciguar el dolor, o tal vez sólo para comprobar si en realidad
lo habían liberado de su collar de gruesos y fríos dedos. Abrió la boca como un
pez esforzándose por recuperar el aliento que se le había escapado, casi
llevándose su vida consigo. Poniéndose en pie con torpeza, vio a la criatura
que trató de estrangularlo despatarrada en el suelo. Muerta. Una flecha le
había brotado en el cráneo.
—Debes destrozarle la cabeza —le
dijo una joven que se acercaba a él sonriendo con un arco en la mano izquierda y
un carcaj a la espalda, sujeto por una correa de cuero y asomándole por el
hombro derecho—. Creía que ya lo habías comprendido después de acabar con
tantos. A ése sólo le abriste dos surcos en la espalda. Pero, si no les cortas
la cabeza o le perforas el cerebro no se detendrán.
—No lo sabía —confesó Ezka quien
aún trataba de conseguir aire—. Gracias. Me habéis salvado. Pero, ¿cómo sabíais
como detenerlo?
—Pues me gasté varias flechas
hasta que lo descubrí —La muchacha toda sonrisas guiñó un ojo al tiempo en que
se encogía de hombros en un gesto de total desenfado—. Soy Aleja. Aleja
Valentino.
—Yo… Yo soy… Soy Ezka. Ezka
Lionheart.
—¡Ah! El leoncito.
—Leoncito me llamaba mi padre.
¿Lo conoces? —pregunto intrigado.
—Ven. Vamos al refugio. El jefe
de la aldea querrá hablar contigo.
—¿Y las otras criaturas? ¿Las que
llevaban los cuerpos de los muertos? —Ezka tenía mayor interés en preguntar
sobre su padre, pero prefirió guardar esas preguntas para el jefe de la aldea,
así que se contuvo y la siguió camino al refugio, aunque el no recordaba que
hubiese uno cuando el aún vivía en la aldea.
—Sólo tres consiguieron escapar y
se llevaron cinco cuerpos. A las otras pude detenerlas. ¿Qué crees que son?
—No tengo idea. Nunca he visto
nada parecido —En realidad Ezka nunca había visto nada, desde que él y Wolfy se
unieron a los monjes de Xiao Lu sus vidas giraban en torno al conjunto de
fortalezas pequeñas que los monjes llamaban santuarios y el templo principal
ubicado en la cima de la colina—. ¿Qué pensáis vos?
—Pues han tratado de llevarse a
los muertos. Yo creo que son gules.
—¿Gules? Tenía entendido que los
gules rondan los cementerios. Estos no sólo atacaron la aldea, sino que tenían
armas, y no creo que los gules sean tan organizados. Además, aunque se
alimenten de carne muerta, me cuesta aceptar que maten a alguien para luego
llevarle a su guarida y darse un festín con su cadáver.
—Tal vez se cansaron de la carne
podrida y decidieron cazar algo fresco. La caza es divertida. Yo soy cazadora
por si no lo has notado —La joven le enseño su arco—. Tal vez organizaron
alguna celebración y se quedaron cortos de muertos, y no habiendo ningún
mercado cercano donde comprarlos decidieron salir a buscarlos por su cuenta.
—¿Un mercado donde comprar
muertos? Eso me preocuparía más que un grupo de gules organizados —Aunque sabía
que se trataba de una broma, Ezka no se molestó en fingir una sonrisa—. Mirad
esto con detenimiento, por favor —pidió señalándole uno de los engendros caídos
en la laguna negra y espesa en que se había convertido su sangre.
—¿Qué tiene? —preguntó la joven cazadora
sin haber comprendido qué debía notar con exactitud.
—Ésta cosa, fuera lo que fuera,
antes era un hombre común y corriente.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su vestimenta —Le indicó
tocando con la punta de su espada los jirones de túnica gris y los calzones de
color azul que el engendro vestía—. Era un guardia de la ciudad —explicó—. De
Ghekisro.
Cuando llegaron a la plazoleta,
se encontraron con Wolfy. Había salido de la casa que hasta hace unos momentos
estaba en llamas. Llevaba un niño en brazos. Los jóvenes se juntaron frente a
las puertas de la capilla de Pylos. Cuando Ezka vio el semblante taciturno y
los ojos enrojecidos de su amigo, comprendió que no fue por causa del humo «Son
lagrimas». Pero las lágrimas no sólo recorrían las mejillas de Wolfy, sino
también sus hombros, sus brazos, sus piernas, pecho, incluso el cabello. No lo
había notado hasta ese momento, pero estaba lloviendo.
—Es curioso que llueva —dijo sorprendido—.
Ni siquiera estaba nublado. Todo lo contrario, era una hermosa noche de cielo
despejado que permitía ver las estrellas.
—El Señor de los Cielos es
benevolente —intervino Rupert desde su carromato cuando les dio alcance—. En esta
aldea las casas son en su mayoría de madera. Si no hubiese llovido la aldea
entera ya no existiría —Rupert decía la verdad. Vazffia no era más que un
conjunto de poco más de treinta casas, en su mayoría de madera de pino y nogal
y con techos de paja. Las únicas construcciones en piedra eran la capilla de
Pylos y el refugio, ambas con techos de pizarra—. Si no nos hubiese regalado
sus lágrimas la destrucción sería mayor. Aunque sean sólo cosas materiales y
recuperables. La vida en cambio es un don sagrado que nadie puede devolver.
Esas criaturas puede que hayan sido hombres alguna vez. Pero ahora sólo son
almas atormentadas encerradas en cuerpos muertos. Ojala hallen la paz que les
fue arrebatada en su vida y convertido en tormento en su regreso de la muerte.
—Pylos los juzgará con sabiduría —terció
Aleja.
—¿Pylos? El Hijo de Dios que fue
creado de arcilla y se convirtió en el primero de los hombres —Rupert se había
bajado del carromato y se paró junto a los jóvenes. Tomó el comentario de la
cazadora como si de un chiste se tratase y rió de ello—. ¿Qué poder puede tener
sobre el cielo alguien que nació del barro? —No le dio tiempo a la joven para
responder—. Observad. Ya ha escampado.
—No
discutáis por sandeces —Ezka estaba cansado y tenía otros intereses de mayor
importancia que escuchar la discusión del anciano y la joven—.Yo no he visto
dioses esta noche, sólo esas criaturas que están tiradas por doquier.
—Iré a avisar a todos que el
peligro ha pasado y que ya pueden salir. Esperen aquí —dijo la muchacha y se
alejó de ellos a largas zancadas rumbo al refugio.
—Debo confesar que no creí que
vosotros dos fuerais buenos guerreros —reconoció Rupert—. Me alegra no haber
traído a Xero a un lugar en estas condiciones.
—¿Qué queréis decir? —preguntó
Ezka. Wolfy continuaba ensimismado con el niño en brazo quien se aferraba con
fuerza a él.
—Una aldea en llamas no es un
buen lugar para ese cruzado —explicó el comerciante—. Le traería malos
recuerdos.
—¿Vos lo conocéis de antes?
—No. Sólo he hablado con él desde
Colina Áspera hasta Ghekisro. Se puede conocer bien a una persona si te tomas
el tiempo para hacerlo. Je, je.
—No creo que Xero sea la clase de
sujeto que hable mucho de su pasado.
—Pero todos
tenemos un pasado —Rupert se encogió de hombros—. El pasado determina nuestro
presente y nos prepara para el futuro. Aprender de los fracasos y corregir los
errores nos ayuda a buscar un futuro mejor. Si intentáis huir del pasado, sólo
estaréis huyendo de vos mismo.
—Si vos lo decís —Ezka no tenía
deseos de continuar charlando con el mercader—. Tenéis más experiencia que yo.
—En eso habéis dado en el clavo
—El anciano esbozó una sonrisa por el halago del monje, y sus ojos celestes,
claros como un cielo sin nubes, irradiaron satisfacción—. Mirad. Al parecer
vuestros coterráneos han decidido salir de su escondite.
Un grupo de personas se acercó a
ellos. A la cabeza iban Aleja y el anciano elegido como jefe de la aldea, un
hombre de avanzada edad como delataban su caminar lento, su espalda encorvada
hacia delante, su larga barba blanca, mismo color que tenía en los pocos
mechones que todavía le quedaban a cada lado de la cabeza, asomándose por
detrás de las orejas.
«El viejo Mathus aún vive» Ezka
se sorprendió gratamente al verlo.
—Los cachorros han vuelto ha casa
—Mtahus observó con detenimiento a los jóvenes monjes, buscando con sus ojos
vidriosos a los muchachitos soñadores que se habían marchado de la aldea cuatro
años atrás—. Pero, veo que el lobo está triste —reconoció al niño que Wolfy
cargaba en sus brazos—. ¿Ya sabes lo que le ocurrió a Rita? ¿No es así, Lowell?
—Su hermana mayor, Anna, me dijo
que falleció hace dieciséis días —La voz de Wolfy estaba cargada de dolor—. No
pude… No pude salvar a Anna. Sus heridas eran muy graves —Apretó los dientes
como si quisiera con ello destrozar el dolor que sentía por dentro—. Pero
rescaté al niño.
—Pobre pequeño. Ha perdido a toda
su familia en menos de un mes. Bueno, no a toda —El anciano notó que Wolfy
mirada al suelo y no le prestaba mayor atención
a sus palabras—. ¿Quieres hablar de Rita? ¿En ella estás pensando, no?
—Si no le importa, prefiero
llevar al hijo de Rita al sanador para que lo revise —La respuesta de Wolfy fue
cortante. Se alejó guiado por Aleja hasta el refugio, donde el sanador atendía
a los heridos. Rupert fue con ellos.
—Wolfy no ha cambiado en nada —En
el rostro de Mathus se marcaron más las
arrugas cuando sonrió—. Sigue siendo muy apasionado. Bajo todos esos músculos
se oculta ese muchachito soñador. Y Aún ama a Rita. Eso es evidente.
—Pero ella se olvidó pronto de
él. Ese niño debe haber nacido uno o dos años después de que nosotros partiésemos.
—No deberíais hablar sin tener
certeza de las cosas que dices. ¿No te enseñó vuestro padre a no prejuzgar a los demás?
—Ciertamente lo ha hecho —Ezka
miró al anciano con semblante solemne—. ¿Podríais decirme dónde está mi padre?
—Murió. Dos días después de
enviar la carta solicitando que ustedes regresaran.
—¿Cómo es posible? ¿Qué le ha
ocurrido?
—Se
suicidó.
—Eso es… ¡Es imposible! —Las
palabras del anciano fueron para Ezka más frías que las gotas de lluvia caídas
momentos atrás, y el golpe más doloroso que recibió esa noche—. No tiene
sentido. ¿Por qué se suicidaría días después de comunicarme que tenía cosas
importantes que contarme?
—Es extraño, sí. Pero tu padre se
comportaba en forma extraña en los últimos meses. Hablaba de criaturas brutales
que pronto vendrían a atacarnos y convertirnos a todos en abominaciones como
ellas. Hasta esta noche, incluso yo creía que eran desvaríos. Me avergüenza
decirlo. Tu padre era un gran hombre. Si no fuese por ese refugio que se
empecinó en construir muchos más hubiesen muerto hoy.
—¿Cómo murió? —los ojos
inquisitivos de Ezka rezumaban tristeza.
—Se ahorcó. Lo encontraron
colgado de una viga en el granero —Mathus apoyó una mano en el hombro del joven
Lionheart quien se encontraba conmocionado—. Venid conmigo, por favor. Hay algo
que debo decirle también a Lowell. Y un encargo que debo pediros a ambos.
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